Mis memorias

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Aquella noche fue más fría que nunca. El invierno siempre era hiriente en Kimb, pero aquella temporada fue arrasadora. Recuerdo haber rezado al Dios a pesar de que todos decían que se había sacrificado por la existencia del último mundo. Recé, recé y recé, hasta que sentí como la puerta principal crujió al abrirse. Fui corriendo a recibirlos y contarles toda mi verdad, que me había enamorado profundamente del joven que me dieron por misión investigar, que de vez en cuando mentí para protegerlo, que era...

—¿Qué haces mamá? —pregunté intentando ignorar el dolor para creer que no era real.

—Si no lo hacíamos nosotros lo hubiesen hecho ellos, no los conoces hija, son más atroces que el Gehenna.

—Mamá, papá, duele.

—Lo siento Sara, es por tu bien y el nuestro. No tengas miedo pequeña, te alcanzaremos en unos minutos —agregó papá con lágrimas resbalando por sobre su blanca y larga barba.

—¿No había otra solución, no podíamos escapar?

—Ninguna.

El filoso metal incrustado en mi abdomen se sentía más filoso que cuando atravesó mi piel, pero fue aún más cruel cuando lo arrebató papá y lo usó para apuñar a mamá, para más tarde cortar su garganta el mismo. Me sentí ilógica en el piso, viendo como los dos irónicamente perdieron la vida antes que yo.

Quedé tumbada en el suelo unos minutos observando como poco a poco lo que era un débil chorro de sangre había formado un gran lago en el piso.

—Dios, tú que duermes cómodo en la infinidad de la existencia, ¿puedes escucharme entre tus exóticos sueños? Sabes, no me considero una buena persona, pero no puedo morir ahora, alguien está esperando por mí.

—Quien espera por ti no vendrá nunca. Su destino es la muerte.

—¿Quién dijo eso?

No me respondió, pero lo vi. Un anciano que no entendía cómo se había infiltrado en nuestra casa me miraba como si viera algo que creyó haber perdido.

—¿Quién es usted? ¿viene a matarnos? Bueno, ya es muy tarde, no pierda el tiempo, sólo déjeme morir a mi suerte.

—Pero si ya estás muerta.

Me molestó que tuviera razón, pensaba que aún podía mover mis manos porque tenía una esperanza de vivir, pero era porque me había desprendido del cuerpo inerte en el piso.

—¿Quién es usted?

—Me invocaste toda la tarde y ahora osas renegar de mi presencia, soberbia.

—No puede ser, usted está...

—¿Dormido? Lo estuve, pero mi poder es infinito, incluso una pisca se puede multiplicar y devolverme la fortaleza, soy como el fénix, solo puedo renacer. Tengo un nuevo cuerpo.

—Perdón...—le dije sin saber bien por qué me estaba disculpando, si todos creían lo mismo que yo—. ¿Qué pasará ahora?

—Eso depende de ti —dijo él—. Cuando creé los planetas la humanidad era un proyecto del que nunca tuve dudas. Todos son una parte de mí en alguna medida, pero con el tiempo noté que tengo extremos ocultos que incluso yo desconozco. No siento miedo, ni desesperación, sin embargo, ustedes sí. Me pregunto si realmente lo puedo experimentar. Me he divertido este último tiempo viendo cómo ustedes entre toda esta multitud de seres pueden sentir algo tan fuerte. No lo comprendo, yo, que todo lo sé. No veo las razones, yo, que todo lo veo. No escucho lo que dicen sus corazones, yo que todo escucho, solo puedo ver su dolor de la manera más superficial.

—No entiendo.

—Depende de ti si entiendes o no, ¿qué eliges?

—¿Elegir entre qué?

—¿Puedo orquestar a través de ustedes lo que nunca sentí?, ¿o simplemente quieres avanzar a tu siguiente vida y olvidar todo?

—¿Dice que puedo volver a reunirme con él pero que usted manipulará el cómo?

—Así es. No puedo intervenir en lo que sienten, pero puedo hacerlo en el plano. El final de su historia no me dejó conforme, por eso les cedo una nueva oportunidad, solo una.

—¿No es eso cruel? No puede jugar con la vida de los demás —me quejé en mi inhumana condición.

—No los obligo, solo debes decidir.

—¿Qué pasa si acepto?

—Ya te lo dije, haré lo que me plazca en el plano. Si su supuesto amor lo puede superar o no depende de ustedes.

—Entonces no me lo dirá. De acuerdo, acepto, con una condición.

—Hecho —respondió como si hubiese leído mis pensamientos, lo que no sería extraño.

Mi alma se resumió a la nada y aparecí en espíritu frente a él.

Ahí estaba mi Merédeo, convaleciente en el piso. Nuestro final era similar al de un tal Romeo y una tal Julieta que conocí en el Gehenna. Tan trágico, tan absurdo.

—¿Puedes escucharme? Todo va a estar bien —le dije, segundos antes de que cerrara los ojos y me abandonara. Nos despedimos juntos de aquella vida. E Iniciamos juntos, pero en distintas realidades.

Desertores del GehennaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora