Capítulo 11 - El precio de las mentiras

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Los ánimos en la pensión estaban diezmados frente al cajón de Lucas. Las lágrimas de todos eran inconsolables ante la tragedia, y aún más cuando había llegado el momento de darle unas palabras de despedida al joven antes de sepultarlo. Nadie quería hacerlo, a nadie le salían palabras suficientes para expresar su dolor... excepto a Guillermo, quien se subió a un pequeño estrado con hojita en mano para dirigirse a su 'inseparable' amigo y a todos los presentes.

—Bueno... primero quiero dar las gracias a todos por estar acá. Sé que acá estamos todos los que éramos importantes para él, así como él lo era para nosotros —comenzó diciendo sin titubear—. Hoy se nos va un gran amigo, un gran hijo, un gran compañero de aventuras, de vida... Él era mi gran amigo, éramos inseparables. Siempre voy a recordar las tardes en el barro jugando al fútbol, donde lo tenía de hijo por cierto —agregó causando algunas risas tranquilizadoras a lo lejos—. Él era un ser humano ejemplar, no tenía enemigos, y sí mucha vida por delante que fue arrebatada injustamente... Pero hoy no quiero llorar Lucas, no lo voy a hacer, porque sé que seguirás viviendo en nuestros corazones, sé que vas a brillar como una estrella en el cielo. Y porque prefiero recordarte con esta pelota, que era con la que jugábamos siempre. Tu alma vivirá siempre en ella. Te quiero, amigo mío.

Aquellas palabras habían conmovido a la mayoría de los presentes, quienes lloraban al ver a un adolescente como Guillermo tener que llorar la muerte de su mejor amigo. O eso era lo que querían ver, porque a Guillermo no se le asomaba ni una sola lágrima aunque quisiera, al menos para tapar el ojo por lo que había hecho. Pero simplemente, no le salía del corazón.

—Pobre gurí, me imagino lo que debe estar pasando —le dijo Manuel a Lucía.

—Sí, es terrible. Realmente es una tragedia —aseguró ella mirándolo con pena.

Las miradas acusatorias seguían posándose sobre Manuel, y él ya no podía ser ajeno a ellas.

—Lucía, mejor me voy. Creo que incomoda mucho mi presencia acá.

—No se preocupe por las miradas despectivas, Manuel. Es que acá no acostumbran a recibir personas como usted —le aseguró ella.

—Entiendo, no hace falta que me explique. Y va a ser mejor que me vaya porque no quiero dejar mucho tiempo a mis hijos solos.

—Ah, claro. ¿Quiere que vaya con usted? Así ya los cuido.

—¡No, no! ¡Por supuesto que no! Quédese a acompañar a su gente, mañana si se siente mejor, vaya.

—No, ¿cómo cree? Ya es demasiado abuso.

—Insisto, Lucía. Es mejor estar con los suyos en las malas.

—Bueno... una vez más, gracias. De verdad. Usted es un hombre muy generoso —Lucía estaba sorprendida ante la aparente bondad que había en Manuel.

—No agradezca, Lucía. Hasta mañana —se despidió él alejándose con su sonrisa galante entre la lluvia.

Cerca de ellos, Lorenzo seguía atento a ellos, esperando el momento en que Manuel se fuera para acercarse a Lucía.

—Lucía, come va?

—Y... los ánimos están por el piso, estamos todos conmocionados —respondió ella.

—Sí... era ese il tuo jefe? —preguntó Lorenzo sin titubeos.

—Sí, Manuel Ferreira. Él se ofreció a hacerse cargo de todos los gastos y además acompañarnos. Pero ya se tenía que ir.

—Usted confía en él, signorina?

—¿Qué quiere decir? —a Lucía se le hacía extraña aquella pregunta de la nada.

Sombras en la noche (#SdV 2)Where stories live. Discover now