XIV - Fase 1.2: El camino

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[Este capítulo contiene un poco de angst]

Un jueves de junio, a las seis y media de la mañana, Agoney confirmó algo: Seguía sin soportar a ese gallo.

Pero respiró hondo y abrió los ojos con decisión, estaba allí para comenzar a reestructurar su vida, y lo primero que debía hacer era disculparse con mucha gente; así que se levantó y abrió su maleta, donde la ropa que le había dejado su padre le esperaba un poco arrugada, ya que la que se acercaba más a su talla llevaba un tiempo guardada en el fondo del armario.

Después de ir al baño para asearse, se puso una camiseta naranja de manga corta y unos pantalones marrón claro que le llegaban por las rodillas, además de los calcetines y las deportivas. No iba a fingir que le gustaba el look, pero tenía la sensación de que sin duda iba a estar más cómodo, y no tendría que tirar ninguna camisa más.

Una vez listo revisó el móvil, viendo así que tenía dos llamadas perdidas de Ricky y Mimi, en algún momento tendría que hablar con ellos, pero no en ese. Bajó a desayunar y se encontró con Roberto y Laura, que le saludaron con pequeñas sonrisas y le invitaron a sentarse a la mesa.

Después de sentarse y pasar un par de minutos mordiéndose el labio inferior con nerviosismo, se decidió a hablar.

—Siento haberme marchado tan rápido hace unos días.

—No pasa nada, Agoney, no querías estar aquí y en cuanto pudiste escapaste —no había reproche en las palabras de Laura, más bien diversión—. Pero desde fuera has visto que se nos echa de menos y aquí estás otra vez, a veces el tiempo coloca las cosas.

—Me estoy dando cuenta de ello, sí.

—Eres todo un hombrecito —le halagó Anastasia pellizcándole un moflete y consiguiendo una risa general.

Cuando terminó el desayuno, sin más conversaciones porque a pesar de sus intenciones todavía no sabía cómo actuar y allí por las mañanas todo iba demasiado rápido, se levantó de la mesa y se quedó estático por unos segundos. Tenía un poco de miedo, le habían dicho que, si quería seguir ayudando allí, ya que esta vez no era su padre el que le mandaba y por ende no tenía obligación de hacerlo, volvería a trabajar con Aitana, y de forma bastante sutil, le habían informado de que la chica estaba un poco de mal humor.

Vamos, que no le hacía ni pizca de gracia. No la culpaba.

—No te quedes ahí todo el día, recuerda que a Aitana no le gusta la impuntualidad.

Como si la voz de Roberto se hubiera tratado de un despertador, Agoney removió la cabeza para despejarse y avanzó inseguro hacia la entrada, abrió despacio la puerta y  se recreó en el ambiente cálido que le recibió, pero consciente de que el sol aún no acababa de hacer todo el acto de presencia que sabía lograr. El ruido de la actividad volvió a él y se dijo así mismo que no sería tan malo, al menos ya sabía cómo era aquello y que no era tan horrible como creía en un principio, aunque tan poco tan fácil, pero le había ido cogiendo el truco.

Salió de la casa y avanzó unos pasos en dirección al gallinero, donde le habían dicho que le esperaba Aitana, pero se quedó congelado cuando un ladrido sonó apenas a unos metros de distancia, y un pestañeo de ojos más tarde tenía a Roma saltando hacia él.

Después, lo inevitable.

—¡Roma! ¿Se puede saber qué hac-?

Agoney giró muy despacio, hasta encontrarse con la cara desencajada de Raoul, expresión que logró ocultar con rapidez, aunque no la suficiente, él la había visto y se le había encogido el estómago.

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