Hurt. (Souharu)

Capítulo 16. No retorno.

El ruido de cada bombín abriéndose temblaba en el aire. Primero entraba la llave, muy despacio, lo suficientemente despacio como para que no hiciese ruido, luego, vuelta a vuelta abría las habitaciones en busca de aquellas malditas zapatillas de cebra. Había momentos en los que parpadeaba y todavía podía ver cómo la sangre brotaba por sus heridas, podía ver sus ojos abiertos, perdidos en un vacío desconocido, mientras aquellas mismas gotas superaban sus pestañas y se adentraban en su mirar. Se había quedado perdido, traumatizado, herido de gravedad.

Haru no podía hacer nada, no podía hacer nada más que luchar por saber quién había sido. Se enteró rápido por Rin de que había mentido al testificar con la policía. Todos se habían quedado consternados al saberlo, pero quizás no sorprendidos; le conocían y sabían que querría tomarse la justicia por su mano cuando se recuperase de la paliza. La paliza. Aquellas palabras resonaban en su mente, intercalándose con los fríos fogonazos de las imágenes. Sousuke no estaba bien y había que estar ciego para no verlo. Sus ojos gritaban con cada paso que daba que estaba a punto de caer, a un instante de no poder más.

Los remordimientos consumían su alma cada vez que pensaba que su mejor amigo estaba enamorado del hombre al que tanto deseaba... al que tanto quería. Aquellos sentimientos contenidos explotaron dentro de sí mismo en el momento en el que le vio tirado en el suelo, inconsciente, con la vida pendiendo de las ateridas yemas de sus dedos. Pero había otro pensamiento que se repetía en eco en su cabeza, un pensamiento que le hería como clavos en el alma, como tratar de abrazar cristales rotos: no podría hacerlo. Sabía que Sousuke estaba enfermo, enfermo más allá de su dolencia, enfermo más allá de la pena que arrastraba. Un monstruo se había gestado en su vientre y amenazaba con comerle desde dentro; cada día un bocado hasta que no quedase nada más de él.

Revisó seis habitaciones hasta que entró en una cuyas luces estaban apagadas y las persianas completamente bajadas, por un instante sintió una ola de terror recorriéndole al pasarse por su mente el pensamiento de que quizás alguien dormía dentro; pero pasaron los segundos y nadie gritó, levantándose hacia la puerta. La cerró con cuidado y se metió en la habitación. Un fuerte olor a colonia y sudor embriagaba el ambiente haciéndolo pesado y espeso como una manta invisible sobre sus hombros. Miró bajo las camas en busca de aquellas zapatillas, buscó en el escritorio y en las esquinas, pero no las encontraba. Antes de darse por vencido y salir sus ojos se desviaron hacia el armario. Quizás fue instinto, quizás intuición. Se paró frente a las puertas y las abrió rápidamente.

Ahí estaban.

Rodeó el número de la habitación en el pequeño papel que llevaba y se lo metió corriendo en el bolsillo. Una arcada de nervios y rabia trepó inmunda por su garganta. Ahí dormía el chico que casi había acabado con la vida de Sousuke, ahí vivía, ahí estudiaba, en esa cama incluso se la cascaba. Era de Samezuka. El nombre de Takeshi Nakamura rezaba en los apuntes de la asignación de habitaciones.

Quiso gritar de rabia, quiso esperarle en medio de la penumbra y abalanzarse contra él, golpearle hasta dejarle inconsciente y después de eso seguir ahogándole hasta que sus manos quedasen clavadas en la piel de su cuello. Quiso que sintiese todo lo que le había hecho a Sousuke. Por un instante imaginó su rostro, trató de imaginar cómo sería aquella bestia, cómo serían sus ojos. Tan solo se esbozaban en su mente retratos maquiavélicos de grandes cejas, ojos enjutos, narices inmensas. Nada parecido a su normal aspecto, su pelo normal, sus ojos normales, su también normal nariz. Los monstruos no se escondían bajo apariencias grotescas, los mejores monstruos se esconden en los rostros más comunes.