45. Imperios Caen.

Start bij het begin
                                    

No le presté atención a nada más antes de entrar en la habitación, los demás me siguieron con mucha más prudencia.

Observé la noche a través de los arcos, el cielo negro y cubierto por una bandada de cuervos.

Escuchaba a las sombras chillar mientras Astra sostenía su poder, ella tenía los ojos negros, con rastros de humo y tinta negra fluyendo de sus manos.

No quise dar otro vistazo a los restos de los cuerpos ensangrentados.

Ninguno de ellos me siguió dentro de la habitación.

──Astra.

Ella me miró con ojos vacíos, sin verme, con piel cetrina y rostro impasible.

Me apresuré hacia ella, al alcanzarla, la sostuve en mis brazos aun al sentir cómo sus uñas se clavaron en mi cuello.

Los cuervos comenzaron a bajar hacia nosotros, uno a uno sus graznidos fueron haciéndose eco, como si se estuvieran poniendo en línea para un ataque.

Sabía que eso hacían.

¿De dónde siquiera habían salido?

──Astra, escúchame, tienes que volver, de donde sea que estás.

Presioné mis labios sobre su frente, intentando utilizar el vínculo de pacto como un puente entre nosotros, la encontré enajenada, cediendo la riendas a una bestia embravecida.

Una que vivía dentro de ella.

Llamé a las sombras y ellas se negaron a reconocerme como su señor, demasiado cegadas por ese poder inquebrantable que les ofrecía Astra.

Por sus venas corría sangre de los fundadores, de los primeros pueblos, era hija del Cuervo y el pacto abría un vínculo entre nosotros que la dejaba utilizar el poder de los Sinester.

Era demasiado.

Demasiado para no consumirla, corromperla, dejarla en cenizas.

La sostuve con más fuerza, y empujé hasta que las sombras volvieron a doblegarse, dejaron de bailar en torno a Astra, las obligué también a mantenerse lejos de ella.

Su nombre era todo lo que podía escuchar en siseos.

──Ya estás bien, Astra, estás conmigo, solo… vuelve.

Medí el pulso en su muñeca, la forma en la que sus músculos se relajaron, su cuerpo se volvió pesado antes de que su cabeza cayera en mi hombro.

Presioné mis labios sobre su pelo, poco a poco, la dejé recostada sobre el suelo de piedra, sin soltarla.

Uno a uno, como humo que se perdía en medio de la noche, los cuervos rompieron vuelo, se alejaron de la escena en graznidos ensordecedores.

No me separé de ella hasta que la parvada se disipó y las sombras se esfumaron, quedando solo perceptibles a mis sentidos.

Y de la chica que estaba demasiado cansada como para percibir nada.

Levanté sus párpados solo para comprobar que volvían a su color normal.

Cuando me tomé el tiempo para detallarla, la fragilidad de su aspecto me extrañó, sus labios estaban resecos y partidos, su piel cetrina había perdido todo color, haciendo que el negro opaco de su pelo le diera un aspecto todavía más vulnerable.

Dejé un beso en su muñeca, en sus dedos fríos, sobre su frente desprovista de calor.

Hasta entonces noté que ellos todavía no parecían seguros de seguir la escena.

Sonata Siniestra©Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu