Capítulo 2. El lugar más seguro del mundo

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Era la última tarde de las vacaciones de verano

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Era la última tarde de las vacaciones de verano. Para Adler, como para muchos de sus compañeros, aquello tenía un sabor agridulce. Iba a echar de menos a su familia —sobre todo a Freddie, pues sería su primer año en Hogwarts sin ella—, pero la escuela de magia y hechicería se había convertido en otro hogar para él y, además, allí también estaban sus amistades.

—Espero que por fin hayas hecho uso de esa inteligencia que según el Sombrero Seleccionador tienes y hayas dejado ese ridículo noviazgo con la sangre sucia.

—Cállate, Richelle —masculló Adler por inercia, si bien le sorprendía que estuviera allí. ¿Cuándo habían llegado los indeseables?

—Por lo que veo, sigue siendo un necio —dijo Anceld con resignación.

—¿Yo soy el necio? —contestó Adler, incrédulo— ¡Ustedes son los que siguen enclaustrados en el pasado con unos ideales de mierda!

—Papá y mamá no te educaron para que pronunciaras palabras tan viles.

—Ni a ustedes para que fueran unas víboras, retrógrados gilipollas. Aunque eso es redundante.

—Bueno, no son perfectos... —dijo Anceld— Dejaron que nuestra pura familia se manchara con... ¿cómo era, Elle?

—El defectuoso.

—Eso, con el defectuoso, gracias.

Apenas tuvo tiempo de terminar, pues Adler no pudo más y le cruzó la cara de un puñetazo. Sin duda los mellizos sabían dónde tenían que presionar para hacer que su hermano perdiera el control. El «enano» de la familia no aprendía.

Anceld, con el rostro girado, apretó los labios como si estuviera conteniendo el enfado. O un grito de dolor.

—No deberías haber hecho eso, enano —masculló antes de sacar su varita y apuntar a su hermano menor—. Crucio.

El rostro de Adler se torció en una mueca de dolor mientras se llevaba las manos al estómago. Sus piernas no pudieron sostenerlo más y se doblaron. Primero cayó al suelo de rodillas y luego, con todo el cuerpo. Los gritos de dolor llenaron el salón de la segunda residencia de los Wechsel mientras Anceld miraba a su hermano con odio y Richelle, con una sonrisa maliciosa.

—Esta suciedad debe terminar —dijo la mujer con frialdad—. Deberíamos haber hecho esto antes, Anzy. —Ella también apuntó a Adler.

—¡Belle! —gritó Adler, adolorido por la maldición imperdonable— ¡Belle!

Avada Kedavra —pronunció Richelle.

—¡Belle!

La muchacha abrió los ojos de golpe mientras dejaba escapar un gemido. Se encontró con la mirada preocupada de su hermano mayor.

Sin decir una palabra se abrazó a él. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando.

—Tengo que llamar a Adler —dijo poco después, mientras se separaba de Gilbert.

En tiempos de merodeadores 2Where stories live. Discover now