Capítulo 8. Es curioso cómo el amor llega a casa a tiempo para el té

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—¡¿Cómo que despedido?! ¿Te has vuelto loco, Bartemius?

—¿Qué es esa falta de respeto, Kilver? ¿Quieres que te despida a ti también?

El susodicho lo había mirado con desafío, ladeando la cabeza, y con los brazos cruzados.

—Despídeme, te ganarás unas cuantas enemistades no solo en la oficina, sino en todo el Ministerio.

Kilver era un auror respetado en todo el organismo gubernamental por sus años de servicio a la comunidad mágica. Era un hombre inteligente, fuerte, maestro de duelos y sentía verdadera pasión por su trabajo. Daniel lo admiraba por ello.

—Los contactos lo son todo, ¿no? —añadió el jefe de aurores, lanzándole mirada afilada a su superior.

Daniel recordaba esa escena con una sonrisa, a pesar de su despido y de la noticia de que su única pista sobre lo que le habían hecho a Arabelle se había esfumado con la muerte del funcionario. Kilver lo había defendido y había retado al pretencioso de Crouch, a quien el auror más joven tenía entre ceja y ceja desde que había propuesto la reforma que permitía a los aurores matar.

—¡Hola, señorita! —la saludó con alegría y, demostrando que se encontraba mejor, la Hufflepuff lo miró con una sonrisa.

—Hola, Daniel.

—Adivina qué. ¡He traído a un amigo! —Miró hacia afuera y dijo—: Ya puedes entrar, Fiero.

Las cejas de Arabelle se alzaron al ver al animal entrar corriendo en la habitación. Se había esperado un rottweiler o incluso un dóberman, no el pequeño terrier escocés negro como la noche que atravesó la habitación y se detuvo junto a su cama. No porque a Daniel le pegara un perro más feroz, pues en realidad aquel parecía perfecto para ser su compañero, sino por el nombre.

Aquello la hizo reír.

—Pensaba que Fiero era... un perro fiero de verdad.

Daniel la miró, alegre. Lo habían despedido, pero no se lamentaba por eso, pues al final había logrado lo más importante: salvar a una inocente de las garras de los magos oscuros que la tenían cautiva. Y, por si fuera poco, ahora la chica también se reía.

—La gente suele creer eso. Es divertido ver la sorpresa en la cara de los demás cuando descubren la verdad, por eso lo llamé así —le contó mientras lo cogía en brazos para colocarlo sobre el regazo de la paciente.

Arabelle miró al animal con una sonrisa y se atrevió a acariciarle la cabeza. El perrito no solo se dejó, sino que enseguida se acurrucó a su lado.

—Es adorable... —dijo con una sonrisa enternecida. Luego miró a Daniel, sin dejar de acariciar a su compañerito, y su gesto se volvió algo triste— Bert me contó que te despidieron... lo siento mucho.

—Ah, yo no. Tranquila, estoy bien. No me arrepiento de nada.

La chica lo miró con genuina sorpresa. Nunca se habría esperado que el auror se lo tomase así. O exauror, mejor dicho.

—Es que —empezó a decir el muchacho, inclinándose hacia ella y bajando la voz— mi exjefe es un cretino.

—El señor Crouch, ¿no? El que propuso la reforma de la ley.

—Sí, ese. Tú tampoco pareces muy conforme con esa aprobación.

—Pues no, odio esa ley. Por lo que veo, piensas lo mismo.

—Bueno, el odio es un sentimiento muy fuerte, pero no me gusta. En fin, dejemos ese tema a un lado. Hoy te ves más alegre que el otro día.

Arabelle volvió a sonreír ampliamente.

En tiempos de merodeadores 2Where stories live. Discover now