Capítulo 2. Recuerdos Lejanos

23 2 0
                                    

Hacía mucho tiempo que Edain no realizaba un viaje tan largo. Normalmente las reuniones importantes siempre se llevaban a cabo en Flaviangar y solo muy de vez en cuando acudía a visitar a Daeron hasta Everthon o Guisharnaut. Para eso tenía a sus propios consejeros como Neymar o su guía, Taldor, el Dorûknáin, el cual había decidido hacer de intermediario entre los Kalagar y el reino de Adalaër. Por ello tras seis días de marcha se sentía agotado.

Esa mañana habían partido temprano tras pasar la noche en la posada del Viejo Äriston, pues querían aprovechar las primeras luces con la salida del sol. La noche anterior se había reencontrado con viejos conocidos, escuchado buena música, bebido hidromiel y fumado tabaco seco de Esmenota. No lo había hecho en demasiadas ocasiones, pero ya no recordaba lo que era viajar sentado en un carro repleto de incomodidades y en soledad. Le abrumaba la sensación de completo aburrimiento.

Edain resopló, cada vez tenía más ganas de llegar a su destino.

Asomó su cabeza por una de las ventanas del carruaje, sus dos escoltas flanqueaban su posición delante y detrás del mismo. Aunque eran tiempos de paz y sosiego nunca estaba de más tomar precauciones, pues siempre podía surgir cualquier altercado. A veces las sendas poco transitadas podían ocultar muchos imprevistos.

Neymar se había empeñado en acompañarle, al igual que Melowyn, pero Edain les había pedido que se quedaran y aprovecharan para trasladarse de nuevo al palacio de invierno, pues el estío había terminado. Alguien tenía que quedarse al mando en Flaviangar y Elba debía comenzar pronto sus clases. Le hubiera encantado que visitara a sus abuelos Garmon y Melianda, pero tendría que ser en otra ocasión. Aquella incursión pretendía ser rápida y concisa, por lo que les pidió que le dejaran hacer y no se preocuparan demasiado.

El camino estaba lleno de baches y roderas. Los caballos aflojaron el paso cuando el terreno comenzó a ascender lentamente por la ladera de una colina. Pronto el carruaje tomó una curva cerrada y un valle arbolado se abrió ante ellos. En el interior del mismo, Edain pudo vislumbrar un paisaje algo cambiado a como lo recordaba y sus ojos se humedecieron casi sin poder evitarlo. El puente de piedra sobre el río Durmin les daba la bienvenida.

Empezó a rebuscar en un baúl que portaba en el interior del carro y en el cual llevaba su equipaje de mano. Empezó a desvestirse y a buscar en él algo de ropa cómoda. Estaría solamente de visita un par días en su aldea natal y mientras durara su estancia allí no quería que lo vieran como al nuevo rey de los Kalagar sino que fuera recordado como Bastián, el joven campesino que paseaba a sus ovejas en los baldíos comunales.

Cuando estuvo listo dio unos golpecitos en la fina pared del carruaje y este se detuvo levantando una gran polvareda. Bastián cogió algunas de sus pertenencias y se apeó del mismo. Tras unos segundos, carraspeó con disimulo antes de decir:

—Yo mismo puedo seguir a pie desde aquí —habló a su escolta mientras se colocaba un gorro de paja en la cabeza—, no es necesario que me acompañéis. Además, no me gustaría que os vieran por aquí. Cuanta menos gente sepa que he venido, mejor. No os preocupéis demasiado, sé cuidarme bien solo y conozco este lugar como la palma de mi mano —resolvió con autoridad—. Mi consejo es que os hospedéis en la vecina Dalia. Los hostales y posadas son excelentes y disponen de más capacidad que en Gualhardet. Nos veremos aquí, en el mismo lugar, dentro de dos jornadas.

Los dos escoltas Kalagar que lo acompañaban asintieron y tras realizar una pequeña reverencia se pusieron en marcha. Edain los vio marchar y rápidamente se encaminó hacia la aldea con paso firme y decidido.

Las calles principales seguían estando en el mismo lugar y apenas habían cambiado de aspecto, pero muchas otras habían desaparecido, suponía que a causa del incendio. Atravesó la plaza y el alto campanario de mármol y se dirigió hacia el hogar de sus padres. No había avisado a nadie de su llegada porque quería que fuera una grata sorpresa. Le extrañó encontrar la taberna cerrada con los pestillos cerrados y no cruzarse con ningún campesino pues ya no era tan temprano. Empezó a preocuparse. Existía un silencio sepulcral que no auguraba nada bueno. Parecía una aldea fantasma.

Los Tres Reinos. Siolfor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora