Capítulo 6. Gezbe: el Dragón Indomable

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Elba había buscado en todos los rincones de la habitación de sus padres, pero no lograba encontrarlo. Había buscado en su armario, sobre el cabezal de la cama, en la mesita de noche, pero no había ni rastro del otro diente de dragón. ¿Dónde lo guardaría su padre? ¿Y si lo llevaba él mismo encima?

—Debe de estar por aquí... No puede hallarse muy lejos, estoy segura.

Su prima Li le esperaba fuera de la habitación tras la puerta. Elba le había dicho que le hiciera alguna señal si alguien se acercaba. No quería que nadie le viera hurgando en los aposentos de sus padres o seguramente se llevaría una buena reprimenda. Normalmente era una habitación que solía estar custodiada por guardias o Kobolders, o en su defecto, cerrada con llave, aunque ella sabía a la perfección los momentos en que por un breve espacio de tiempo quedaba desatendida. Y ese había sido precisamente el instante que había aprovechado.

Cuando lo encontrara, juntas irían al bosque y con sus Siloets llamarían a los dragones. Estaba segura de que sería algo muy especial. No quería montar en él, tan solo verlo de cerca. Con solo eso se conformaba. Li le había aconsejado que pidiera permiso, pero ella se había opuesto, pues sabía que se lo denegarían. Además, tampoco quería que se enteraran, así era más divertido. Sería como una aventura, como esos cuentos o historias que le contaba alguna vez Míriel antes de acostarse.

De pronto, cuando se hallaba rebuscando en un viejo cofre de madera que había sobre un tocador la puerta se abrió.

—¿Te falta mucho? —preguntó Li, asomando su cabecita.

El corazón de Elba palpitó con fuerza.

—Vaya susto me has dado. Dame unos minutos más, no quedan muchos sitios donde buscar—. Entonces le vino a la mente un lugar. El baúl que había junto al diván.

—Date prisa. He oído pasos y tengo miedo de que vengan hacia este ala.

—Sí, tranquila. Tú sigue vigilando y no te preocupes.

Se acercó hasta el baúl oscuro de roble y cobre que según su padre había sido un regalo de los Dorûknáin y levantó su pesada tapa. Había yelmos e incluso cotas de malla, muchos útiles de batalla que seguramente hacía multitud de años que no usaba. Tras rebuscar entre diferentes utensilios vio una pequeña caja hexagonal. Quizás el Siloet estuviera dentro. Alargó su brazo y la extrajo con fuerza. Sabía de la existencia de esas cajas por su padre y esperaba que no estuviera sellada, de lo contrario ya podía olvidarse de su aventura. Por suerte no lo estaba y tras dar medio giro en sentido de las guajas del reloj, ésta se abrió tras dar un pequeño chasquido.

Era su día de suerte. Allí estaba. Sin darse cuenta Elba emitió un gritito de alegría.

Estiró de la pequeña cadena de oro hasta que lo sostuvo en el aire, frente a sus ojos. Era muy parecido al suyo, aunque le encontraba alguna que otra diferencia.

En ese preciso instante unos pequeños golpes resonaron en la puerta. Seguramente serían los nudillos de Li, avisándola de que alguien se acercaba. Tenía que salir de allí cuanto antes.

Cerró la caja hexagonal y se guardó el diente de dragón en uno de los bolsillos de su vestido. Dejó todo como estaba para no levantar sospechas y tras bajar la tapa del baúl salió deprisa de la habitación, cerrando la puerta con sigilo. Sin decir nada más, apresuró el paso, rauda, seguida de Li.

—¿Por qué has tardado tanto? Han estado a punto de pillarnos. Tenemos que dar gracias que uno de los consejeros de tu padre ha tomado otra dirección al subir la escalera.

—Será que hoy es nuestro día de suerte —le guiñó un ojo Elba.

—¿Lo has encontrado?

Elba asintió y juntas corrieron sonrientes hacia a escalera.

Los Tres Reinos. Siolfor.Where stories live. Discover now