Capítulo III: Performance

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Eran pasadas las seis cuando Sky se dispuso a bajar al salón comedor.

Estando junto a Audrey, Skylar había encontrado un espacio de invaluable paz. El nerviosismo y la reticencia que solían invadirla cuando subía las escaleras hacia la enfermería, se disipaba en cuanto se encontraba cerca de su hermana, permitiéndole apartarse momentáneamente de todo cuanto la preocupaba, olvidando todo lo demás. Era lo que sucedía al volcarse en otra persona, cuando el cuidar de ella aunque fuera mediante el simple acto de velar sus sueños, te brindaba un sentido de utilidad que ayudaba a que el tiempo transcurriera más rápido sin que te dieras cuenta, lo que para Sky implicaba una bendición, ya que de algún modo la anclaba a la realidad. Esto debido a que durante las largas noches en Gealaí, resultaba difícil tener una noción acertada del paso de las horas, puesto que cada minuto de cada día, el cielo permanecía cubierto de un manto infinito de estrellas y la luna se mantenía izada en lo más alto, cubriendo la inmensidad del polo con su luz perlada y dando la impresión de que el tiempo no pasaba en la Base Sur de los guardianes.

Estar en Gealaí era en muchos sentidos como estar en un mundo diferente, un mundo de blancura inagotable, con sus torres que parecían tocar el cielo y las extensas cordilleras nevadas que daban la impresión de ser dragones dormidos, capaces de despertar en cualquier momento para alzarse como protectores de sus tierras.

"A Christian le hubiera encantado conocer este lugar...".

Recordarlo le resultó doloroso. Rememoró la forma en sus ojos grises solían brillar cada vez que hablaba de las ciencias naturales, él que siempre se había encontrado hambriento de conocimiento y con un ferviente deseo de ver el mundo.

Gealaí resultaba hermosa de una forma que Sky solo podría describir como "mística", pero también era cierto que estando ahí se sentía menos humana con cada día que pasaba.

Christian y ella habían tenido su propio plan. Tras graduarse, viajarían juntos como mochileros, recorrerían el globo y serían testigos de las maravillas que este tenía para ofrecerles. Visitarían el Coliseo, las pirámides, Olimpia, la torre Eiffel...

Era un sueño que la realidad les arrebató. Ahora se suponía que eran enemigos... Pero Sky se negaba a aceptar algo así.

Ella ya tenía muy en claro que no era humana, al menos no en su totalidad. "Pero, ¿Acaso los hijos de la luz y del cielo no tenían algo de humanos también?". Vivió como humana la mayor parte de su vida... Un lujo que la mayoría de los nefilims y guardianes no habían tenido jamás. Alejada de la guerra y los conflictos. La verdad de las cosas es que Sky no quería desprenderse de esa belleza tan fácilmente. No quería olvidarse de que existía algo más que la constante lucha... Los humanos podían vivir de sueños y promesas, eso era lo que los mantenía en pie día tras día a pesar de las dificultades y muy dentro de ella, Sky deseaba que estas personas, en especial su hermana, también pudieran experimentar ese tipo de vida, ese tipo de esperanza.

Tras el funeral, Sky había tomado una decisión. No solo salvaría a Christian, sino que haría todo lo que estuviese en su poder para salvarlos a todos de esa vida de armas y monstruos.

Para cuando llegó al salón, la mesa ya se encontraba servida y los puestos a su alrededor, ocupados.

Como siempre, Zafrina se lució con la comida, preparando un banquete que fácilmente podría alimentar a un ejército. El olor a carne especiada abrazó sus sentidos junto con el de las papas horneadas. Al percatarse de su presencia, Trai levantó la mirada y sus ojos se encontraron como imanes. Tenía el cabello ligeramente húmedo cayéndole con suavidad sobre la frente y los ojos verdeazul. Se había cambiado la ropa de entrenamiento y ahora llevaba una chaqueta de un azul marino casi negro sobre un jersey gris, debajo del cual probablemente estaría usando su traje de batalla para conservar el calor.

El legado de Orión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora