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"You should've known better
Than to have, to let her
Get you under her spell of the weather
I got you where I want you
You did it, I never
I'm falling for forever
I'm playing head games with you
Got you where I want you
I got you, I got you
I got you where I want you now"

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—No olviden de asistir a la reservación el domingo, beberemos whiskey, champaña, vino...

—Y cerveza, litros de cerveza—añade entusiasmado hasta el apellido la señora Parvo, abogada inmobiliaria, una mujer de mejillas redondas y una alegría tan intensa que contagia a quien se convierta en víctima de su sonrisa.

El desacuerdo contornea el rostro de Cecil, cuya mirada juiciosa me somete a un breve escrutinio que termina con una de sus afables sonrisas.

—Excepto Sol, para ella comida, montañas de comida—dice tarareando la oración—. Y comeremos manjares de toda clase hasta no poder caminar en línea recta, vamos a celebrar el éxito de este nido de espantapájaros con cerebros como lo merecemos.

Todos soltamos las raciones de torta de chocolate para llenar de aplausos la sala de reuniones.

Veintiocho de junio, marca el calendario colgado en la puerta. Hace más de un mes del corto viaje a Washington, del que regresé con una firma y cada célula impregnada de inspiración y ánimo. Más de dos semanas que culminé con éxito el segundo año de la carrera, una semana de la mudanza total de Eros a casa, junto a Acordeón y junto a mí.

No puedo puntear la vida en pareja en tan poco tiempo más que vivido, conocido, porque no se siente como tal. Semanas atrás compartimos la misma rutina, con el ligero cambio que ahora no tenemos desayunos y cenas ocasionales a la semana, ocurre todos los días.

Dormimos juntos, nos levantamos juntos, nos cepillamos los dientes juntos, compartiendo mirada en el reflejo del espejo, nos adaptamos a la forma de vida del otro, lo que puede resultar incómodo siendo criados de maneras completamente distintas, mientras yo me cocino, lavo, plancho y limpio, Eros requiere ayuda de un personal para cada tarea en específico como un... niño.

Creí conocerlo todo de él, hasta que el domingo llegó y supe, al verlo vacilante con los brazos repletos de ropa, que en toda su vida jamás toco una lavadora.

Ciertamente la ayuda extra del personal de limpieza es necesaria, no me doy abasto a tantos rincones y pisos. Ni Eros con el cepillo y yo con un trapo, pudimos terminar las superficies y espacios, no sin acabar con los brazos acalambrados y el cuerpo entumecido.

Siempre escuché y leí que los primeros días de convivencia son los más sencillos de digerir, un camino de rosas, pero no es así. Son los más singulares, porque es en esos momentos es cuando comienza el verdadero conocimiento, como se desenvuelve la otra persona en la intimidad, que manías tiene a la hora de dormir, si lanza la toalla al piso o la cuelga, si se rasura y deja el desagüe sucio de vellos.

Sobre todo, la sensación de invasión, porque compartes un sitio que era solamente tuyo.

Amo a Eros, lo adoro más allá del entendimiento racional, pero su estilo de vida fastuoso, insufriblemente cuadrado y métrico, colisiona con el confort de mi práctico desorden.

No conocemos fórmulas mágicas ni vías de desvío rápidas, pero tenemos la solución: converger en la adaptación.

Muerdo el bizcocho con el cuidado de no manchar mi labial, pillando la hora en el celular. Las seis y quince de la tarde, Eros pasaría por mí en una hora más, Irina y Christine tienen la última revisión de sus vestidos, necesitan una opinión y Hera ayuda emocional, las pajarracas le devoran el humor en un mordisco.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now