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Contemplé cómo las gotas de lluvia deformaban el reflejo en el cristal.

En esencia, era la misma persona que solía encontrarme de vez en cuando. Los surcos grisáceos bajo los ojos continuaban ahí, tan inamovibles como de costumbre; las facciones de su rostro no habían cambiado y los mechones de cabello aún eran hilillos de cobre retorcido.

Levantamos la mano al tiempo y ambos presionamos con fuerza nuestro pecho. Aquello no reventó la burbuja de vacío que se esparcía al interior de mi caja torácica con tanta libertad, y estoy seguro de que tampoco lo hizo la suya; sin embargo, el dolor que provocaron los nudillos contra la delgada capa de piel que recubre el hueso me devolvió a la realidad. Por un instante, me reconocí una vez más en el rostro que respondía a mis expresiones.

Me abracé, protegiéndome de la ventisca gélida que siempre traía consigo la lluvia mientras me debatía si debía, o no, cruzar el umbral de la biblioteca. Aún estaba a tiempo de marcharme sin mirar atrás, como si mis pasos jamás me hubiesen guiado al centro, o si nunca me hubiera enterado de que, en algún lugar del pueblo, existía un hombre llamado Mich que quería que leyese un libro.

¿Qué ganaba con ello, de todos modos? Después de tantos días, era claro que su presencia en mi cabeza era estúpida y no me beneficiaba en mucho, que cumplió su propósito de mantenerme con vida aquel día y ahora, tal vez, ya no tenía caso volver. Además de que él también podría haber olvidado nuestro trato, o decidir un día antes que no valía la pena continuar con algo tan absurdo. Pero, ¿y si sí?

Quizá asistir a nuestro encuentro podría ser mi forma de darle las gracias por salvarme, y de esa manera no volvería a sentir jamás que estaba en deuda con un perfecto extraño. Tal vez si le daba mis agradecimientos podría sacármelo de la cabeza y no volvería a irrumpir en ese lugar sin permiso. Suspiré, miré de nueva cuenta mi reflejo y le pregunté qué es lo que tenía que hacer.

Me respondió que no le importaba, que decidiera yo y lo dejara tranquilo.

Así que entré.

El lugar era mucho más silencioso que de costumbre, el eco de cada uno de mis pasos rebotó por los muros de cristal y las estanterías metálicas, de la misma forma en que lo hizo mi voz al saludar al bibliotecario en la entrada, que de tantas veces verme ahí, ya se conocía hasta mi nombre.

La calefacción aquel día estaba apagada, lo que significaba que no había mucha gente; por supuesto, solo un idiota saldría de su hogar a mitad de un diluvio. Claro, ahí estaba yo. Y Mich también.

Pudo advertirlo mi andar o la mirada que le dediqué tan pronto vi su cabello negro se atravesó frente a mí, pues levantó la cabeza y me reconoció tan rápido como yo a él. Estaba seguro de que la única razón por la que no dudé al encontrar familiares los ángulos de su rostro, fue porque este ocupó gran parte de mis pensamientos durante la última semana. No recordaba con tanta facilidad a la gente que me presentaban aquí o allá. ¿Cabía la posibilidad de que, así como yo, Mich hubiera sorprendido a mi rostro pululando entre sus ideas al final de un día muy largo? Las probabilidades me dijeron que de ninguna manera; no obstante, la forma en que, muy lejos de fruncir el ceño por un segundo, que habría delatado el cuestionamiento de su cerebro en un "¿es o no es?", sonrió. Se puso en pie y sonrió. Casi como si mi presencia lo hubiera aliviado.

Mientras me acercaba a él, y él aguardaba por mí, supe lo que saldría de sus labios mucho antes incluso de que una sola palabra fuera pronunciada.

―Pensé que no venías. ―No saludó, no era necesario. Estuve seguro de que la expresión en sus ojos me recibía mucho mejor de lo que cualquier formalidad lo hubiera hecho.

No supe qué responderle, porque bien pudo recriminarme por la grosera demora: cuarenta y cinco minutos después de la hora acordada. Y, en su lugar, cuando me quité el abrigo salpicado de agua por todos sitios, me extendió la mano para tomarlo y acomodarlo sobre el respaldo de la banca, mostrándome su amabilidad.

Las páginas que dejamos en blanco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora