Eros sortea la mirada suspicaz del gato a Lulú y finaliza en mí. Entrecierra los párpados cuando el silencio se convierte en sospecha, me somete a un intenso examen de un segundo, sin más, camina en frente de Lulú para sacar mi pastillero de la gaveta del buró.

—¿Interrumpo una charla importante?—inquiere, su tono rozando las notas más graves.

Lulú se rasca el brazo, evitando la intrusión de sus ojos. Me aclaro la garganta, acomodando el cojín detrás de mi espalda baja.

—Hablábamos de que tan grande nos salen los coágulos de sangre el segundo día de la menstruación—miento, recibiendo las píldoras—. No creo que te guste escucharlo.

La mirada de Lulú se abre de manera antinatural, la rojez perpetua de sus pómulos tomando un matiz granate. Suprimo la risa bebiendo un trago de agua después de lanzarme el medicamente al fondo de la garganta.

Perfecto, cumplí con el tratamiento, ahora tendré que soportar el adormecimiento en las siguientes horas y rezar a quien me escuche para no caer rodando escalones abajo. Pierdo el equilibrio de mi eje, me bamboleo de un lado a otro, es pesado y por mucho irritante, esperaba que la dosis sea de efecto inmediato y no ocurre de ese modo.

—Y por eso le pedí que me acompañe al ginecólogo—Lulú sigue la mentira, levanta las cejas mirándome con perspicacia—. Me da pánico ir sola, necesito un representante a mi lado. ¿Vendrás?

¿Lo dice en serio o son delirios míos?

Reboto la cabeza afirmando. Luego se lo cuestionaré.

—Que rareza—la risa satírica de Eros calma la turbulencia en el ambiente—. Te causa pánico visitar al ginecólogo y no a un hombre veinte años mayor.

Lulú abre la boca dispuesta a replicar pero la cierra de sopetón, hundiendo el entrecejo con ligera molestia.

—No son veinte, son doce.

La sonrisa de Eros no desaparece.

—Eso lo hace mejor—su tono se traduce a una mofa, se restriega las manos, volteando a reposar la mirada en mi rostro—. Dieron con los informantes del hospital. Una empleada de limpieza robó el historial médico, la recepcionista concretó el trato con Rudd LaFayatte, periodista de Bild. La demanda va dirigida contra la institución, las mujeres fueron despedidas, en esta cadena de sucesos, es posible que el hospital las demande a ellas y terminen compartiendo habitación en el reclusorio.

Hubo un breve silencio.

El puñado de sentimientos, vergüenza, decepción, retraimiento, todo lo que me aquejó este último día por un instante no tiene peso importante al conocer las consecuencias, pero la culpa se esfuma tan pronto me llena. 

Una cosa es escribir chismes y rumores de pasillo, otra exponerme al escarnio y burla, fue bajo, malvado, con toda la intención de ponerme en la palestra de la vergüenza.

Pese a eso, todo dentro de mí se retuerce con el pensamiento de dirigir el mismo trato con Troya. Me siento estúpida y débil, no debería importarme, pero mi firmeza se tambalea como un castillo hecho de naipes al imaginar el trámite emocional que significa una demanda contra alguien que alguna vez me importó. Me niego a vivirlo de nuevo en tan poco tiempo.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora