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La luna me siguió los pasos de vuelta a casa durante la madrugada.

Al entrar todo estaba en silencio y en la penumbra absoluta. Solo la luz de las farolas se colaba por la ventana de la sala, dibujando muy apenas las formas de los muebles para que no me tropezara en mi camino hacia la habitación. Me tambaleé cerca de la barra, una cerveza con Dylan y Susie se había transformado en varias más; ni siquiera recordaba cómo conseguí llegar a casa. Tuve que caminar desde el otro lado del pueblo bajo la llovizna; pude haber sido atropellado por alguien tan inconsciente como yo, o caer en medio de alguna callejuela, quedarme dormido por la borrachera y morir a causa de una hipotermia, pero no fue así.

Me acosté en la cama aún con la ropa húmeda, temblando de frío; me hice un ovillo y luego eché las sábanas sobre mi cuerpo, buscando un calor que si llegó, yo no sentí. El universo me daba vueltas y aunque cerré los ojos, no conseguí dormir.

Tal vez era el alcohol.

Quizá, la noche.

Por primera vez en casi tres semanas, no fue Mich en quien pensé mientras contemplaba las manchas abstractas de humedad en el techo.

Dylan y yo nos hicimos amigos cuando íbamos en quinto grado; pese a que él era mayor que yo por un año, nos conocimos en las clases extracurriculares de música. Nos caímos bien al instante, pues aunque los dos éramos terribles para coordinar nuestras manos e incapaces de aprender a leer las partituras, nos gustaba ver las mismas caricaturas. Ambos renunciamos a las pocas bajas probabilidades de convertirnos en músicos exitosos, sin embargo, seguimos viéndonos para comer juntos en los recesos. Con el tiempo nos volvimos buenos amigos, y cuando estábamos en séptimo su familia ya me conocía muy bien. Casi todas las tardes, saliendo de la escuela, nos marchábamos a su casa para jugar videojuegos o ir al parque a andar en patineta. Por supuesto que sus amigos se volvieron míos con una rapidez extraordinaria, y además de llevarnos bien, me gustaba mucho el estatus que me daba ante los chicos de mi clase que personas de grados mayores me llamasen amigo. Me hacía sentir más grande e importante, de algún modo.

Él y los chicos se ganaron buena popularidad a finales de la secundaria e inicios de la preparatoria, ya que tenían talento para el básquet. Yo nunca conseguí coordinar muy bien con eso de las manos y los pies, por supuesto perdía toda oportunidad cuando a eso se le agregaba un balón, pero era su amigo, por lo que me alcanzó cierta popularidad y el endiosamiento con el que les trataban por los pasillos. En ese entonces, al menos cuando me encontraba en clases, la vida era mejor. Por las horas en las que estábamos ahí atrapados podía fingir que las cosas que sucedían en casa no poseían relevancia, ser alguien más. Convertirme en una persona extrovertida, graciosa, que al igual que sus amigos no tenía ningún problema que no fuese el investigar dónde sería la próxima salida.

Entonces Evan llegó a mi vida.

Se mudó junto con sus padres y su hermano cuando estaba por iniciar undécimo y levantó furor por toda la preparatoria al instante, ya que no siempre se veían caras nuevas en aquella esquina del mundo que se llamaba a sí misma ciudad, cuando todos sabíamos que seguía siendo un pueblo. Supe de su existencia antes incluso de tener la oportunidad de verlo, pues su nombre me llegó directo de mi círculo cercano.

A Dy no le agradaba Evan, o, mejor dicho, detestaba la atención que se le daba solo por ser el chico nuevo. Mi amigo era carismático, bien parecido, el líder del equipo de básquetbol y un gran anfitrión de fiestas; pero también necesitaba toda la atención que aquellas características le otorgaban. Saberse opacado no le sentó bien. Le cayó mal incluso antes de que tuvieran la oportunidad de conocerse.

Él decía que no entendía qué le veían, que era un tipo muy normal como para andar alzando conversación. Yo no tenía idea, así que nada más podía tratar de tranquilizarlo diciéndole que antes de que nos diéramos cuenta a la gente se le habría pasado la emoción y él podría volver a ocupar su puesto del amo y señor de los Junior.

Las páginas que dejamos en blanco Where stories live. Discover now