Capítulo 3

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Balderik para en seco y me choco con su espalda.

—Shhh —dice cuando gira su rostro para mirarme.

Quiero gritarle que no me hubiera chocado con él si no hubiera parado en seco, pero estamos entrando en la iglesia cubiertos por dos capas y sujetando una linterna. El corazón me golpea tan fuerte en el pecho que incluso pienso que él ha ordenado a mi corazón callarse en vez de a mí.

Esto está mal, muy mal. El futuro Rey de Prinnecia no debería estar entrando a media noche en la iglesia para robar una llave. ¿Yo debería estar aquí? Tampoco, pero yo no soy quien va a dirigir un reino dentro de unos años.

La puerta chirría cuando la encajo y aprieto mis dientes, mirando a mi hermano, disculpándome. La iglesia es grande, siempre que he venido, nunca había nadie y jamás la he visto llena. No suelo venir a ver al padre Hillwood casar a la gente, solo enterrarla.

Si de día la iglesia es un lugar un poco tétrico, ni qué decir de noche. La luz de la luna entra por las vidrieras, iluminando y haciendo sombra a las distintas representaciones de los Dioses, que se elevan ante nosotros en nuestro camino al altar.

—Esa es la puerta —me susurra señalando la pequeña puerta que se encuentra al final del altar.

Sigo a mi hermano con cuidado, esperando que realmente podamos coger la llave y encontrar algo de valor en la biblioteca. Aunque si hubiese algo que pudiese romper la maldición... ¿No lo sabríamos ya? ¿No lo hubiera hecho papá? Porque él quería romper la maldición, ¿no? Pero... ¿Por qué tener esos libros bajo llave? ¿Qué ocultan? Libros sagrados, me habían dicho, pero... ¿Sagrados?

Balderik me hace una seña para que me quede quieta y dejo incluso de respirar. Abre la puerta se asoma. Con su mano me indica que lo puedo seguir y miro hacia atrás para adentrarme en la oscuridad.

Estamos en un pasillo con varias puertas y al fondo hay una escalera de caracol que probablemente vaya a su habitación. En el caso en el que cogiéramos la llave, deberíamos ir a la biblioteca esta noche y dejarla donde mismo. Es decir, tenemos muy pero que muy poco tiempo.

Me hace una seña para que sigamos y miro hacia atrás para ver el oscuro pasillo tras de mí. De pequeña me daba miedo la oscuridad, ahora también. Intento no quedarme rezagada y subo las escaleras casi pisándole los talones a Balderik porque no debería haber mirado hacia atrás.

Siempre necesito luz porque cuando muera lo único que veré será oscuridad. Así que, intento aprovechar la luz del sol todo lo que pueda, incluso me levanto al amanecer para aprovechar los primeros rayos. Empecé a hacerlo hace dos años, cuando me di cuenta que realmente el tiempo se me estaba agotando y yo no estaba disfrutando de las pequeñas cosas todo lo que debería.

Mi hermano me da la linterna y la sujeto, poniéndome a un lado de la puerta mientras él pone la mano en la manilla. Trago saliva duramente y aguanto la respiración cuando él la gira lentamente. No se abre. Ambos nos miramos alarmados. ¿No está?

—No está aquí —susurra.

—¿Y si duerme con la puerta cerrada? —Pregunto.

—¿Para qué iba a dormir con la puerta cerrada? —Inquiere con el ceño fruncido.

Alzo mis cejas. ¿Lo pregunta cuando hemos venido a robarle? Balderik bufa y vuelve a sujetar la linterna.

—Tendremos que volver otro día —dice— Vayámonos antes de que regrese.

Asiento y lo sigo de vuelta, bajando los escalones con cuidado de no caerme. Cuando llegamos de nuevo a la planta principal, el ruido de una puerta nos alarma y mi hermano apaga la linterna.

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