Monday

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Lauren

Amaba los lunes. Sí, parecería raro pero era el único día de la semana en el cuál podía pasar tiempo a solas con Camila, mi vecina. Sus padres trabajaban hasta tarde todos los lunes y debido a la falta de habilidades culinarias de su hija, decidieron que yo debía cuidarla a ella. Llevaba unos cinco años siendo la canguro de la niña, pero hacía alrededor de seis meses que todo había cambiado. El desgarbado cuerpo latino había adquirido unas curvas acentuadas que robaban más miradas de las que me gustarían, sin embargo, disfrutaba en silencio cada vez que se paseaba por el borde de la piscina con esos trajes de baño diminutos o cómo iba a la escuela ataviada en unos vestidos veraniegos que dejaban a la vista sus piernas torneadas.

La primera vez que recaí en la figura de Camila había sido unas semanas después de su cumpleaños número quince. Estaba en mi habitación con un libro entre las manos cuando escuché un chillido proveniente del patio de los Cabello. Eché un vistazo por la ventana y ese fue mi error. Camz, mi niña flacucha y desdentada, se había convertido en toda una adolescente apetecible. Me quedé prendada del movimiento de sus caderas mientras huía de un chico de su edad que intentaba lanzarla al agua. ¡Madre de Dios!, exclamó mi fuero interno cuando el trasero de la menor quedó en primer plano. Enseguida sacudí la cabeza. Aquello no era correcto. Yo tenía 21 años, con los 22 pisándome los talones y ella... Bueno, ella a penas tenía 15 años. La diferencia de edad, los cargos legales por pedofilia y mi posible asesinato en manos de Alejandro Cabello eran motivo suficiente para mantenerme alejada de Camila. Pero no me lo ponía fácil.

Cada lunes me recibía con un atuendo más provocativo que el anterior o decidía que hacía demasiado calor como para no aprovechar la piscina y me arrastraba con ella a una tarde de tortura. Independiente a eso, había aprendido a disfrutar de sus conversaciones. Era una chica muy inteligente para su edad y, a diferencia del resto de adolescentes irresponsables, tenía muy bien definidas sus ambiciones futuras. Me encantaba observar cómo brillaban sus ojos cuando hablaba de música, cómo fruncía el ceño cada vez que le explicaba Matemáticas, cómo mordía su labio inferior si aparecía una escena de sexo en las películas. Cada día incrementaban mis deseos de follarla, más aún al escucharla confesar furtivamente que había perdido la virginidad. ¿Quién habría tenido el privilegio de ser la primera vez de Camila?

Sin embargo, hoy no era un muy buen lunes. En la universidad había discutido con un profesor sobre política y me había expulsado de su clase; la chica con la cuál llevaba coqueteando unas dos semanas se había buscado novia, lo cuál eliminaba otra presa de mi lista; al llegar a casa descubrí a Chris comiéndose mis cereales favoritos, a Taylor sosteniendo mi camiseta de Linkin Park - otrora negra, ahora blanca- y más adelante tuve que escuchar a mi madre pelear sobre cómo mi padre había colocado cloro en vez de detergente en la lavadora. En resumen, mi día iba siendo una mierda, más aún cuando llegaba treinta minutos tarde a mi cita semanal. Cerré la puerta principal de un portazo y caminé los escasos ocho metros que me separaban de la casa de mis vecinos. Entré sin llamar, como de costumbre. Ella dejaba la llave bajo la alfombrilla para que pudiera entrar cada vez que hiciera falta, era una lástima que ahora no recibiera llamadas suyas en la madrugada porque no podía dormir. Cuando era una niña la calmaba con cuentos salidos de mi imaginación, pero actualmente se me ocurrían mejores formas de entregarla a Morfeo. Aparté esos pensamientos para no revolver a mis hormonas antes de tiempo, ya se encargaría ella de desestabilizarme con uno de esos conjuntos sexys que usaba.

Se me hizo raro no encontrarla en su lugar habitual entre los cojines en el sofá, ni hurgando en el refrigerador como un pequeño mapache. Seguramente estaba en su habitación, lo que me deparaba una grata noticia. Hacía dos meses que subía a hurtadillas la escalera para encontrar la puerta de su cuarto semiabierta y, tras ella, el torso desnudo de Camila mientras se cambiaba de ropa. La primera vez retrocedí y preferí esperarla en la sala, no obstante, la imagen no dejó de repetirse en mi cabeza. Así que siempre que tenía oportunidad, la espiaba sin que ella notara mi presencia.

More Than That (Camren One Shots)Where stories live. Discover now