El Río

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En los días siguientes fueron llegando en cuentagotas los detalles: las exigencias de Diamante, las promesas del rey, los nombres de los prisioneros, los nombres de los heridos, los nombres de los muertos.

Entre los muertos estaba Richard Rareton, abatido junto con el resto de ciudadanos mal equipados que eligieron defender el flanco izquierdo del conde Diamante. Su nombre aparecía en la lista de uno de los largos pergaminos entregados a los sacerdotes; su cuerpo fue enterrado en una fosa común, junto con los de sus compañeros. Las pocas pertenencias que había llevado con él fueron robadas en el campo de batalla por los carroñeros humanos que no tenían ningún escrúpulo en robar a los muertos.

Puesto que la muerte de su sobrina lo había dejado sin herederos, lo normal era que su dinero y posesiones pasaran a la Corona, pero en la confusión no le fue difícil a Darien lograr que la mayor parte pasara a propiedad, de la pequeña iglesia del pueblo de la sobrina. Sus pertenencias personales se dividieron entre sus amigos y los criados de su casa; la valiosa capa forrada en piel pasó al administrador del señor Zoisite, su par de zapatos más viejo al muchacho del establo que cuidaba de su caballo, y Serena se encargó de supervisar el reparto de todo lo demás.

Darien pagó para que se celebraran misas por su alma todos los domingos durante un año, pero eso no bastó para aliviar el pesar que lo corroía por dentro. Nada de lo hecho ni de lo que podría haber hecho habría cambiado el resultado, pero saber eso no lograba llenarle el vacío que sentía en la boca del estómago.

El riesgo siempre había sido inherente a lo que hacía; era una parte ineludible de su vida, dejado suelto junto con todos los demás males cuando arrojaron al hombre del Edén. Él había limado sus bordes todo cuanto había podido, pero eso no había sido suficiente.

En cuanto a él, podía reagrupar, repensar, reconstruir. Haruka no estaba muerto, y aún en el caso de que lo estuviera, los partidarios de Diamante necesitaban ropa tanto como los del príncipe. Al final podría volver a llenar sus cofres y reabastecer sus existencias, pero no sabía si podría remediar alguna vez la brecha que lo separaba de Serena. De eso ya no estaba seguro.

Ella lo había maldecido, furiosa al creer que él se preocupaba cruelmente por sus negocios habiendo tantos muertos en Lewes. Cien veces había intentado, sin conseguirlo, encontrar las palabras para explicarle que lo que lo preocupaba no era su negocio sino el futuro de ella.

Se había casado con todo honor, pero no había esperado enamorarse. No habría tenido el valor para casarse si hubiera pensado que volvería a ser vulnerable. Pero se había enamorado, y aunque sabía que Serena no era la criatura de corazón frágil que había sido Setsuna, no podía evitar desear protegerla, especialmente de las consecuencias de sus actos.

Leer pergamino tras pergamino de inventarios y cuentas era una tarea aburridísima, pero mejor que revisar manteles, sábanas o barriles de arenque salado o tener que mediar en otra pelea entre Berjerite y Zirconia. Serena miró el pergamino con los ojos entornados, tratando de descifrar los abominables garabatos que un mercader flamenco hacía pasar por escritura. Ese garabato tenía que significar codos, porque dudaba mucho que Darien hubiera importado esa cantidad de pollos a Inglaterra, por muy productiva que fuera la industria avícola flamenca.

Pero si eran codos, ¿qué demonios eran esas letras?

Con un suspiro dejó a un lado el pergamino y se enterró los nudillos en la parte de atrás de la cintura, arqueando la espalda para aflojar la rigidez producida por tantas horas agachada sobre las cuentas. El día ya estaba bastante avanzado; ya era hora de que abandonara esas viejas cuentas y atendiera a los asuntos domésticos.

Pese a las objeciones de Darien, había pasado esos últimos días leyendo los documentos dejados por Richard Rareton, para informarse. Él había sido un contable muy meticuloso, de modo que era interminable lo que había para examinar, pero así estaba aprendiendo muchísimo más acerca del negocio de Darien que si no lo hiciera.

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