Capítulo 4 - Solas

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Gaby cambió el canal de televisión por tercera vez en los últimos cinco minutos. No encontraba nada interesante, nada que la distrajese... Miró con cierto recelo al exterior. El día era luminoso y cálido. El verano estaba a la vuelta de la esquina y si la situación hubiera sido distinta, se encontraría emocionada por todo lo que iba a hacer durante las vacaciones; las acampadas con el tío Óscar, los baños interminables en la piscina de la tía Norma, las deliciosas barbacoas que preparaba su papá en el jardín o el campamento en la región vecina, donde siempre corría alguna divertida aventura.

Volvió a cambiar de canal. No acostumbraban a ver mucho la televisión, sus padrés siempre habían incidido en que era mejor salir a conocer el mundo que estar encerrado mirando hacia un aparato de plástico, pero no quería. Por mucho que mirase con envidia a Gonzalo y al resto de vaqueros llevando a los caballos de un lugar hacia otro, algo se lo impedía, y ese algo aún era muy joven para entenderlo.

-Mi amor, me voy.

La voz de su madre hizo que se girase hacia las escaleras, esta bajaba mientras acababa de arreglarse.

-¿A dónde? -preguntó asustada. No contaba con que su madre fuera a salir aquella tarde. A Andrés lo iba a traer de vuelta su profesor de piano, y su papá estaba reunido en la ciudad.

-A casa de la abuela.

Miró a su alrededor, dudando de que hacer.

-¿Puedo ir contigo?

Su madre se detuvo ante sus palabras, y dejó su bolso sobre la mesa de la entrada.

-Ay, amor. Prefiero que te quedes aquí. Tus tías y yo tenemos que hablar con la abuela sobre el bisa, y ya sabes lo nerviosa que se pone últimamente.

A la abuela le estaba costando aceptar que el bisabuelo Martín estaba enfermo.

-Y... ¿Me vas a dejar aquí sola? -De un instante a otro su casa le pareció el doble de grande e inquietante.

Su madre frunció el ceño y se sentó junto a ella. Puso un brazo alrededor de sus hombros y la acercó contra su pecho. Cerró los ojos y respiró profundamente. Aquellos brazos, o los de su padre, eran los únicos con los que había conseguido sentirse segura en los últimos dos meses.

-Mi amor, no te vas a quedar sola. Esta Irene... Pero -la separó de su pecho y le quitó un mecho de pelo de la cara-, ¿me puede explicar que te pasa? Nunca has tenido problema en quedarte sola.

Apretó los labios sin saber como contestar, o sin poder decirle lo que realmente estaba ocurriendo, así que simplemente se encogió de hombros.

-Os echo de menos. Papá siempre está en su estudio y tú en las caballerizas.

Su madre pareció también quedarse muda. Solo volvió a abrazarla fuertemente y a besarle repetidas veces la cabeza.

-Tienes razón, hemos estado trabajando mucho, y necesitamos pasar más tiempo juntos. Hablaré con tu papá.

Asintió. Entendía que sus padres tuvieran que dedicarse a sus quehaceres, y en su interior sabía que el motivo de sentirse así, no era ese. Pero aún no estaba preparada para decir la verdad.

-Gaby, lo siento mucho. Pero, hoy te tengo que dejar con Irene.

-Lo sé, no pasa nada. Tenéis que cuidar al bisa.

Y ella tenía que aprender a olvidar lo que había ocurrido, porque ella no vivía de miedos.

xxxx

Gabriela se sentía sola.

Muy sola.

La casa estaba vacía, tan vacía que le daba miedo hasta vivir allí. Aún le quedaba su padre, pero cada día que pasaba, este parecía desconectarse más de la realidad. El médico les había dicho que no había mucho que hacer, el paso del tiempo era así, y lo único que podían hacer era aprovecha de los momentos en los que el hombre les recordase. Eso le había hecho darse cuenta de que para ella también estaba pasando el tiempo. ¿Cuánto tardaría en comenzar a olvidarse de sus hijas?, ¿de sus nietos? ¿De ser la mujer independiente en la que se había convertido?

O quizás había vuelto a dejar de ser independiente, porque lo que más ansiaba era estar rodeada de su familia.

Por eso había mentido a sus hijas, o como le gustaba decir, había tergiversado el motivo por el que las había invitado. Ellas pensaban que era para hablar sobre una posible terapia para el abuelo, de la que Óscar había tenido conocimiento en su estancia en Europa, pero aunque quería probar esa posibilidad, lo que realmente quería era estar con ellas.

-¡Mami, ya estamos aquí!

Era la voz de Jimena.

Se miró por última vez en el tocador y asintió con determinación. Bajó las escaleras y se dirigió al jardín. El día estaba estupendo y le había dicho a Dominga que preparase el té para ser servido en el exterior.

-Hijas mías -las saludó a cada uno con beso- ¿No ha venido ninguno de mis nietos? -miró a su alrededor por si no se había percatado de su presencia.

-Mamá -comenzó Sara-, nos dijiste que los niños alteraban al abuelo.

Y era verdad. Cuando su padre comenzó con sus pérdidas de memoria, se estresaba fácilmente y precisamente sus nietos no eran unos niños tranquilos.

-Tendremos que aprender a acostumbrarnos a que vuestro abuelo ya no volverá a ser el mismo de antes -Sus palabras pudieron sonar duras, y podría pecar de egoísta, pero era la realidad.

Sus hijas la miraron extrañadas. Se estaba contradiciendo. Había sido la primera en no querer aceptar la situación sobre la salud de su padre, Pero ya no aguantaba más aquella soledad.

-Entonces, ¿quieres probar con la terapia que te comentó Óscar? -preguntó esperanzada Jimena.

Asintió.

-¿Sabes lo que eso supone, mamá? -se interesó Norma.

Volvió asentir.

-El abuelo va a estar una temporada en la clínica.

Las palabras de Sara era el punto al que quería llegar. No sabía como sus hijas se iban a tomar la propuesta que iba a hacerles, pero la casa se le caía encima.

-Niñas... -porque a pesar de que lo que tenía delante eran tres mujeres, algunas de ellas ya madres, no podía evitar verlas como esas chiquitas traviesas, unas más que otras, que se escondían por la hacienda- Una vez que el abuelo se marche, me voy a quedar sola en la hacienda, y no me gustaría -la voz le temblaba al pensarlo.

Observó como sus tres hijas se levantaban de sus respectivas sillas, y pronto se vio rodeada de estas, abrazándola y besándola.

-Mami, tú nunca estarás sola.

-Vendremos a verte todos los días.

-Te traeremos a tus nietos.

Sonrió feliz. Sus hijas se preocupaban por ella, pero eso no era lo que ella estaba buscando.

-Quiero irme a vivir con una de vosotras.

En el fondo del lago (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora