Capítulo 4. Sorprendente

Start bij het begin
                                    

—Sí, uno de los muchos hermanos de Barend.

—Ayer me llegó una carta de ese muchacho. Me pedía ayuda, me pedía que la encontrase antes de que sea demasiado tarde. Estoy en ello, lo intento, pero no tengo ninguna pista. Estoy en un callejón sin salida. No me importa que me presionen los periodistas, pero... pensar en la pobre Arabelle von Cusack e imaginármela sufriendo...

Burrow se pasó una mano por la cara, como si quisiera secarse un sudor que no tenía, y no vio la sorpresa en el rostro de Rossen, pues se recuperó rápidamente, pero sus labios se fruncieron con disgusto. Animar a la gente no era una de sus cualidades.

—Me arrepiento de menospreciarte —fue lo único que se le ocurrió decir después de unos segundos. Que él aceptara un error propio o se retractara de algo era tan inusual —por no decir que nunca había ocurrido, al menos en público— que Burrow orientó una mirada de asombro hacia él.

—¿Qué?

—¿Recuerdas que me dijiste que lo que me decías en nuestros almuerzos era solo un juego? Bien, pues... para mí también lo es. Cuando expongo que eres un vago que apenas trabaja no lo digo en serio. Solo te pico a la espera de que saltes... aunque nunca saltas. —La explicación no pareció ser suficiente o Burrow no sabía qué decir, porque se quedó mirándolo en silencio—. Me he informado sobre ti, Daniel, conozco tu historial.

Burrow alzó las cejas.

—Pensaba que eso era privado.

—No todo lo es... la gente habla bien de ti.

El auror hizo un amago de risa.

—Suena a las típicas palabras que se dicen en un momento particular, solo por contentar a la otra persona —contestó con una leve sonrisa—. Seguramente luego, cuando me veas mejor, negarás que has dicho eso.

—Por supuesto que lo haré —concedió sin variar su expresión—, pero, por mucho que las niegue, las palabras dichas, dichas están. Y podrás acceder a ellas en tu memoria cuando lo necesites.

Daniel hizo otro amago de carcajada.

—Tengo que decidir si eres un idiota o eres un amor —dijo con una sonrisa burlona.

Rossen lo miró con cara de circunstancias.

—Ni lo uno ni lo otro.

Burrow se rio suavemente entre dientes.

—Ya está. Creo que lo he decidido: eres ambas cosas.

Rossen suspiró.

—Vas a hacer que me arrepienta de lo que he dicho...

—Puedes darlo por hecho —contestó con la misma sonrisa de antes y se puso de pie, recogiendo su bandeja—. Bueno, comeré en mi despacho. Nos vemos, Rossen. No me eches mucho de menos, ¿vale?

—Daniel.

A Rossen no le costó sujetar al auror por el antebrazo cuando pasó a su lado con solo estirar el brazo. Cuando el moreno lo miró, volvió a hablar.

—Come. Descansa. Cuídate. No puedes salvar a nadie si no te tratas bien.

La única respuesta de Daniel fue sonreírle de tal manera que sus ojos se entrecerraron un poco. Después se marchó.

El inefable suspiró pesadamente, de repente se le había quitado el apetito. Se levantó y tiró su comida antes de llevar la bandeja al carrito. Abandonó la cafetería en dirección al Departamento de Misterios otra vez... con la sombra de una emoción que no recordaba haber sentido en mucho tiempo y que, curiosamente, había experimentado por última vez también por Daniel: culpabilidad.

En tiempos de merodeadores 2Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu