Capítulo VII: La danza de fuego

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La música los abrazó con fuerza tan pronto como pusieron un pie fuera de la tienda, lo que resultó inesperado para Sky, puesto que en el interior de la carpa de Madame Moreou no fue capaz de percibir nada de lo que estaba ocurriendo en el exterior, como si dentro se hubiesen encontrado aisladas del mundo mientras esta última se disponía a indagar su porvenir en las hojas de té.

Una vigorosa festividad se había apoderado del Bazar. Las flautas silbaban y los violines soltaban alegres notas al aire, en tanto los tambores y panderos hacían vibrar su corazón. Una sensación maravillosa recorrió su piel. Aquella música encendía algo en su interior, un sentimiento tan poderoso, que ahuyentó todas las profecías y advertencias de su cabeza. Su sangre y sus huesos parecían responder a cada instrumento. Sus células cobrando vida a medida que las tonadas se intensificaban.

Las personas habían formado un círculo de baile y algún hijo de la luz (o del cielo) había encendido un fuego en el centro del mismo, el cual lanzaba alegres llamaradas mientras las personas bailaban en parejas a su alrededor. Era como ver una escena salida directamente de un libro, excepto que mucho mejor.

Esto era real.

Este era su mundo y formaba parte de ella tanto como ella de él.

Si sería o no capaz de replicar la intensidad de este sentimiento de pertenencia, una vez que conociera la Ciudad de luz, era algo que no podría responder con certeza. No porque le pareciera imposible, sino porque la magnitud de sus emociones todavía la sorprendían. Todo ese amor nacido por la atracción hacia una tierra que la llamaba y la reclamaba como suya con cada una de las notas de su ferviente música constituía algo tan poderoso, que parecía inadmisible que un solo corazón pudiera soportarlo.

Los cuerpos de los danzantes parecían recortados contra el fuego, sus pies expertos daban la impresión de flotar sobre los adoquines de piedra gris y una añoranza se apoderó de ella. De pronto deseó ser capaz de bailar de esa forma, con esa soltura propia de aquellos que podían permitirse desligarse de todo por un instante.

—¿Princesa? —la saludó un joven de ojos cafés, cuyo cabello pelirrojo arrojaba brillantes destellos dorados debido a la cálida luz que irradiaban las llamas. Se trataba de Charles Lupei, el jinete de dragón de la segunda al mando de Raoul, Freya Campbell— ¡Qué honor contar con su presencia esta noche! Y Traian Lovewood por supuesto, es un placer verte nuevamente a tí también, qué gusto.

A su lado, Traian le devolvió las cortesías inclinando la cabeza en su dirección en señal de respeto— Charles.

Skylar no había visto a Charles desde ese día en la biblioteca, cuando Freya dio la tajante orden de que ninguno de ellos abandonase la mansión. Orden que, cabía decir, no cumplieron.

—¡Señor Lupei! —lo saludó, genuinamente animada de ver al hijo de la luz— Qué alegría verlo.

—Lo mismo digo, princesa. Pero oh por favor, nada de "señor", solo Charles está bien. —respondió este rascándose la cabeza en un gesto apenado. El reflejo de las llamas de la fogata en sus ojos le hacían ver mucho más joven y menos oficial— ¿Han venido a disfrutar de la danza de fuego?

—¿Danza de fuego? —Skylar sintió su propio fuego interior agitarse con impaciencia, manifestando un extraño deseo que no tenía idea de cómo saciar.

—Usualmente se lleva a cabo durante las fiestas de equinoccio, pero los guardianes han decidido hacer una excepción debido a la celebración.

"¿Celebración...?". Aquello carecía por completo de sentido. Todavía se estaban llevando a cabo reconstrucciones, las familias seguían de luto por sus muertos y las grietas labradas entre ambos pueblos, luego del duro golpe asestado por la oscuridad en contra de Gealaí, continuaban latentes cual herida sangrante.

El legado de Orión ©Where stories live. Discover now