Capítulo 5 - La suegra

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–¿Quién sufrirá la penitencia?

Óscar recibió un golpe en el hombro como respuesta a su pregunta.

–No hables así de tu suegra –Juan volvió a levantar el puño con intención de golpear de nuevo a su hermano si no tenía más respeto–. Ella te aprecia, nos aprecia a los tres.

Franco frunció los labios, no muy convencido ante sus palabras. Las cosas con Gabriela estaban muy distintas a como empezaron. Era cordial y cariñosa con ellos, pero siempre había notado que de los tres, con él, era con el que más tirantez había. Puede que fuera el hecho que Juan le hubiese salvado la vida, o que Óscar fuese más zalamero y supiera rápidamente como ganarse a la mujer, con él, simplemente le respetaba. Al principio, porque era el marido de su hija, y ahora porque también era el padre de sus nietos.

Se bebió de un trago el vaso de whisky que Quintina les había servido a petición de Óscar. Estaban en casa de Juan, y hacía unos días que Gabriela les había salido con la peculiar petición, y aquella tarde había tomado la decisión. Así que, lo que iba a ser una merienda tranquila entre los tres matrimonios y sus hijos, se había convertido en una llamada de su suegra solicitando que sus tres hijas acudieran a su hacienda para ayudarla a empacar alguna de sus pertenencias.

–El flaco sabe que tiene todas las de perder –bromeó Óscar.

–Cállate –su hermano a veces era insoportable–. Además, a mí me odia –no era para tanto, pero con la situación que estaban sufriendo, ojalá así fuera.

–Te odiará –comenzó Juan–, pero Sarita es su hija favorita.

–Mi flaco, la suegra se va contigo.

No podía negarse que la posibilidad era muy grande. La misma Sara debía tener asumido que su madre elegiría irse con ella porque desde que le había contado la propuesta de Gabriela, había hecho que Irene preparase la habitación de invitados.

¿Y él? ¿Qué iba a hacer? ¿Negarse?

No.

Porque su suegra era el menor de sus problemas.

–No adelantemos acontecimientos.

Les ignoró para el resto de la tarde, y se dedicó a mirar hacia donde sus hijos jugaban y hablaban con sus primos. Inconscientemente, apretó sus puños con rabia. Sara le dijo que nada de lo que estaba ocurriendo iba a afectar al ritmo de vida de sus hijos, pero sabía que eso no era verdad. Por mucho que su esposa trató de hacerle ver lo contrario, sabía que este año había ignorado intencionadamente el plazo de matriculaciones para el campamento de verano al que sus hijos acudían todos los años. ¿Era algo importante para su educación? No. ¿Era caro? Sí, el más caro y elitista para el que todos los años tenían plazas gracias a los contactos de Gabriela. Sería lo primero en recortar, en lo que se refería a sus hijos, algo que no era necesario, pero él no lo veía así, y antes de que sus hijos notasen un ápice de lo inculto y confiado que había sido su padre al hacer negocios con alguien que no debía, preferiría vender su riñón.

–Ahí vienen...

La voz de Óscar le avisó para que mirase hacia el coche que se acercaba al aparcamiento de la hacienda. Las tres habían ido en el auto de Norma, y lo más seguro es que Gabriela volviera con ellas. No se equivocó, porque de este la primera en salir fue su suegra, seguida después de sus hijas.

Se levantó para recibir a las cuatro mujeres, pero lo que realmente quería era encontrarse con los ojos de su esposa, y en el momento que lo hizo, supo quien había sido la "afortunada".

Estupendo, pensó con amargura.

Si no tenía suficiente con los abogados respirándole en la nuca para que vendiese cada vez más propiedades, ahora también iba a tener a su suegra conviviendo con él.

Sara se le acercó y le tomo fuertemente de la mano.

–Espera –murmuró de forma casi imperceptible para que solo fuera escuchado por él.

Gabriela comenzó a darles las gracias, y alabar a la familia que dios le había regalado. Evidentemente, sus primeros agradecimientos fueron dirigidos a ellos ya que la iban a acoger en su hogar.

–Usted siempre será bienvenida en nuestra casa.

No mentía. Aunque no fuera el momento para visitas.

–Pelota... –murmuró a su lado Óscar.

Gabriela se llevó una mano al pecho emocionada.

–Gracias, Franco –se le acercó, tiró de su cara y le plantó dos sonoros besos en caja mejilla–. Espero que en las siguientes semanas, Juan y Óscar me reciban de la misma manera.

Arrugó el entrecejo al escuchar el último comentario. Miró hacia su esposa buscando una respuesta.

–La terapia del abuelo dura tres semanas, por lo que mamá se quedará una semana con cada una –les comentó a todos su esposa.

Se giró hacia sus hermanos y rio.

Quien ríe el último ríe mejor.

xxx

Andrés esperó a que toda la casa estuviera en silencio para salir de su habitación. Había tenido que esperar hasta las tantas de la madrugada, porque cada vez que pasaba por delante del dormitorio de sus padres los escucha hablando. No prestó atención sobre qué, pero estaba seguro de que se trataba sobre su abuela. Aún no tenía claro si que su abuela se quedase con ellos era algo bueno o malo. La amaba, pero a veces resultaba un tanto intransigente y se molestaba con facilidad.

Recorrió el oscuro pasillo hasta llegar a la última habutación, la de su hermana.

Abrió la puerta con cuidado, pensó que igual se había dormido y que el ruido la despertase, pero la luz de su mesilla de noche le dio de lleno en la cara.

–Andrés –susurró Gaby algo adormilada–, pensé que ya no vendrías hablar conmigo.

–Papá y mamá tardaron en dormirse –hizo que se hiciese a un lado para que le dejase sentarse en la cama.

Andrés se quedó callado mirando a su hermana pequeña. Era demasiado joven e inocente para formar parte de aquello.

–¿Por qué no me lo contaste? Soy tu hermana, yo tengo que estar siempre contigo.

Se mordió la lengua dentro de su boca, para impedir que las lágrimas saliesen de sus ojos.

–Gaby, esto es algo que tenemos que solucionar nosotros cuatro –consiguió decir.

–¿Por qué? Si le contamos a papá y a mamá, ellos podrán ayudaros –dijo esperanzada.

Desvió la vista para no volver a romper a llorar. Los mellizos se habían arrepentido antes de involucrar a Gaby. No le habían contado lo que realmente había ocurrido. Ella no sabía que el profesor Carreño había muerto, por el contrario, creía la versión proporcionada por sus primos, donde este había huido tras el incidente y les estaba amenazando con denunciarles si no les entregaba dinero.

–Gaby, olvídate del tema. Los primos y yo lo vamos a solucionar, y no temas. El profesor Carreño no volverá jamás, solo quiere dinero –le sonrió– Si su intención fuera denunciarnos, ya lo hubiera hecho hace tiempo...

Y a la vez que trataba de calmar a su hermana, se dio cuenta de que aquello que estaba diciendo tenía mucha razón. ¿Por qué el extorsionador no les denunciaba ya? ¿Por qué tantas llamadas con amenazas que, por ahora, nunca se cumplían?

Le dio las buenas noches a Gaby, y tras comprobar que este le obedecía y volvía acomodarse para dormir, volvió a su dormitorio con el mismo sigilo que había tenido antes. Mañana tenía que hablar con sus primos, había algo que no tenía sentido con el extorsionador.


En el fondo del lago (Parte 1)Where stories live. Discover now