Introducción

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Hace mucho, mucho tiempo, que Tavion, el Dios de todas las cosas, así lo había creado. Cuentan las Nereidas más longevas que, en los días antiguos, cuando solo ellas compartían el mundo terrenal junto con los gnomos, los silfos y las salamandras, los mares bañaban las costas calmosas y claras, las arenas susurraban al desierto con dulzura y reinaba una paz y serenidad incapaz de ser descrita por ningún ser humano. Gracias a la unión de sus fuerzas surgieron los animales y las plantas, las Hadas, los Kalagar, los Dorûknáin por este orden, y todo tipo de seres que ahora pueblan estas tierras, entre ellos el hombre, más conocido como la raza de los Ermins. El poder divino de Tavion había sido el encargado de regir el orden y el caos en aquel mundo incomprendido y desde entonces, el mundo había vagado libre, fruto del destino que el tiempo les había impuesto.

Los Dorûknáin eran los más hábiles guerreros de cuántos existían. Solían habitar regiones desconocidas, normalmente en el interior de las montañas o en el mismísimo subsuelo. Hay incluso quien cree que existen portales secretos que conducen a través de millones de galerías subterráneas hasta Adaläer, su reino. Nunca les gustó arar la tierra ni sacar frutos de ella. Esa era una tarea que podían hacer los Ermins, por eso se especializaron en trabajos como la herrería, la minería o la metalurgia. Por qué no decirlo, eran una raza especial y desconfiada.

Los Kalagar en cambio eran criaturas excepcionales, sabías e inmortales. Ellos fueron los primeros en llegar, dispersados como estrellas por el cielo a través de todo el territorio de Averyn. Siempre buscaron la paz y la tranquilidad, aunque no siempre la encontraron.

Los dragones también despertaron en aquella Era. Los escupefuegos no eran para nada seres dóciles, pero gracias a la magia y los Siloets, los Kalagar y Dragones consiguieron establecer un vínculo fuerte y poderoso que perduraría hasta muchos años después.

Con la llegada de los Dorûknáin unas centurias después, emergieron las primeras desavenencias entre raleas y con la llegada de los Ermins un siglo después todo empeoró. El Ermin fue creado como el más débil de las tres razas, pero no por ello tenía un papel menos importante en el reino de Averyn. Supo buscar su lugar y prevalecer entre los demás. Aun así, la desazón de no poseer el poder de la magia de los Kalagar o la habilidad de los Dorûknáin con las herramientas, les hizo entrar en una espiral de oscuridad donde la envidia les hizo partícipes de acaparar todo cuanto les rodeaba. El poder se había convertido en una prioridad y fuente de anhelo para ellos. Fruto de ello se produjeron los primeros designios y subidas al trono, nombrando así al primer rey Ermin de Averyn.

Con el paso del tiempo las diferentes costumbres entre raleas se hicieron denotar. A su vez, llegaron los primeros enfrentamientos y disputas por los territorios que ocupaban, echando a perder los tiempos de sosiego y serenidad. Esto provocó que muchos Kalagar se reagruparan en pequeños bosques y altozanos en busca de tranquilidad. Los Dorûknáin por su lado se escondieron en las montañas y cuevas intentando evadir el destino de un reino condenado a enfrentarse.

Poco a poco la desconfianza entre los propios Ermins se incrementó y el desorden asoló gran parte del reino sumergiéndolo en una especie de cataclismo. Sus sueños de moldear ciudades e imperios, además de su gloriosa capital, Esvertía, quedaron olvidados mientras luchaban por mantener lo que ya habían conseguido sin apenas darse cuenta. Cuanto más poder poseían, más ambiciosos se volvían. El resultado de este gran despropósito no fue otro que la formación de las distintas clases sociales, donde el más pobre se dedicó a vivir, trabajar y rendir culto a su rey soberano. Desde entonces, las espadas del equilibrio se quebraron y ya nada volvió a ser igual.

A pesar de todo, y sin que nadie se percatara, los Dorûknáin se mantuvieron al margen de estas disputas, en silencio, mientras forjaban su propio reino bajo el suelo. No pudieron hacer lo mismo los Kalagar, los cuales, tentados ante aquel desorden, quisieron reconducir la situación con los Ermins, despechados por las últimas talas de árboles y quemas descontroladas que asfixiaban cada vez más sus recónditos territorios. Sabían que su poder era mayor al de cualquier humano y pensaban que podrían lograrlo sin apenas esfuerzo, pero se equivocaban.

Tras abandonar los fríos y húmedos bosques, los Kalagar se personaron ante ellos, no para declararles la guerra, sino para terminar con aquella desigualdad instaurada entre los propios Ermins y devolver la paz en el Lar Viejo. Solo así podrían, todos, convivir en armonía. Algunos Ermins rompieron filas, les dieron la razón y se pusieron de su parte, otros en cambio, sublevados por su rey, se hallaron y ubicaron en el bando contrario.

Los habían subestimado. Los Ermins que reinaban odiaban recibir consejos, incluso más ser tratados como a un ser inferior. Su ego estaba herido. Se negaban a escuchar y expulsaban a los intrusos sin ningún tipo de clemencia ni respeto. Los Kalagar se sorprendieron ante tales reacciones y pronto se percataron de que no eran tan débiles como antaño creían. Habían crecido en número, tenían grandes máquinas de asedio, armas y su inteligencia había aumentado hasta límites insospechados. Después de varias refriegas y pequeñas escaramuzas el conflicto se fue endureciendo hasta que llegó la última gran batalla que se recuerda en los días antiguos. Los Kalagar contra los Ermins, estos últimos divididos y confrontados formando dos grandes ejércitos.

Al frente de los Kalagar, su rey Amorata, comandó las tropas en la batalla por la libertad, y murió en combate cuerpo a cuerpo luchando contra un adherido de las Huestes Níveas, uno los mejores caballeros de los que disponía el rey. Finalmente, y ante el desolador escenario de muerte y fracaso, los Kalagar no tuvieron más remedio que huir y refugiarse nuevamente en los bosques, dejando el destino de los hombres en sus manos. Muchos de ellos cayeron en la batalla y otros no consiguieron siquiera escapar. Las bajas fueron numerosas. Se dice que muchos Kalagar huyeron a través del Mar Ak—Deniz, aunque nadie más volvió a saber de ellos. Otros cuentan que perecieron en alta mar, cuando se toparon con una gran tormenta que engulló sus embarcaciones. Y solo muy pocos rumores cuentan que encontraron un reino inexplorado al otro lado del mar, una isla, donde instauraron el reino de Siolfor.

Años después el poder de los Ermins siguió creciendo ante la pasividad del resto de razas. Los tronos se fueron sucediendo de generación en generación. Todo Kalagar encontrado era desterrado y mandado aniquilar. Hertos fue el último rey en saborear las fuentes de la discordia entre raleas y ahora su hijo Hildebrand se preparaba para seguir sus pasos. Era como un ciclo sin fin, en el que la convivencia, por mucho que algunos lo intentaran, era prácticamente imposible.

Pero algo había cambiado desde entonces. Una profecía robada vaticinaba un cambio en el futuro incierto de los tres reinos. Este hecho propició el prematuro nacimiento de una rosa, la primera de la tres, según la profecía. La Rosa Negra nacería con la intención de instaurar una cuenta atrás en el tiempo. Durante su duro letargo, el tesoro más preciado de esta ralea debería ser descubierto antes de que el último de sus pétalos cayera y se marchitara para siempre. Amorata, rey de los Kalagar antaño, había sido el encargado de custodiar la profecía y el tesoro durante muchos años hasta el fin de sus días. Cuando estalló la gran guerra entre razas, la escondió y protegió mediante una magia muy poderosa que sólo los Kalagar conocían, pues ya no estaba a salvo de nada ni de nadie y, como todos sabían, él era un blanco muy deseado. Cuando murió en combate, todos presagiaron lo peor, creyéndose perdido con él el gran secreto. Aunque realmente no fue así. La profecía fue conservada y heredada por uno de sus súbditos más leales, el cual debería velar por su manutención y secretismo hasta la llegada del juicio final. Por desgracia y mala fortuna esta promesa fue incumplida, pues alguien la robó y descifró su contenido. De ser encontrada, el Lar Viejo sucumbiría entre las sombras. El rey de los Ermins se haría más fuerte y malvado, y los Kalagar, con su mayor tesoro perdido, nada podrán hacer por remediarlo. Vivirán renegados el resto de su vida.

Por eso no había tiempo que perder. Sabían que solo cuando el llamado a ser elegido estuviera preparado para afrontar este nuevo reto y a la vez los Kalagar hubieran reunido suficiente fuerza y poder, podrían presentar batalla de nuevo al rey de los Ermins y terminar lo que un día imposibilitó su éxito. Y ese día había llegado. Bastian había descubierto a la fuerza su cometido y ya no había vuelta atrás. El destino de los tres reinos volvía a estar en jaque. Poco sabía él que emprendería una aventura extraordinaria donde conocería la traición, la pérdida, el valor, la magia y el amor. Descubriría su verdadero origen, y aceptaría sin más su destino.

El principio del fin estaba más cerca que nunca.

Mientras tanto la profecía seguía su curso, el tiempo transcurría y una nueva Rosa Roja florecía en algún lugar del Lar Nuevo.


Los Tres Reinos. Siolfor.Where stories live. Discover now