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"I think that you taste like rock candy
Sweet like beaches leave me all sandy
Why do you leave me with watercolor eyes?"

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Advertencia: consumo y mezcla de sustancias.



            El lunes primero de abril regresé a la espaciosa, neutra y silenciosa oficina de Albert Dunderg.

Era especial, un lugar acogedor, tenía que ser de esa forma o habría salido corriendo despavorida del edificio en el momento que sintiese que me escruta el cerebro con cubiertos.

Ese día entré con los nervios palpitando en cada célula y la ansiedad recorriéndome las arterias. No sabía que esperar, el sentimiento de retroceso era extenuante e incluso embarazoso, era fallarme, un fracaso del que tenía que hacerme cargo.

Muy oculto en algún espacio de mi mente, sabía que no tenía que ser así, solo que aún no escalaba lo suficiente para llamar mi atención.

—Sol, me alegra volver a verte por aquí—había dicho el hombre de tez morena y ojos que se acercaban demasiado al negro.

Iba bien vestido, con su suéter coral encima de una camisa azul y pantalón beige. Si algo me agrada de este sujeto, es que no denota esa intimidación que con el primero especialista sentía, el psicólogo que la envió con él, Dunderg, porque, en sus palabras, su caso demandaba un tratamiento más exhaustivo.

Una forma cortes de decir que estaba mal y que no podría con ella.

—¿Lo sano no sería no volver nunca más?—le respondí, apretando la punta de mis dedos, eso me relajaba en momentos tensos. Ese era uno.

—Lo sano sería regresar sin sentir esa presión que veo en ti—mencionó, pidiendo que tome asiente en el sofá con un gesto.

Lo hice de inmediato, como si se tratase de una orden de mi superior. Él no dijo nada por un lapso extenso, se limita a observarme con ojo crítico, lo sé, aunque no lo parezca.

Le emulé, contemplando los detalles alrededor, marcando en un círculo amarillo imaginario los cambios que puedo notar, como que ha añadido un seminario más a la pared en la que no entra ni uno más, también hay nuevos lapiceros en esa caja donde guarda los implementos, y ha cambiado el juego de sillas en su escritorio, ahora son negras, no caoba.

Repitió mi diagnóstico, estrés  postraumático y ansiedad geberalizada. Revisó los resultados de mis pruebas biológicas y luego de volver a explicarme el procedimiento de una terapia de exposición, me regalóla calidez de una sonrisa.

—¿Comenzamos?—pronunció, mi pie rebotaba contra la alfombra negra.

Iba a las prisas, así más rápido terminaría.

Atisbé una sombra precavida en su mirada especulativa.

—Primero, deja de pellizcarte los dedos, respira profundo y relaja la postura—mi cuerpo reaccionó tan pronto finalizó la oración. Cortos pero contundentes espasmos nacen en mis hombros y bajan paulatinamente hasta centrarse en mi espalda baja—. ¿Recuerdas lo que te dije hace meses?—su voz no aumenta ni disminuyo, sostiene la entonación exacta para no tener que agudizar el oído, tampoco sentirme cohibida. Asiento, corta de palabras—. Me gustaría que lo repitieras, por favor.

Si estimo una cosa del trato que este señor me brinda, es que va lento conmigo, me trata como una cría de diez años, respeta mis etapas, las que incluso no conozco.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now