Capítulo 9. Verdades que duelen

4 2 3
                                    

Delilah tenía un secreto

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Delilah tenía un secreto. Un secreto que no podía compartir con nadie. El único que lo sabía era Christian y ni siquiera eso le servía, pues en su estado no era el mejor para consolar.

El chico había regresado a su lado hacía ya unos cuantos meses, pero, a pesar de sus esfuerzos, no había mejorado nada. Tenía pesadillas, ataques de ira o de pánico, ansiedad y, a veces, se volvía incontrolable. En ocasiones desaparecía de su casa y la joven se volvía loca, pensando que todo había sido un sueño... y que no lo volvería a ver.

No podía regañarlo por irse, pues parecía que su hermano mayor tenía lagunas mentales y no se acordaba de dónde había estado ni de por qué se había marchado. Al menos siempre volvía.

Sin embargo, aquella dinámica estaba haciendo que se planteara seriamente internarlo en el hospital, pues no podía lidiar con él y con su trabajo adecuadamente. Y, sin embargo, cuando pensaba en eso se sentía culpable... era como si quisiera deshacerse de él como si fuese una prenda de ropa rota e inservible.

Tampoco podía dejárselo a su padrastro —a quien en realidad consideraba su verdadero padre—, porque él también trabajaba.

No sabía qué hacer, ni con quién hablar y estaba desesperada.

¿Y el secreto? El secreto era algo que la había dejado marcada. Ahora miraba a Christian como si se fuese a romper en cualquier momento...

Había pensado en acudir a Dominic, pero un periodista no le parecía la mejor persona para contarle un secreto. Y, sin embargo, no creía que pudiera ocultárselo.

Debería haber rechazado su invitación, pero ya era demasiado tarde para lamentarse.

Estaban en una diminuta pero encantadora cafetería del centro de Londres, cerca del Hospital San Mungo, y Dominic no había tardado en preguntarle qué le ocurría.

—Oh. No, nada...

—No te había visto tan triste desde el día en que nuestros estados de humor eran afines.

Se refería, por supuesto, al día que se conocieron porque él se había cruzado con un pogrebin y se había convertido en su paciente.

—Somos amigos, puedes confiar en mí.

—Me gustaría, pero... tu trabajo...

Dominic la miró con los ojos bien abiertos, pero luego recuperó una expresión normal... salvo por una mueca.

—¿En serio me ves capaz de publicar lo que sea que me cuentes? Para empezar, soy periodista, no un chismoso. Y para publicar hay que ser serio y poner las fuentes de las que se ha extraído la información —le explicó con calma.

Delilah bajó la cabeza.

—Disculpa... Es que tengo miedo de que alguien lo descubra... —Respiró hondo— Cuando se publicó en el periódico que Frank Saunders apareció en su casa con signos de haber sido asesinado, y mi hermano lo vio se alteró mucho...

En tiempos de merodeadores 2Where stories live. Discover now