023: Adam...

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Aparco el auto frente a la cárcel central. Me bajo, rodeo el vehículo, miro a ambos lados antes de cruza la calle en dirección al café que está ubicado a pocos metros. La campana suena cuando abro la puerta provocando que el dueño, curioso, levante la vista hacia el recién llegado. En cuanto me ve me sonríe y se dispone a preparar mi café de siempre: un latte. Tomo asiento en la barra aunque la preparación de mi bebida lleva dos minutos.

— ¿Cómo estás, Sarah?

Sonrío al oírlo pronunciar mi nombre. Le había pedido un millar de veces que me llamará así y no por mi apellido.

— Acá vamos, Will. Vengo a visitar a Denna.

Will deja mi bebida sobre la mesa cerca de mi brazo el cual descansaba encima. Asiente con la cabeza entendiendo pero sin inquirir al respecto.

— Va a salir todo bien.

Tomo un sorbo de café caliente sintiendo el cálido efecto de relajación. Apoyo la espalda en el incómodo respaldo de madera. Asiento para seguido levantarme y caminar hacia la puerta. Me despido de Will y me encamino a la cárcel. Por suerte ya no tengo que hacer demasiado papeleo para entrar, por lo que en un santiamén estoy sentada junto a Denna. La idea de poder saludarla como es debido me llena de felicidad, a diferencia de meses antes cuando podía verla a través de un cristal. Una formación de ella que no era la real. Su reflejo, su voz desfigurados por el vidrio protector que nos separaba.

— Tengo algunas cosas para contarte.

— ¡Yo también!

La confesión me toma por sorpresa. Hacia mucho tiempo que no tenía buenas nuevas, es más, noventa y nueve por ciento de las veces yo era la única que traía algo, por más simple para cambiar su rutina por lo menos media hora.

— Primero que nada... — abro mi bolso, inspeccionado anteriormente, para poder sacar un par de papeles que me había dado Isa — necesitamos que firmes esto.

Denna sujeta la lapicera que descansaba sobre la hoja. La destapa y se dispone a firmar.

— Podría haber vendido tus órganos. — El chiste la hace sonreír aún más, mientras pone los ojos en blanco. — Estos son los papeles legales para aceptar la defensa de Isabella.

Los ojos de Denna se abre sorprendida. Lágrimas amenazan con salir.

— ¿Qué? ¿Tan pronto? ¿En serio?

— ¿Cómo podría mentir con algo así?

De un salto Denna se pone de pie, rodea sus brazos alrededor de mi apretando fuerte.

Me acomodo el traje arrugado, aunque no me molesta. En absoluto.

— Ahora es mi turno. — Denna sonríe y se mantiene en silencio, creando suspenso innecesario. — Adam vino ayer a la mañana.

Pienso un momento: — ¿Adam? ¿Cuál Adam?

— Uno de los amigos de Isaac.

Arrugo el ceño, confundida. El nombre me suena pero no soy capaz de ubicar a una persona asociada a ese nombre. Un flashback me transporta a ese verano, al momento dónde conocimos a Isaac y sus amigos. Adam.

— Dios mío, ¿en serio? ¿Por qué no lo dijiste antes?

Denna desestima mi reproche con un ademán.

— Escucha, Sarah. Me dijo que quería hablar contigo. — Instintivamente me apunto con el dedo índice. ¿A mí? ¿De qué me conoce? — Dijo que tenías que ir al hotel Carmel y preguntar por él: Adam McHammer.

Asiento poniéndome de pie. Me acomodo nuevamente el traje ante la atenta y desconcertada mirada de mi amiga. Me pregunta si voy a ir a lo que contesto que si. Un firme y claro si.

— ¿Debemos confiar en él? ¿Y si es una trampa?

— Si es una trampa lo descubriré. Denna, es la única pista consistente que tenemos, además de un testigo potencial. No podemos dejarlo ir.

Denna duda un momento antes de asentir.

— Cuando hablé con él parecía arrepentido. Creo que... no sé, eso no dice nada. Por favor ten cuidado.

•••

Camino hacia la puerta del gran hotel Carmel sola. Si el comisario Riverson se enterara me mataría aunque no antes que Denna, a la cual le prometí que pediría refuerzos. Aunque sabía que no podía hacerlo. No tenía un caso, no todavía. Estaba haciendo la investigación preliminar. Aparqué el auto unas cuadras antes por protección. Observo a mi alrededor: todo muy elegante. Cinco pisos, ventanales de vidrio gigantes, gente vestida de marca. Dentro una escalera enorme se abría paso a los asensores, cuatro puestos en fila. A mi derecha un par de sofás de terciopelo beige estaba posicionados frente a un plasma. A mí izquierda un enorme escritorio en el cual cuatro recepcionistas estaban consumidos por su ordenador. Camino lentamente hacia el escritorio donde un chico joven y guapo me inquiere si puede ayudarme.

— Estoy buscando a Adam McHammer.

Trato de cerrar mi traje para esconder mi placa. No quería implicar al departamento de policía, mucho menos generar un ambiente incómodo y pesado. El chico asiente, se coloca frente al ordenador y comienza a teclear ávidamente.

— Lo siento, no está aquí.

— ¿Sabe cuándo vuelve o...?

— Lo siento, señorita, pero los clientes no suelen darnos algún tipo de explicación.

Asiento entendiendo el mensaje. Y es cierto, nadie da explicación de a dónde o a qué hora hace tal o cuál cosa, mucho menos a los recepcionistas de un hotel. Mi pregunta me resulta casi graciosa. Me despido con un ademán con la cabeza y me volteo para retirarme pero el chico llama mi atención. Mira a ambos lados como si lo que fuera a hacer no estuviera permitido. Carraspea.

— Lo único que puedo decirle es que no vino está noche — teclea — ni anoche.

Lo miro extrañada por la información que me dió, la que era confidente cinco minutos atrás. Su vista se desvía a mi cintura, a la placa que ante un descuido asomó. Arrugo los labios un tanto frustrada cerrando el traje nuevamente.

— ¿A qué hora salió ayer?

— Cerca de las once antes de la mañana.

— ¿Llevaba algo consigo?

El chico se toma un momento para pensar pero enseguida niega.

— Dejó la llave y salió rápidamente.

— Puedes comprobar que realmente no está.

— Señorita, no está. Su llave está aquí y no es buena idea...

Muestro nuevamente la placa. Está mal, no debería hacerlo pero es mi única oportunidad. Espero que el comisario Riverson lo entienda. El chico sujeta la llave del 324 claramente entusiasmado de participar de un caso.

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