I - Plan A: Encuéntrate

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El chico, de estatura media y pelo castaño oscuro planchado hacia atrás, fue tajante; tenía los brazos cruzados sobre el pecho y las gafas de sol aún puestas; la camisa, de color azul oscuro, abrochada a excepción del primer botón, y los pantalones de pinza blancos, impolutos. Denotaba seriedad, al igual que sus palabras.

—De ninguna manera.

Frente a él, un hombre unos cuantos años mayor intentaba hacerle entrar en razón, con la expresión cansada pero firme y un aura que haría que cualquier persona le mostrase sus respetos. Pero es que el muchacho que tenía delante, Agoney, no era cualquier persona, al menos no para Abian.

—Hijo...

—He dicho que no.

—No me lo pongas más difícil...

—Que no, papá. Que no voy a ir a cuidar a unos bichos sucios que huelen a caca.

—Mira, Agoney, ¿sabes qué? Que no te lo estoy pidiendo, te estoy avisando —señaló con el índice, siempre lo hacía para zanjar los temas en los que tenía la última palabra—. Es más, te avisé hace meses que, si seguías comportándote así, te ibas dos semanas a trabajar a la granja.

—Es que no entiendo el problema.

Abian suspiró, si decían que tratar con adolescentes era complicado, hacerlo con un universitario rebelde era aún peor. Y eso que él había lidiado con muchas cosas desde joven.

Obviamente, la empresa familiar no había salido de la nada, llevaban tres generaciones de grandes esfuerzos; entre ellos estuvo el hecho de irse de Adeje, su pueblo natal en las Islas Canarias, cuando su hijo pequeño tenía cinco años, y desde ahí construir una nueva vida con su familia.

Tuvo que ver a su padre y a su abuelo pasar por malas rachas, por quebraderos de cabeza que duraron meses, y que luego fue él quien los tuvo que afrontar; tuvo que soportar miles de personas cuestionando sus ideas, tirándolas a la basura literal y figuradamente, y muchos desplantes, y aun así las discusiones con su hijo aún conseguían sacarle de juego. Pero no podía permitir que equivocara el camino como parecía estar haciéndolo, sólo esperaba que no fuera demasiado tarde.

—Desde que te juntas con esa chica... ¿Miriam?

—Mimi —le corrigió, poniendo los ojos en blanco al saber por dónde irían los tiros.

—Pues eso, desde que te juntas con ella y ese grupito no haces nada. No ayudas en casa, bajaste las notas, que te recuerdo que básicamente perdiste un año de carrera y podrías estar a punto de graduarte, además de que te pasas días fuera de casa sin avisar... y lo peor de todo, lo peor porque me duele personalmente, es que de repente parece que para ti el dinero es lo único que importa. A ti nunca te faltó de nada, pero no te criamos para que alardearas de ello como si por tener más billetes en la cartera fueses mejor que el resto, que es lo que parece ser que piensas ahora.

—Yo soy igual que siempre, son paranoias tuyas...

—No me vengas con tonterías, es verdad y lo sabes. He visto cómo miras y cómo le hablas a Raquel y Julián y antes no eras así.

Ambas personas eran empleados de hogar desde hacía ya unos cuantos años, para los dueños de la casa, habían llegado a ser confidentes, pero el niño parecía haberles perdido todo el respeto desde hacía un tiempo.

—Y he oído como hablas con tus amigos de "la otra gente" —marcó las comillas con los dedos, no creyéndose del todo estar teniendo una conversación así con su hijo—. Así que sí, te vas, para que veas un poco de realidad fuera de la burbuja que te has montado. Además, es increíble que seas el único de la familia que va siempre hecho un pincel y le tiene miedo a la tierra. Eso lo tuviste que sacar de tu tía, porque de niño no eras para nada así.

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