Capítulo 1. Dientes de Dragón

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El verano había llegado con fuerza y el calor azotaba cada rincón del palacio de Brideviel. Elba correteaba sin descanso entre los jardines tratando de dar caza a su prima Li, la que también consideraba su mejor amiga. Li que había venido a pasar el estío como cada año desde que se fuera a vivir a Guisharnaut con Daeron e Idrin, sus tutores legales.

Corría de un lado a otro, virando de dirección a cada momento. No se dejaría atrapar tan fácilmente y había optado por adentrarse en uno de los edificios y ocultarse en una de las salas que yacían en el vestíbulo principal. Elba había ido tras ella sin perderla de vista, pero tras girar un recoveco Li se había esfumado. «¿Dónde se había metido?» Miró a través de la puerta entreabierta del salón reservado, ese que utilizaba su padre Edain para mantener reuniones de alta importancia con los consejeros de otros reinos, e introdujo su cabecita sutilmente. «Debía de haberse escondido allí. Estaba segura.» No parecía haber nadie. Entró despacio, sin hacer apenas ruido. Las cortinas estaban echadas y había poca luz. Miró debajo de la mesa principal, y en ese instante escuchó como se acercaban unas voces por el pasillo, y segundos más tarde como la puerta chirriaba y profería un sonoro golpe al cerrarse.

Elba trató de ponerse en pie apoyándose en la pata de la mesa y se dio un fuerte golpe en la cabeza. Maldijo por lo bajo y consiguió arrastrase hasta situarse detrás de la butaca que presidia el escritorio. Por suerte no se habían percatado de su ausencia. Si su padre se enteraba que había estado allí se llevaría una buena reprimenda. No le gustaba que jugara allí y ya se lo había advertido en múltiples ocasiones. Últimamente utilizaba aquel salón como despacho. Había decenas de dependencias en las que poder jugar y un amplio jardín alrededor del palacio.

Elba sabía que no era el mejor lugar para esconderse, pero no le había dado tiempo a más. Se atrevió a mirar por un lateral y pudo ver las piernas de Neymar, el consejero de su padre. Llevaba unos pantalones de color verde oscuro y los pies calzados con unos zapatos de piel marrón. El otro parecía ser un kobolder, un sirviente del palacio.

—¿Todavía no ha llegado Edain? —le preguntó. El kobolder hizo un gesto negativo con la cabeza—. Dile que le espero aquí, y que no se demore; es urgente.

Neymar se acercó hasta las cristaleras y descorrió las cortinas para que entrara la luz. El sirviente salió del salón y Elba se removió en su escondrijo. Había premeditado huir a gatas, pero luego había pensado en el castigo que debería afrontar si la pillaban, así que intentó buscar un nuevo escondite. Y lo encontró: un hueco perfecto detrás de un armario robusto de madera de encina. Se escurrió por el suelo como un reptil y aprovechando que Neymar contemplaba el paisaje en la ventana de espaldas a ella se precipitó hasta el interior del mismo.

Sin duda, aquella fue la mejor decisión, pues pasados unos segundos alguien más entraba en la habitación. Elba escuchó la voz de su padre y se le erizó el bello. Ahora si estaba segura de que no podría moverse de allí hasta que todo estuviera despejado. Se dejó caer de cuclillas y se quedó allí agazapada y atenta.

—Buenos días, Neymar. ¿Querías verme?

—Sí, majestad. Tengo que tratar con usted un asunto de vital importancia.

Hubo un breve silencio. Por el tono en que su consejero había pronunciado aquellas palabras, Edain supo que no presagiaban nada bueno. Hizo una señal de asentimiento con la cabeza y Neymar se dispuso a hablar.

—La reina de Siolfor se ha puesto en contacto con nosotros.

Edain no pudo evitar abrir los ojos de manera sorpresiva. No había tenido noticias de los Kalagar de Siolfor desde... desde la última batalla.

—Taldor, el Dorûknáin, nos trajo esta carta. Dijo que era urgente —rebuscó en algún bolsillo interno de su túnica y desdobló una pequeña carta que estiró sobre la mesa.

Los Tres Reinos. Siolfor.Where stories live. Discover now