—Hola, monita —la saludó del mismo modo en que lo hacía Ana.

Emma se carcajeó al oírlo, provocando que su tía también lo hiciera.

—Creo que tengo competencia —dijo, divertida, a la vez que caminó hacia él para recibirlo con un beso.

—Jamás, preciosa —aseveró contra sus labios—. Además, tampoco quisiera meterme en problemas. —Señaló con la cabeza hacia donde se encontraba Tomás.

Este lo miraba con expresión seria, como si estuviese analizándolo. "De tal palo, tal astilla", pensó al ver en el niño el vivo reflejo de su padre.

Ana rio ante su comentario.

—No seas malo. Son chiquitos todavía, además de casi primos.

—Casi, vos lo dijiste —pinchó, sonriente.

Pero antes de que ella pudiera replicar algo, le entregó el ramo de flores. Una vez más, lo agasajó con esa preciosa sonrisa que tantas cosas provocaba en él.

—¡Son hermosas! Gracias, mi amor. —Frunció el ceño, de pronto—. También trajiste pizza. ¿Estamos celebrando algo?

—Mmmm, ¿que estamos juntos?

—Sos muy lindo, ¿lo sabías?

Estaba por bromear al respecto cuando unos golpes en la puerta lo interrumpieron.

—Debe ser Luci. ¿Le abrís mientras llevo esto a la cocina y busco las camperas de los chicos?

La miró por un instante, seguro de que su petición no había sido del todo inocente. Era evidente que ella también deseaba que resolvieran sus asuntos.

—Perdón, Anita, se me hizo re tarde —la oyó excusarse en cuanto abrió la puerta. Notó cómo su expresión cambiaba de forma abrupta al verlo—. Ah, hola —murmuró con timidez—. ¿Y Ana?

—Enseguida viene. Pasá por favor —indicó mientras se hacía a un lado para dejarla entrar.

—¡Mamá! —gritó su hija al verla. Era muy efusiva.

—Emma, bajate del sillón por favor y andá a buscar tu campera que nos vamos. Vos también, Tomi.

—Quiero quedarme un ratito más. ¡Porfi, porfi, porfi! —suplicó con insistencia sin dejar de saltar.

—No, ya es tarde y estuviste todo el día acá.

Se notaba que estaba nerviosa.

—Pero el tío Gabriel acaba de llegar.

—Dale, Emma, basta. Tu mamá ya te dijo que no —intervino Tomás con la seriedad y autoridad propia de alguien mayor.

El chico rara vez hablaba, pero cuando lo hacía, todos le prestaban atención.

—Ufa —replicó ella, resignada. Aun así, le hizo caso y se bajó del sofá.

Incapaz de ver la tristeza en su carita, Gabriel metió la mano en su bolsillo para buscar el chocolate que recordaba haber guardado allí.

—Creo que tengo algo para vos, monita —dijo a la espera de la enorme y radiante sonrisa que sabía que vendría.

Sin embargo, al sacar la golosina, cayó también un sobre doblado y gastado por el paso del tiempo. Se congeló en el lugar al comprender lo que era y, en el acto, dirigió sus ojos a los de Lucila quien, absolutamente inmóvil, miraba fijo el papel. La había reconocido. Era la carta que le escribió tiempo atrás y le fue devuelta sin abrir.

Justo en ese momento, Ana regresó con los abrigos. Un segundo le llevó comprender lo que sucedía.

—Emma, Tomás, vengan conmigo. Necesito que me ayuden con algo.

Su última esperanzaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz