Capítulo 10

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–¿Has hecho qué? 

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–¿Has hecho qué? 

Altagracia hizo una mueca mientras Lucrecia, su mejor amiga, la miraba como si se hubiera vuelto loca. Lucrecia era la única que conocía su secreto, pero no era por eso por lo que le había contado su encuentro con José Luis Navarrete. 

Se lo había contado porque había entrado en el despacho una hora después de ese encuentro, cuando estaba más angustiada. 

Pero no se lo había contado todo. Desde luego, no había mencionado la locura que la asaltaba cada vez que José Luis la tocaba. 

Ahora desearía tener la función de rebobinar para borrar lo que le había contado, lo que había pasado con José Luis y al propio José Luis de su memoria. 

–Sólo una loca rechazaría su propuesta y como sé que tú no estás loca… ah, ya lo entiendo, quieres hacerle sufrir, ¿es eso? Lo merece por marcharse y no volver a ponerse en contacto contigo. 

–No olvides que ha vuelto por una cuestión de trabajo y así, como por casualidad, me ha propuesto que fuera su aventura aquí en Nueva York. 

–Sí, por eso también. Qué cara tiene ese hombre… pero qué hombre – exclamó Lucrecia. –Debes admitir que si alguien puede salirse con la suya es José Luis Navarrete.

Altagracia frunció el ceño. Todas las mujeres parecían pensar lo mismo. Y, aunque ella no era celosa, no le gustaría terminar con un hombre al que deseaban todas las mujeres, un hombre que nunca sería suyo. 

Se encontró imaginando cómo reaccionaría José Luis ante su amiga de la infancia. Lucrecia, la rebelde que se había enfrentado con su anticuada familia para convertirse en modelo y diseñadora de moda, era una diosa. A José Luis, como a todos los hombres, se le caería la baba ante su esbelta figura, su gracia, su feminidad, su melena negra y esos ojos oscuros como la noche. 

–¿Cuánto tiempo piensas hacerle sufrir? Yo diría que al menos un día por cada mes. Y tal vez una semana más por su última infracción... 

–Lu, no voy a hacerlo sufrir, sudar o salivar. Le he dicho que no. 

Lucrecia sacudió la cabeza. 

–Es comprensible, pero no es la reacción adecuada. 

–¿Cómo qué no? 

–Ya sé que nunca has querido casarte después del fiasco con Esteban, por mucho que tu familia insistiera. Creo que ellos han contribuido a tu eterna independencia con esa larga lista de aburridos pretendientes. Pero tienes casi treinta años y no te estás reservando para ningún hombre porque quien te gusta es José Luis Navarrete… tanto que has tenido un hijo con él, por el amor de Dios. Y como te ha ofrecido matrimonio, ¿qué mejor pretendiente que él? 

–O el peor –dijo Altagracia. –Ese hombre es enemigo de mi familia. Mi enemigo. 

–Eso es en los negocios.

–Y personalmente no le importo nada –insistió ella. –Ni Alex tampoco. No sé por qué dice querer casarse conmigo, pero no tiene nada que ver con el afecto o con el amor. Una de las objeciones de mi padre hacia él era cómo trataba a su familia. Tiene tres hermanos de crianza a los que paga en lugar de dar afecto. El hombre que lo salvó de las calles murió en un accidente y él no se quedó para consolar a su familia ni una sola noche. 

–Pero tal vez contigo sería diferente –objetó Lucrecia. 

–No, mejor que Alex no conozca a su padre que tener un padre que no lo quiera. 

–No sabía que fuese tan malo. Pero, oye, también debe tener cosas buenas. –¿Por ejemplo? 

–Un hombre que ha levantado un imperio por sí solo, desde los catorce años, tiene que ser alguien especial. Tal vez tenga virtudes que compensen su falta de afecto.

La insistencia de Lucrecia por hacer que viese la parte buena de José Luis sólo consiguió que Altagracia lo viese todo negro. 

–Según sus hermanos, no lo tiene. Además, está el problema que hay entre mi familia y él. José Luis dice que intentará que nos llevemos bien, pero en cuanto vea las nuevas condiciones del contrato seguramente me mandará al infierno. 

–¿Y por qué no cambias las condiciones? 

–Porque no puedo hacerlo. Además, mis hermanos están que trinan desde que me quedé embarazada. Si descubren que Alex es hijo de José Luis lo matarán o intentarán obligarnos a contraer matrimonio. 

–Pero si nadie tiene que forzarlo a casarse, ha sido él quien lo ha propuesto. 

–Sí, ya. Y cuando le dije que no, debió respirar tranquilo. 

–Por lo menos piénsalo, ¿de acuerdo? Hazlo por mí –le pidió Lucrecia. – Me encantaría diseñar tu vestido de novia. 

Altagracia abrazó a su amiga, que intentaba evitar lo que para ella era un error. Pero el mayor error sería dejar que un hombre frío como José Luis Navarrete entrase en su vida. 

Altagracia despertó después de una noche luchando contra unos tentáculos que parecían querer llevarla a un abismo sin fondo. Y la peor parte era que ella había querido sucumbir. 

Suspirando, se dirigió a la habitación de su hijo. Siempre tenía que ver a Alex antes de hacer nada por las mañanas, pero aquel día el deseo era una necesidad. 

Mientras iba hacia su habitación sonó el timbre y Altagracia se detuvo en el pasillo. Elena solía llegar a las ocho de la mañana, pero era sábado y la niñera tenía libres los fines de semana porque quería estar sola con su hijo para compensar las horas que pasaba fuera durante la semana. 

¿Quién podría ser? Altagracia corrió a la puerta, asustada y cuando abrió… 

José Luis estaba al otro lado, vestido por primera vez de manera informal con un pantalón vaquero. Sus ojos parecían luceros bajo la lámpara que iluminaba el lujoso corredor que llevaba a su apartamento. 

Nada había cambiado, nada cambiaría nunca. Y, sin embargo, lo único que deseaba era echarse en sus brazos, besarlo y decirle que aceptaba su oferta. 

Todo lo que había intentado olvidar durante esos meses parecía envolverla en aquel momento; el anhelo que había suprimido, la tristeza durante el embarazo y varios meses después del parto, la resignación de ser madre, empresaria, hermana, amiga, pero nunca una mujer, nunca como lo había sido con él.

Y supo entonces que tenía que hacerlo.

Debía aceptar la oferta para terminar con esa angustia, para experimentar de nuevo esa intimidad, esa sensación de estar viva que sólo él podía darle.

 –Si has venido para ver si he cambiado de opinión…

–He venido a decirte que yo he cambiado de opinión –la interrumpió él. – Quiero que olvides todo lo que dije ayer. 


De verdad no insistan, solo les voy a subir este y porque me han insistido demasiado 😉
Por cierto. ¿Qué tal Lucrecia? 😂

Amante prohibido... (+18)Where stories live. Discover now