Capítulo 48 - El trato

Magsimula sa umpisa
                                    

—Tiene que ser ahora —insistió Nora—. Se acerca la hora de la bestia, y tengo que prepararte. Vení.

Nora ayudó a levantarse a Lucía, quien estaba envuelta en un camisón blanco que tapaba lo que parecía ser un cadáver andante el cual no se podía sostener ya siquiera por sí mismo.

Ambas se abrieron paso entre la opresiva oscuridad, que aquella noche era aún más intensa y peligrosa. Pero a diferencia de otras veces, el enemigo estaba a la vista, frente a frente, guiándola a la boca del lobo, o al que orquestaba aquel juego macabro en el que solo eran fichas que se movían y tambaleaban hasta caer rendidas a sus pies.

Lucía era guiada por un mundo de sombras hacia lo que parecía ser un baño preparado para darle la bienvenida. En el medio se veía una gran tina blanca o dorada, aquello no importaba en su estado más cercano al letargo que a la conciencia plena de sus actos.

Lo único que pudo sentir fue cómo Nora le quitaba la poca ropa que tenía y sentía un frío sobrecogedor haciéndole temblar la piel a merced de las múltiples velas que se esparcían por todo el baño.

—Te preparé un baño de rosas especialmente para vos —le dijo aquella mujer—. Metete, dale.

Lucía solo obedeció. El agua estaba tibiecita, aunque al principio sentía que le quemaba la piel de lo sensible que la tenía. El vapor del agua comenzaba a hacerla cabecear, pero, un tirón fuerte de pelo la hizo reaccionar y despertar de inmediato.

—Disculpame —le dijo Nora —, necesito que estés despierta. Tratá de relajarte y que el agua y las esencias sensibilicen tu piel.

Nora comenzó a peinarla. Le dolía. Grandes mechones resquebrajados se desprendían de su cabeza, y un quejido tras otro le arrugaban la cara a medida que notaba que en la pared había un crucifijo invertido que le comenzaba a helar la sangre. Lucía no estaba segura de dónde se estaba metiendo... o tal vez estaba demasiado segura del peligro que corría su alma.

—No te preocupes por eso —Nora notó su mirada perdida en el crucifijo—. Solo es un adorno. Pensá que te va a devolver la vida que tanto soñaste, con tu hijo en brazos.

Los mechones seguían saliendo de la cabeza de Lucía. Su cuero cabelludo se veía lastimado, con moretones y manchas de sangre que se hacían presentes con cada pasaje de la peineta por su piel. El dolor comenzaba a hacerse cada vez más inquietante así como el cuerpo de Lucía.

—¡Quieta! —le ordenó Nora pellizcándole el hombro—. Si te arrepentís no va a funcionar, y Él no tiene mucha paciencia —El silencio incómodo entre ambas fue interrumpido por un llanto que se oía a lo lejos—. ¿Escuchás eso? —Lucía asintió preocupada—. Es... es él... —Nora se mostró asombrada. Desde la oscuridad más opresiva provenía el llanto de un bebé—. ¿Te das cuenta? ¡Es Pedrito! ¡Está con él!

—Tengo que ir a buscarlo —Lucía intentó incorporarse como pudo, pero Nora la detuvo de inmediato.

—¡No, no, no, nena! ¡Tenés que seguir el protocolo! Hay que hacer las cosas como él quiere, sino no vas a recuperar a tu hijo. Él te está esperando, así que hacé este último sacrificio por él, ¿sí? —Lucía asintió con lágrimas en los ojos, intentaba seguir la dirección del llanto—. Mirame, va a salir todo bien. Tu hijo va a estar pronto en tus brazos. 

El tiempo siguió pasando hasta que el reloj marcó las tres de la mañana, y el ambiente cambió. Las velas alrededor se apagaron. El frío se hizo más intenso. Las cortinas en la casa dejaron de ondear, y las gotas saltarinas de la noche se escondieron para ya no querer ver lo que venía por delante.

—Ya es hora —le avisó Nora con un rostro desafiante.

La vistió, la perfumó, y la maquilló como si de una de sus preciadas muñequitas se tratase, para ofrecérsela al mismísimo diablo. Y tomando nuevamente su vela, la llevó por los pasillos oscuros hacia una capilla o la simulación macabra de una, para encontrarse allí con una entidad malévola que aguardaba su llegada. Un ser de casi dos metros, con un par de faroles amarillos como ojos que la miraban de forma penetrante, y que la hacían temblar. La oscuridad del lugar no dejaba ver bien su figura, ni cómo era. Solo se podía ver sus manos afiladas como cuchillas que sostenían a su bebé, el cuál dormía sin saber que estaba en manos de la encarnación del mal.

—Miralo, que precioso que es —dijo Nora, fingiendo que le conmovía—. Acercate, tocalo.

Lucía se acercó con ciertas dudas. De hecho, muchas. Pero se le fueron cuando logró tocarlo. Las lágrimas se asomaron por su rostro. Lucía comenzó a llorar desconsoladamente, no había nadie que pudiera calmarla. Pero sí había alguien que podía salvarla, o al menos eso intentaría.

Scappa da lì, signorina! —gritó Lorenzo apuntándole a Nora—. È una trappola!

—¡¿Pero qué significa esto?! —Nora estaba indignada—. ¡¿Qué hace un empleado apuntándole con un arma a su patrona?!

Il teatro è finito, signora.

—¡¿Pero qué estás diciendo?! ¡Esto es un milagro! ¡Así que no te metas y andá a cumplir tus funciones! —le ordenó a los gritos—. ¡No te abuses de mi confianza, tano, eh!

Questo non è un miracolo, è un sacrilegio. Una mentira e tu lo sai.

—¡¿Me estás llamando mentirosa?! ¡Inmigrante atrevido!

—Lucía, salga de ahí, per favore.

—Lucía, no lo escuches.

—Lucía...

—Lucía...

¡Cállense los dos! —gritó ella dejando de llorar—. Él... él no es Pedrito —sentenció ella, dejando a todos atónitos.

—¿Qué? —preguntó Nora—. ¿Cómo que no es?

Lucía negó con la cabeza.

—Me mentiste... él nació con un lunar característico cerca de su naríz, y no lo tiene.

—Pero... pero en tus dibujos no lo tenía.

—Sí lo tenía... me mentiste todo este tiempo.

Il diavolo è así —sentenció Lorenzo.

Lucía dio un paso hacia atrás, miró a los ojos a aquella criatura gigantesca parada frente a ella y rechazó su oferta. No vendería su alma por una mentira.

Aquella negativa generó un grito de furia ensordecedor que lo hizo desaparecer entre la oscuridad sin poder hacer nada al respecto más que aceptar la decisión de Lucía.

—¡¿Ves lo que hiciste?! —gritó Nora furiosa—. Ahora nunca vas a ver a tu bastardo. ¡Nunca!

—Se terminó tu jueguito, Josefina, o como te llames —le dijo Lucía acercándose a Lorenzo.

—Yo no lo creo —interrumpió Manuel apuntándole con un arma a Lorenzo en la nuca—. Bajá el arma o te quemo ahora mismo.

—Signor, calma.

—¡Bajá el arma o te quemo ahora mismo! —Lorenzo no tuvo más remedio que obedecer sus órdenes una vez más—. ¡Muy bien! Me pregunto qué voy a hacer con vos. Veo que sos un traidor, merecés un trato como tal.

—¡No lo mates! —imploró Nora.

—¿Perdón?

—¿Qué? ¿Te pensás que sos el único que puede curtir acá? Yo también quiero algo de diversión. Así que dejámelo un rato.

—No puedo creer lo que me está proponiendo... bueno, vamos... los dos caminando al patio y sin hacer ruido o son boleta. No se preocupen, que van a estar muy bien acompañados. 

Sombras en la noche (#SdV 2)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon