XI - Plan Fallido

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[Este capítulo contiene angst]

Ese lunes Agoney despertó igual que el resto de mañanas allí, con el sonido de un gallo atravesando su cerebro sin darle tregua. Bufó y se frotó la cara, tardó dos minutos en recordar el día que era: El día en el que se iba a casa.

Estiró el brazo para mirar la hora en su móvil y vio un mensaje de Sebastián avisándole de que llegaría a la hora que le había pedido la noche anterior, antes de acostarse, así que le quedaban unos treinta minutos allí. Se levantó de la cama con menos pereza que dos lunes atrás y estuvo a punto de sonreír, pero no lo hizo, tenía la boca seca y el estómago un poco revuelto.

A lo mejor le había sentado mal la cena del día anterior.

Entró al baño para asearse, se vistió con una camisa a rayas rojas y blancas y unos vaqueros de media pierna, revisó que no se dejaba nada, ya que cuando llegó a casa la noche pasado su equipaje había sido hecho por Anastasia, suspiró y se dispuso a salir de aquella habitación. Por fin, ¿no?

—¡Buenos días, niño!

—Buenos días, Anastasia.

—Justo acabo de hacer el desayuno —le informó la mujer sonriendo, aunque en sus ojos se notaba un deje de tristeza—, hoy te has despertado antes.

—Es que Sebastián debe estar al llegar.

—¿Tan temprano?

—No quiero distraeros más, además así tengo el día por delante cuando llegue a casa.

—Oh... vale. Pues venga, te pongo el café con las galletas que sobraron, también te guardé una caja en la maleta.

—Ah, sí, gracias por eso.

—No es nada, cariño.

Terminó el desayuno justo cuando el resto de adultos se sentaron a la mesa, se despidió de ellos amablemente y con media sonrisa, esperando que no le dijeran nada raro a su padre de su despedida, no soportaría un sermón justo ese día. Y cuando estaba listo para irse sonó el timbre, Sebastián entró y saludó con entusiasmo a todos, hasta que Agoney le apuró para que se pusieran en camino.

Cuando cruzó la puerta de entrada respiró hondo, estaba poco soleado para ser principios de junio, pero aun así el ruido del trabajo y de la vida en la granja le llenó la cabeza y sintió su pecho hundirse un poquito, sensación que se incrementó cuando vio a Aitana ir en su dirección.

Cada paso de la chica era un recordatorio que se hacía Agoney de sus pretensiones de la noche anterior, repitiéndose iba a desaparecer de allí sin más, nadie iba a sufrir despedidas sin sentido, nadie querría recordar aquellos días ni que se repitieran, a nadie le dolería volver a la normalidad.

"Quitar la tirita de un solo tirón" —fue lo último que pensó cuando tuvo a Aitana enfrente.

Sólo tres minutos después, Agoney ya estaba montado en el coche rumbo a la ciudad, decidido y seguro. Al menos hasta que unos ladridos sonaron en la lejanía, y todos los mantras que se había dicho esa mañana fueron destrozándose uno a uno, como pequeños cristales clavándosele por dentro.

Raoul había empezado el día como cualquier otro, pero sintiéndose algo distinto. Se dio más prisa que de costumbre, y estaba en su puesto de trabajo quizás demasiado pronto, por lo que se obligó a respirar y calmarse, no podía hacer tanto el ridículo.

Cuando pudo dejar un segundo sus tareas, se esforzó por divisar a Aitana, a la que encontró camino al gallinero.

—¡Aitana! —Raoul corrió hasta ella con una sonrisa en los labios y el pelo despeinado, teniendo que coger aire cuando la alcanzó— ¿Has visto a Ago? Quería decirle algo antes de que se fuera.

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