Capítulo 11

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Altagracia miró a los ojos de José Luis y, por fin, lo entendió

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Altagracia miró a los ojos de José Luis y, por fin, lo entendió.

Entendió por qué todo el mundo decía que era el propio diablo.

José Luis Navarrete era un canalla sin corazón. Se lanzaba sobre aquellos a los que quería conquistar como un demonio, persistente, incansable, persuasivo y abrumadoramente seductor. Y entonces, cuando tenía bien agarradas a sus víctimas, implacable como un indiferente océano, las obligaba a doblegarse.

Según José Luis, su padre había muerto después de discutir con él por teléfono y Altagracia no había podido imaginar qué hubo de especial en esa conversación. La última negociación había sido tan exasperante como todas las demás, pero ahora lo entendía. Entendía que José Luis había ido poco a poco minando el aguante de su padre, su paciencia, hasta que se rompió.

Le había hecho lo mismo a ella; la había hechizado, la había convertido en adicta al éxtasis que sólo él podía darle y había vuelto a cruzarse en su camino sólo para repetir ese sádico juego.

En los últimos dos días, José Luis había encendido las brasas de un fuego aún encendido en su corazón, la había visto luchar contra él, fingiendo dejarla escapar para volver a perseguirla hasta que cayó en su trampa.

No, no dejaría que la destrozara como había destrozado a su padre y a tantos otros. Ya le había hecho suficiente daño, pero sólo porque ella le había dejado. Y se protegería a toda costa porque ya no dependía sólo de sí misma, tenía un hijo que defender.

Casi esperaba verlo soltar una carcajada diabólica, como en una antigua película de terror.

-Hiciste bien en rechazarme -dijo él, sin embargo. -Y tenías razón al decir que no sabía lo que estaba haciendo.

No fue esa frase lo que la enfureció, sino su expresión, esa mezcla de ironía y determinación.

Por fin, Altagracia encontró su voz y buscó unas palabras que no traicionaran el golpe que acababa de recibir.

-Gracias por decírmelo, pero no tenías que venir hasta aquí en persona. Creo que ayer ya dejé bien claro que no estaba interesada.

Sentía que le ardían los ojos y, antes de ponerse a llorar, empezó a cerrar la puerta. Pero, de repente, la puerta se convirtió en un objeto inamovible.

-No puedo aceptar eso -dijo José Luis.

¿Qué quería decir? ¿Había terminado un juego para empezar otro?

-No te entiendo.

-Nunca me rindo hasta estar seguro de que no se puede solucionar el problema. Ahora me doy cuenta de que te he hecho dos ofertas inaceptables y por eso las retiro. Pero estoy aquí para ofrecerte algo más.

-Alex y yo no somos un contrato ni una empresa que puedas comprar.

-No, es lo contrario -dijo él. -Es a mí a quien debes poner a prueba.

Amante prohibido... (+18)Where stories live. Discover now