El averno

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JinYoung había sido devorado junto con cuatro de sus hermanos. Urano había profetizado que uno de los hijos de Cronos, su padre, sería quien lo derrocaría del puesto que ocupaba. Así que para evitar que la profecía se cumpliera, el titán Cronos devoró a cada uno de sus hijos.

No recuerda mucho acerca de lo que vivió ahí, nada más que mucha oscuridad. No estaba solo, pero la compañía no era muy agradable en esas circunstancias. La tenue claridad entraba desde los ojos del titán, pero la única luz que se veía brillante y cegadora era la que entraba por la boca de Cronos cuando la abría para devorar a un hijo más. Se guiaban por las voces y las pocas sombras que podían identificar, las cuales resultaban casi inexistentes.

Un día, sin que él o alguno de sus hermanos lo esperara, su padre los regresó al mundo exterior. Resulta que habían tenido un hermanito más, Jae Beom, éste pudo sobrevivir con ayuda de su madre Rea que al ver lo sucedido con sus demás hijos -y ya harta de la situación- decidió marcar el fin. A pesar de que Jae Beom era menor tenía un aura increíblemente llamativo y una convicción tremenda, fácilmente los convenció de pelear juntos para destronar a Cronos y así liberarse de sus crueles fines. Al finalizar la batalla tras unos largos años -diez para ser exactos- los tres mundos se quedaron sin que nadie vigilara y comandara los límites que pertenecían a cada uno; mar, tierra e inframundo.

Todos estuvieron de acuerdo en que Jae Beom fuera el Dios supremo, sin embargo, él pidió ayuda para poder controlar cada espacio de los mundos ya que sólo no podría, además, la participación de todos debía ser recompensada. Así fue como Jackson se quedó como el Dios de las aguas, en cuanto a él, se le otorgó el inframundo. JinYoung se convirtió en el Dios de los muertos.

Al principio no quiso serlo, la idea no le pareció tan llamativa. Le había tocado el peor de esos mundos, no supo cómo reaccionar ante el veredicto que hasta ese momento no le parecía convincente, pero aún así no objetó nada. Incluso si todos los demás hermanos podían sentarse al lado de Jae Beom en los cielos para vigilar a los mortales a diferencia de él que tenía que quedarse en el averno, solo, perdido entre un enorme espacio tan infinito como el universo, separado de todo contacto con los mundos de arriba.

Incluso para él, el inframundo era enorme, también necesitaba ayuda pero nuevamente se mantuvo con la boca cerrada porque sabía que nadie querría quedarse en ese lugar. Ya sea porque ahí no abundaban praderas, árboles, arroyos y un ambiente como el de la Tierra o porque no querían estar en el mismo lugar que su padre. Cronos había sido condenado a pasar el resto de sus días en lo más alejado y profundo del averno junto con otros cíclopes en lo que llamaba el Tártaro, el peor lugar del inframundo donde iban aquellos que merecían sufrimiento por los actos cometidos.

Pero nadie sabía que era tan enorme como para que las almas condenadas no pudieran hallar una manera de salir, estaba bien protegido y las delimitaciones quedaban muy lejos de algún otro sitio del inframundo. Tampoco es como si quisiera visitarlo, mira que devorar a sus hijos dice mucho de él.

Con el paso de los años, sin siquiera pedirlo, le comenzó a llegar algo de compañía. Estaba el barquero Caronte que transportaba las almas por el río, una enorme bestia canina de tres cabezas llamada Cerbero que tenía la responsabilidad de custodiar las almas, sin duda era su compañía favorita a pesar de que no podía entablar conversación alguna con él.

Así mismo, la relación de su mundo con los otros estaba obligada a coexistir, de vez en cuando Jae Beom mandaba a algún otro Dios para que arreglara asuntos con él, pero los que más se aparecían eran el Dios de la muerte, Wonho, junto al Dios mensajero y patrón de los psicopompos, YuGyeom, siendo este último con quien más cercanía tenía. Pero el chico no podía quedarse, siempre iba volando de un lugar a otro como si en vez de un Dios se tratase de un mandadero.

Autumn, Winter [JinBam]Where stories live. Discover now