22.- Rendición.

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Parece desanimado mientras arranca las puntas verdes del césped y acaricia la cabeza gigante del esbirro, y sé por qué está así. Es, en parte, una de las razones por las cuales he salido al jardín hace un rato para que me diese el sol: mañana es el combate del coloso, y... supongo que el mismo pensamiento lúgubre que me invade a mí lo hace con su amigo; en su caso será aún peor, porque, pese a estar cabreados, Jungkook y él son como hermanos.

—¿Todo bien? —inquiero de forma relajada.

No pienso preguntarle directamente por el coloso (qué le den al coloso), pero espero que aquí su amigo pille que intento saber de él, porque desde esa pelea que tuvimos tras enterarnos de lo del combate, se largó para prepararse y todavía no ha vuelto.

—Seh... Solo había venido al jardín porque tengo que sacar a pasear a Gom.

—Si es por eso —suspiro desanimada—, ya lo saco yo. —El esbirro nota que estamos hablando de salir a pasearle, porque se pone eufórico de repente y comienza a hacer cabriolas por todo el terreno. Es grande y da miedo verle, pero es solo un bebé emocionado.

—¿Seguro que vas a poder sacarle tú sola? —se burla el rubio—. Tiene una fuerza increíble, te lo advierto; a Jungkook y a mí nos cuesta manejarle... y por esa regla de tres, tú lo vas a tener casi imposible.

—Puedo intentarlo, ¿no? —reto al chico, que alza las manos y me retira la mirada, en un gesto muy manido de "si es lo que quieres...".

El rubio es un poco imbécil, pero no es mal tío. Y comprendo que debe querer mucho a Jungkook, aunque normalmente esos dos parezcan un perro y un gato más que amigos del alma. Veo que sus ojos están muy apagados, y comprendo que no exageraba al pensar que lo del combate es una locura, porque el rubio parece opinar lo mismo. Parece muy jodido, muy preocupado... Y sin saberlo, hace que el nudo de nervios en mi estómago se vuelva más molesto. A este paso echo las galletas de tiranosaurios que me he zampado para desayunar.

Como si los dinosaurios no hubieran sufrido lo suficiente ya en la historia.

Jimin (con mucho esfuerzo y aún más paciencia) consigue atar la correa al collar de pinchos que rodea el cuello del esbirro y me pasa el asa negra para la mano sin mucha confianza. Gom parecía deseoso de empezar a tirar una vez llegamos a la entrada, pero basta que emita un pequeño quejido con la garganta para que el enorme bebé peludo me mire y se siente.

—¿Qué coño...?

—Cancerbero es muy listo —admito sonriente, agachándome para darle un beso encima de la cabeza, que el perro recibe moviendo el rabo a toda velocidad.

—No sé yo si a Jungookie le va a gustar mucho ese nuevo nombre —carcajea suavemente el chico. Cuando abro la valla y observo que Gom me espera pacientemente, Jimin se adelanta un par de pasos y nos mira desde fuera—. Tengo un rato libre... si no te importa os acompaño; por si acaso acaba tirando y no puedes con él, vaya. Soy muy considerado.

—Sí, un montón —me burlo al tiempo que ruedo los ojos.

Caminamos tranquilamente por las calles residenciales en dirección a un parque que Jimin me ha comentado que suelen llevar a Gom; la verdad es que debemos dar una imagen bastante curiosa los dos junto con el esbirro. Entre que Jimin y yo no pegamos ni con cola (él parece el día y yo la noche) y que encima llevamos a una bestia que se para a jugar con las mariposas y los pájaros que se va encontrando, debemos parecer un crossover barato entre la familia Adams y Gossip Girl.

—Qué pedazo de cabrón es este perro —masca con algo de resentimiento el rubio—. A Jungkook y a mí nos tira con la fuerza suficiente como para arrancarnos el brazo, y mírale contigo...

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