Epílogo

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Daniel estaba contento

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Daniel estaba contento. Había recuperado su empleo, los chicos habían mejorado sus habilidades defensivas gracias a sus clases, había visto de nuevo a su padre hacía menos de una semana y se dirigía a El Caldero Chorreante, junto a su adorable perrito, para pasar allí la tarde con él.

En el fondo también estaba preocupado. Desde que vio a aquellos niños asustados hablando con uno de sus compañeros de que los habían atacado dos mortífagos había querido ayudarlos, pero no le habían asignado el caso y había otros muchos de los que encargarse.

Era casi un milagro, de hecho, que pudiese apartarse del trabajo esa tarde. Aunque, en realidad, lo había hecho empujado por Kilver.

«Si no descansas un poco serás de poca utilidad», le había dicho su exmentor y actual compañero y Daniel, a pesar de ser cabezota como él mismo, le dio la razón y le preguntó a Oliver si quería ir a tomar algo unos días después.

Había encargado un regalo para él, ya que al haber estado internado en Hogwarts no había podido conseguirle uno para su cumpleaños, así que acababa de recogerlo y ahora ya iba hacia el punto de encuentro...

... pero entonces entró en un escudo mágico del que no se percató hasta que, ante él, aparecieron de repente dos sujetos que podían ser identificados claramente como mortífagos.

Uno de ellos alzó su varita hacia él, pero Daniel, en lugar de defenderse, se lanzó al suelo para esquivar el hechizo. Al menos al principio. Deprisa, le dio la bolsa del regalo a Fiero para que este la cogiera con sus fauces y le dijo:

—Vete, ¡corre!

Se puso de pie y vio cómo uno de los mortífagos, que no sabía que se trataba de Bellatrix Lestrange, apuntaba al animal.

Avada Ke...

—¡Expulso! —exclamó Daniel, lo que hizo que la bruja saliera despedida varios metros hacia atrás— Pardillos que atacan a seres inocentes... tsé. Tendrán contento a su jefe —los provocó, como hacía con todos. Se habían metido con su perro y lo iban a pagar caro— Confundus.

El primer hechizo dio a su objetivo, pero el otro mago se defendió y desvió el segundo al suelo, donde se desintegró.

—Eeeey, pero ¿qué pasa contigo? —dijo en su línea de no enfadarse, o no mostrarse enfadado, aun cuando habían intentado asesinar a su perrito. Siempre era mejor mantener la calma... y exhibir una actitud burlesca para frustrarlos— ¿Todo bien en casa? ¿Tus padres no te querían?

En tiempos de merodeadores 2Место, где живут истории. Откройте их для себя