006: Las ventajas de ser un poco invisible

19 3 0
                                    

D E N N A

— ¡Es como si nos estuvieran persiguiendo!

Bruscamente Sarah deposita el pequeño vaso de shot en la barra. Yo me limito a lanzar una carcajada ante el acto infantil de mi amiga.

Bebo un sorbo de mi Martini sin quitar la sonrisa y agrego: — A mi no me parece tan malo — me encojo de hombros bebiendo otro trago.

Sarah le resta importancia a mi comentario con un ademán. Le pide educadamente al barman otro shot de tequila. Me mira de forma inquisitiva, a lo que yo asiento; un shot no me vendría mal. El ademán de mi amiga cambia del uno al dos en un santiamén. El muchacho sonríe y asiente.

— Llegamos aquí hace... — levanta la mano izquierda, le da forma de puño y saca el dedo mayor seguido del índice — llegamos hace dos días y los hemos visto los dos días. — Las últimas palabras las escúpe con un deje de enojo.

— Ya lo sé pero... no es para tanto.

Sarah me mira de hito en hito. En este momento, y confirmando la frase de que la campana te salva, ¿o era salvada por la campana? No importa, la cuestión es que el barman nos entrega nuestras bebidas. Mi amiga tiene una gran sonrisa plasmada en el rostro, y yo sé lo que significa. Sujetamos nuestros diminutos vasos, llevando a cabo el ritual del alcohol, ese en el que decís "arriba, abajo, al centro...". Lo bueno de esto es que es divertido solo la primera vez de la noche ¿Se imaginan hacerlo cada vez que tomas un shot? Dios mio.

Al cabo de unos minutos comenzamos a bailar. El lugar está atestado de gente por lo que cambiarnos de lugar es un peligro, no solo porque no encontraríamos otro vacío sino que perderíamos este, sin dudas. Por lo que nos quedamos justo donde estamos, no solo disfrutando de la música, sino del estado en que nos encontramos.

Una de mis cosas favoritas, es cerrar los ojos mientras comienzo a balancearme al compás de la música. Por un momento me olvido de todo, y de todos.
Deberíamos disfrutar de algo así todos los días por muy difícil que sea ya que, por más de que lo intentemos nunca llegaríamos a un estado como éste. La música nos distrae, el alcohol nos hace olvidar y los ojos cerrados nos permiten la concentración. Y por un momento, por más de que todo a tu alrededor sea ruido, sentís una paz interior porque sabés, que en ese momento, aunque sea sólo por diez segundos, la mente no trabaja, por lo tanto no hay forma de sentirse dañado.

●●●

Bailamos en el centro de la pista junto a varios cuerpos sudorosos. La música es estridente, pero no parece molestarnos en absoluto, ya que nuestras caras están teñidas de un matiz de felicidad. Muchas veces el ruido, es mejor que el silencio. Tenemos los ojos cerrados como es costumbre, disfrutando del momento. Dándole un descanso al cerebro.

Abro los ojos al sentir una mirada fija en mi, lo cual me hace sentir incómoda. Veo a Issac apoyado contra la barra bebiendo, al parecer, con sus amigos. La incomodidad se apodera de mi aún así con el alcohol que tenia en el cuerpo, lo cual me parece raro, ¿y la desinhibición?

Sarah nota mi comportamiento ya que me sujeta por el codo y me arrastra hacia afuera. Si bien la pista al aire libre no es tan acogedora como la pista interna, tiene su atractivo. Hay una barra, la música es diferente, hay menos gente, pero lo mejor, sin dudas, es el aire fresco. La gente está amontonada sobre una pared a la derecha, la barra está al fondo e ilumina casi todo el lugar, el cual es un poco más grande que una habitación.

— ¿Estas bien? — Sarah me mira con preocupación. — Te noto un poco nerviosa.

Me acomodo el pelo detrás de la oreja y sonrío: — Estoy bien, gracias. Sentí una mirada clavada en mi — hice un ademán señalando mi cuerpo — y cuando me volteo a chequear estaba él allí. — Me cubro la cara con las manos.

Escopaestesia — comenta mi amiga sin desacertar. La miro con el ceño fruncido, y sin que yo produzca ninguna sonido, ella me entiende. — Es el término que se utiliza para describir el fenómeno que nombraste recién.

Mi semblante se suaviza comentándole que nunca había escuchado esa palabra antes. Se encoge de hombros restándole importancia.

— Llámese como se llame es muy creepy.

— Lo raro de doto esto, es que yo no lo sentí así. — Me encojo de hombros tratando de ocultar mi rostro un poco, porque pese a que está sombrío nuestro alrededor, ella tiene un sexto sentido que implica saber qué me pasa sin que yo muestre siquiera un rastro de sentimiento alguno.

— ¿Te sonrojaste? — dice un poco sorprendida y, actuando como si recordara algo afirma: — Te gusta. — Sus ojos se abren de hito a hito, imitando la situación de unos momentos atrás.

Trato de actuar indiferente pero sé que con ella es imposible. — Me gusta un poco... — admito un tanto avergonzada.

— ¿Cómo? ¿Cómo te puede gustar alguien en...? — se dispone a contar nuevamente con los dedos, pero yo la detuve antes de que lo hiciera colocando sus manos entre las mías.

— ¡Dos días, Sarah! — Me observa con desconcierto y confusión. Su mirada pasa de mi rostro a sus pies, haciendome sentir mal. — Lo siento. Me molesta que pienses que me guste en el sentido de... — me tomo unos segundos para buscar la palabra ideal — en sentido romántico. Me gusta en el sentido de que me gustaría verlo otra vez ¡pero no estoy enamorada! — me froto las cienes tratando de apaciguar mi temperamento.

Me siento en una banco de madera que hay cerca de nosotras. La cabeza me da vueltas, lo cual no es una sensación muy agradable. Sarah me imita.

— Voy al baño a mojarme la nuca. — le aprieto la mano de forma amistosa, tratando de pedirle disculpas nuevamente. Ella sonríe y asiente.

Camino con un leve tambaleo en dirección al baño. Me tropiezo con varias personas, a las cuales les pido disculpas lo más educadamente que puedo. Por lo tanto, mi pequeño trayecto es un monólogo de justificación.

Una vez que llego a mi destino me encuentro con una pequeña fila de unas tres personas que también quieren hacer uso de dicha habitación. Las chicas delante de mi están cada una en lo suyo; usando el celular, hablando con una amiga, sacándose fotos, de modo que yo soy la única peculiar, por no decir rara. Abro apenas unos centímetros de mi bolso negro, y sonrío al ver que mi libro de Las ventajas de ser invisible sigue donde lo coloqué antes de salir. Sin sacar la mano de la bolsa, espero pacientemente a que la hilera humana se vaya haciendo más pequeña.

Llega mi turno y sonrío. La ansiedad se está apoderando de mi con cada segundo que pasa. Así pues, cuando la última persona sale de la pequeña habitación, siento un alivio. Un alivio que no puedo explicar porque es tan difícil hacerlo como reconocerlo.

Miro hacia atrás encontrándome con una oscuridad casi envolvente; al no haber nadie podría tomarme mi tiempo. La chica, que sostenía la puerta para que yo entrara, me sonríe recibiendo lo mismo como respuesta. Entro. Miro mi reflejo en el espejo. Trato de acomodarme. Apoyo la espalda en una pared desnuda cerca de la puerta, y me dejo deslizar hasta tocar el suelo. Estiro las piernas. Apoyo el bolso en mi regazo, para seguido sacar el libro que tomará el lugar de previo objeto.

Abro el libro encontrándome con la primer frase resaltada en amarillo: No todo puede ser baja autoestima, ¿o sí? Y si, me ayuda. ¿Cómo? No sé. Será saber que alguien más pasa por lo mismo, o es el hecho de tener un lugar donde refugiarse. No sé. Me encojo de hombros respondiéndome a mi misma.

Se sienten tres golpes en la puerta de madera. Maldigo en voz baja a la persona desconocida por haber terminado con mi ritual de bienestar. La puerta se abre antes de que logre decir que está ocupado, dejando al descubierto una cabeza que se asomaba con precaución.

— ¿Issac?

Estoy desconcertada, pero él, en cambio, no presenta alteración alguna.

— ¿Qué hacés acá? — cierro el libro de golpe y trato de ponerme de pie. Issac hace un ademán de detenerme.

— No es necesario — comenta con respecto a mi precaria huida. — Te vi venir hacia acá y quise saludar.

Asiento sin quitar la vista de sus ojos. Me remuevo un poco incómoda cuando él se dispone a acercarse. Se sienta junto a mi, sin dejar de lado la sonrisa y señala mi regazo.


— ¿Y eso? — lo toma sin siquiera pedir permiso, y lo abre por la mitad.

¿Estás segura?Onde histórias criam vida. Descubra agora