Capítulo 12 - Bebés

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Gaby miró debajo de su cama por tercera vez. No encontraba una camiseta que quería llevarse al campamento, parecía que a esta se la había tragado la tierra. Bufó frustrada, y se incorporó. Al final su mamá iba a tener razón y era una desordenada.

Volvió a su vestidor, esperanzada de que por arte de magia su camiseta favorita hubiera aparecido, pero estaba en las mismas. Resignada, se dio por vencida y continuó haciendo su maleta. Estaban por partir hacia el campamento a disfrutar de un inició de verano que esperaba que continuase igual de bueno.

Había tenido sospechas. Andrés era así y sabía que le estaba mintiendo desde el principio, al igual que sus primos. El estado en el que vio por última vez al profesor Carreño, no era el mejor y que se hubiera recuperado tan pronto como para marcharse, le parecía imposible, pero lo dejó estar hasta que sufrió el ataque de ansiedad y exigió a su hermano que le contase la verdad de lo ocurrido aquel fatídico día. El profesor Carreño había muerto y ellos eran los culpables.

Jamás olvidaría como sucedió todo, cómo se encontró a los mellizos en aquella situación y sin querer se vio envuelta, pero cuando los cinco le contaron a la abuela todo, sintió como un peso se le quitaba de encima. Confiaba en su abuela, y con su ayuda, serían capaces de afrontar la situación.

–Mamá dice que ya nos vamos, que o acabas tu maleta o te pasarás las próximas semanas con solo una muda.

Puso los ojos en blanco. Su maleta ya estaba prácticamente terminada, pero quizás una última mirada debajo de la cama le vendría bien para comprobar, si por casualidad su camiseta había decidido salir de su escondite.

–¿Qué has vuelto a perder?

Andrés se arrodilló junto a ella y miró debajo de la cama.

Nada.

Seguía sin aparecer.

–¿Vas a seguir ignorándome?

Se incorporó y guardó en la maleta las últimas prendas. Ya estaba, había terminado y para su opinión en un tiempo récord.

–No te ignoro. Simplemente no te escucho.

–Te expliqué por qué lo hicimos.

Le entendía. Había estado muy asustada. Aquella cantidad de sangre la había puesto en lo peor, trató de engañarse y creer la versión que su hermano y sus primos le habían contado, pero cuando vio los uniformes supo que, efectivamente, el profesor Carreño estaba muerto.

–Lo sé, pero eres mi hermano y pensé que confiabas en mí.

–Y lo hago –se apresuró a contestar–. Eres mi hermana pequeña y mi deber es protegerte. Puede que me hubiera equivocado, pero Gaby esto es muy serio, y quería que al menos uno de nosotros pudiera salir libremente de esto.

Se sintió emocionada por las palabras de su hermano. Sabía que todo lo había hecho para protegerla. Se acercó a él y le tomó de la mano.

–Ahora ya no hay de que preocuparse. La abuela lo va a solucionar, y tú ya sabes como es la abuela...

Ambos se rieron.

–Gaby, ¿tú sabes por qué papá y mamá están enfadados con ella?

Se encogió de hombros sin saber.

–Discutirían –dijo sin darle importancia tratando de cerrar la maleta–. Hace unos días escuché como papá y mamá decían que iban a vender algunas tierras, puede que a la abuela no le gustase porque eran las que estaban cerca de su hacienda.

Andrés hizo un gesto de extrañeza.

–¿Vender tierras? También han vendido varios caballos, y algunos trabajadores no han vuelto por la hacienda.

En el fondo del lago (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora