Capítulo 6. Razones para vivir

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Dicen que el origen de la expresión «salvados por la campana» viene de la época en la que varias personas con catalepsia fueron enterradas supuestamente vivas

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Dicen que el origen de la expresión «salvados por la campana» viene de la época en la que varias personas con catalepsia fueron enterradas supuestamente vivas... el miedo a que los enterraran sin haber muerto había hecho que algunas personas pidieran instalar una campana en su tumba por si había errores en las declaraciones de muerte.

Pues es irónico cuando la campana te salva de la muerte. Sobre todo cuando aún no has sido enterrado. Aunque en esa ocasión fue un timbre.

Daniel soltó todo el aire de golpe y abrió los ojos de par en par. Respiró de forma agitada, pues había estado conteniendo el oxígeno en los pulmones.

Tres. Había llegado a tres y justo había sonado el timbre... igual que volvía a sonar ahora.

Resopló y se puso de pie. Se secó las lágrimas y fue a la puerta con la varita en ristre. No sabía a quién se iba a encontrar al otro lado de la puerta, pero jamás se habría esperado que fuera Oliver.

El hombre, de aspecto comúnmente impertérrito, casi puso cara de espanto al verlo.

—Hola, Rossen. No sé qué haces aquí, alguien tan responsable como tú no debería faltar a sus horas de trabajo.

—Me están cubriendo. ¿Qué es lo que ha pasado hoy y qué haces en tu casa?

—Asuntos internos, no puedo contarte los detalles.

—Oh, venga ya, te encanta parlotear y está claro que necesitas hablar, ¿y ahora no quieres hacerlo?

—Puede, pero ese tipo de cosas se habla con los amigos y yo no tengo muchos tan cercanos.

Rossen alzó ambas cejas. Sin decir nada, y sin esperar permiso, dio un paso hacia adelante para entrar en la casa y Daniel dio uno hacia atrás de forma instintiva.

—¿Ah, sí? Pues me parece que yo lo soy. Y me voy a entrometer ahora en tus problemas como lo hiciste cuando te dije que estaba tomando drogas. —Cerró la puerta tras él y luego lo señaló con el índice—. No hace falta tener muchas luces para saber que estuviste llorando y eso me parece de lo más extraño. ¿Quién o qué te hizo llorar?

«Qué no me hizo llorar habría sido una pregunta más acertada y rápida de contestar», pensó.

—No me apetece hablar, Rossen. Te agradezco que vinieras hasta aquí, pero estoy bien, puedes irte.

«Y una mierda estoy bien, si no me hubieses interrumpido ahora estaría muerto».

—Claro que sí, Daniel, y yo soy un perro violeta.

El auror sonrió de lado, burlón. Era un gesto que desentonaba sobremanera con sus ojos azules ahora enrojecidos e hinchados y su rostro lleno de lágrimas secas.

—Serías un perro violeta precioso —bromeó, con un tono que rayaba lo coqueto.

—Daniel —dijo con un tono que recordaba al de una madre a punto de regañar a su hijo por haber actuado mal—. Deja de decir tonterías para ocultarte tras ellas.

En tiempos de merodeadores 2Where stories live. Discover now