XXVII - Fin: Misión Cumplida

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—Cuidado, que es nueva.

—Eres un remilgado.

—Hay cosas —se excusó, haciendo fuerza para cambiar posiciones y acabar él encima— que no se pueden cambiar.

Raoul renegó pero no dijo nada más, observó cómo Agoney acabó de arrancarse la tela, sacando los brazos y tirándola a algún punto del cuarto, y aprovechó el volver a tener su piel desnuda al alcance para acariciar su espalda, sus omoplatos, que le volvían loco, sus brazos, que le apresaban con fuerza siempre que quería; y cuando terminó el recorrido se dirigió a sus vaqueros hasta hacerles quedar a ambos en las mismas condiciones.

Se metieron debajo de las sábanas entre risas y más besos, con las manos paseándose por todo el cuerpo, los dientes de Agoney en el cuello de Raoul y él enredando sus piernas para pegarles más. Aprovecharon la soledad de la casa de los Vázquez para disfrutarse sin interrupciones, sin pantallas de por medio, sólo ellos dos y sus ganas de tenerse.

—Me sigue sorprendiendo... que siendo tan pequeño tengas —paró de hablar para gemir, ojos apretados y uñas en la cadera contraria— tanta fuerza.

Raoul sonrió de lado mientras volvía a moverse con más rapidez, rodeando con un brazo el cuello de Agoney mientras con el otro se apoyaba en el colchón, buscando aquellos puntos en los que el placer era más intenso para ambos.

—Ahí tienes otros de los beneficios de trabajar en la granja —dijo a mitad de un gemido ronco.

—Bueno, pues a cambio podemos... dios... apuntarnos juntos al gimnasio.

Una risa sarcástica escapó de los labios de Raoul interrumpida por los jadeos que era incapaz de contener y que resguardo entre los labios de Agoney antes de contestarle.

—No sé cómo acabaría es-... ¡Agoney! Repite lo que acabas de hacer.

—Encantado.

Unos minutos después, cuando sus cuerpos estallaron en espasmos de placer, se desplomaron sobre el colchón, recuperando el aliento con dos grandes sonrisas en el rostro. Después de volver a sentir el control de sus músculos Raoul rodó para abrazarse a la cadera de Agoney y escondió la cara en su barba, dejando en ella ligeros besos mientras el otro recorría su columna con las yemas de los dedos, en el único gesto que sentía que podía hacer en ese momento, mientras su cuerpo volvía a responderle.

—¿Comemos en la granja? —sugirió en un susurro unos minutos después, al notar que se estaba relajando tanto que podría dormirse.

—Tienes que desintoxicarte del trabajo, cariño.

—No seas tonto, me quedan pocos días aquí, me apetece ayudar... Además a Roma le toca baño.

—Primero, no hables como si no fueses a volver nunca, que no te vas a la otra punta del país. —Le recordó dándole con el índice en la frente antes de besar su nariz. —Y segundo... no voy a discutírtelo, sería imposible, pero supongo que sabes que no vas a poder escaparte para ir a bañarla cuando empiece el curso, ¿no?

—Si me lo recuerdas a lo mejor cambio de idea y no me voy —advirtió en tono bromista, pero ambos sabían que había tristeza en sus palabras.

—Siempre va a ser tu perra, Ra, te lo aseguro.

Raoul sonrió de lado y se tragó un suspiro, cambiándolo por un beso lento en los labios canarios mientras sentía cómo le abrazaba por la espalda con sus manos, regalándole la paz que sólo parecía saber darle el calor de aquellas palmas sobre su piel.

Después de las vacaciones de verano de ambos se habían reencontrado entre momentos ajetreados haciendo los trámites necesarios para comenzar el siguiente año lectivo, y cuando ellos tenían tiempo libre, sus amigos empezaban a ocuparse, sobre todo con la vuelta al trabajo que Raoul ya no tenía. Por eso septiembre estaba siendo un mes raro, pero alegre y cargado de entusiasmo.

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