Sol es como un muro de piedra, una fortaleza que se yergue orgullo encima de una pila de escombros ansiosos, reforzado con columnas vacilantes. Aún con temor a dar pasos en falso e indecisión, lucha por mantenerse de pie, erguida y soberana, porque la perseverancia es parte de su profunda inmanencia.

Una sonrisa se estanca en mis labios al vislumbrar los hilos de luz del sol reverberar entre las nubes grises por primera vez en el día.

—El egoísmo te queda precioso, el pesimismo no—mascullo, calculando la distancia restante—. Termina el batido y calma la pierna o le abrirás un agujero a la alfombra. Todo irá bien, porque no hay más opciones que esa.

Percibo su cuerpo soltar la rigidez, ha tomado mis palabras como orden.

Me alejo de la tibieza de su tacto para manipular la palanca de cambios. El punto rojo del GPS brilla intermitente al ingresar al vasto conjunto de viviendas poblado de áreas verdes, densos bosques e infinitos caminos de gravilla diseñadas por algún ser sin talento con un gusto peculiar por los malolientes establos, situado al norte de la ciudad.

Los alrededores se miran descuidados, habrán pasados meses desde la última vez que una maquinaria tocó la maleza. Este hombre debe ganar una jodida miseria, ¿cómo es posible que viva en un sitio expuesto a quien sea, sin siquiera un enclenque guardia de seguridad a la vista?

Comienzo a entender el hambre por unos centavos demás.

...

—Buen día, bienvenidos, pasen—la íntegra afabilidad en la voz de la mujer de edad avanzada forja una pequeña sonrisa en el rostro de Sol—. El señor Langner los espera en el jardín, por aquí.

Sol me regaló una breve mirada antes de seguir la vía marcada por la mujer.

Adentro, la pintoresca decoración se torna en un descomunal museo de artes naturales.
Piso de madera, techos de madera, escaleras de madera... no hay un maldito rincón que no tenga un trozo de madera pulida en el. Desde portarretratos, sillas, muebles, cabezas de animales disecados hasta un gigantesco candelabro de, vaya sorpresa, picos que emulan los cachos de un venado.

Me sacudo la ropa con aspereza, alejando el aroma vomitivo a tierra mojada y naranja quemada de las prendas.

Sol camina sin apuro parelala a mí, revisando exhaustivamente los horrendos detalles de este caballeriza del puto infierno, para mi mayor temor, su semblante no exhibe ni una jodida arruga de disgusto, poco me falta para tomarla del brazo y sacarla de aquí, que le tome gusto escala en la lista de preocupaciones y se apropia del primer puesto.

Una vez fuera del pestilente sitio, mis maldiciones son dirigidas a la grama mojada ensuciado mis zapatos. El espacio se reduce a una parcela de de pinos falsos y una línea de arbustos astrosos.

Si no le interesa contratar un par de jardineros para darle un poco de atención a unos simples arbustos, claramente se le olvidaría construir una senda decente por donde andar.

El olor a tabaco rancio se incrusta a mis fosas como si me restregaran alcohol en la nariz. En el centro de aquella burla de jardín, Langner y Guida comparten un tentempié y lo que parece una pesada conversación interrumpida por la presencia de Sol y mía.

Se ponen de pie como impulsados por el propio asiento, desapareciendo las expresiones antipáticas en cuestión de un instante. El viejo Langner se endereza con dificultad y camina como un puto pavorreal. Su hija, de cabello teñido de rojo, le sigue de cerca, andando como una persona cuerda y normal.

—Eros, muchacho, que gusto tenerte por acá—saluda con su voz flemática, dando un par de golpes a mi hombro, antes de desviarse a Sol y su sonrisa nerviosa—. Señorita, luce usted muy hermosa. Debo asumir que conoces a mi bella hija, Guida.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now