𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟎: 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒂𝒈𝒖𝒂

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—¿A qué se refiere con 'alrededor'? Hábleme de kilómetros —inquirió Noah, poniéndose las manos en la cintura.

—No muy lejos, no os preocupéis. —Le dedicó una sonrisa amable sin respuesta y a todos se nos pusieron los pelos de punta. Era mala señal—. Os daremos un mapa y una brújula con puntos marcados. En cada punto habrá un pequeño cofre escondido o enterrado que esconde una bolita, dentro de esa bola habrá diferentes recompensas.

—¿Cómo por ejemplo? —El compañero de Charles levantó la mano después de hacer la pregunta.

—Una sesión de spa para ambos, cena a la carta, masajes, cosas relacionadas con el resort. La pareja que encuentre las bolas debe dejar el cofre abierto para que los demás sepan que ya ha sido encontrado y vayan al siguiente punto. Hay diez bolas en total; la pareja que llegue con más bolas será la ganadora.

—Pero ¿solo podemos disfrutar de las recompensas si ganamos? —Noah estaba perdida.

—No, no. A eso iba: la pareja ganadora, además de sus recompensas, tendrá como recompensa una estancia gratuita en el resort de una semana y pueden traer a una persona con ellos. Parejas, familiares, amigos...

Todo el mundo parecía emocionado, incluso yo lo estaba, pero Noah parecía no estar demasiado convencida de lo que se nos proponía.

—¿Estás segura de que estás bien para hacer esto? —Masculló, haciendo que nos apartásemos un poco del grupo—. Puedo hablar con Catalina, decirle que...

—Estoy bien, estoy bien, Noah. —Ella no me creía.

Le veía la preocupación en los ojos, pero era cierto. Era la primera vez en la vida que tenía una red de apoyo y no tenía que preocuparme de sobrevivir. Me sacó del ascensor, me dio una pastilla y me dejó dormir mientras se encargaba de echar a ese tipo de su trabajo. Cuando volvió tenía pastel de carne y había descansado lo suficiente para que la ansiedad desapareciese.

¿Era esto lo que se sentía cuando le importabas a alguien? ¿Era este calorcito en el pecho lo que significaba tener algo parecido a la familia, algo que está ahí cuando peor estás, algo que te recoge y te arropa hasta sentirte mejor? Era extraño, porque a pesar de todo lo que había pasado yo estaba feliz y quería pasar todo el tiempo que pudiese sintiendo que podía agarrarme de su brazo y vivir tranquila.

—Sé que es chocante para ti, pero hoy el día ha sido más positivo que negativo, ¿sabes? —La agarré de la mano y tiré de ella para hacerla caminar—. Vamos, se nos escapa el coche.

Noah se quedó rezagada con el gesto contrariado, pero caminó a regañadientes arrastrada por mi mano hasta la furgoneta.

No mintieron cuando hablaban de dejarnos en mitad del desierto. Noah le gritó a la camioneta cuando nos dejó tiradas con un petate, un mapa y una brújula con la que guiarnos. Incluso le dio una patada a una piedra y levantó una polvareda que ensució más sus deportivas blancas.

—Debimos quedarnos en el hotel. Mira dónde estamos ahora. —Decía con el ceño fruncido, enfurruñada y de morros con las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos mientras yo sostenía el mapa entre mis manos—. ¿Estás segura de que estás bien?

—Nunca estoy bien. —Respondí, escudriñando con atención el mapa—. Es otro día más en mi vida.

Cuando mis labios pronunciaron esa frase Noah paró en seco y levantó la cabeza del suelo. Ahora no parecía estar cabreada, parecía estar preocupada de nuevo.

—¿A qué te refieres?

—Desde que volvía Los Ángeles todos los días alguien me mira, alguien comenta, alguien murmura con una risa... No soy anónima. —Achiqué los ojos, estudiando bien el mapa—. Creo que deberíamos ir hacia allí. —Señalé la pared escarpada que se situaba a lo lejos—. Se supone que allí está escondida la primera bola.

—¿Cómo que la gente te mira?

—Pues que entro en la cafetería y algún hombre me mira. Quizás no me acosté con él, pero sabe quién soy y algún amigo suyo le contó que se acostó con la hija del dueño de la revista Los Ángeles Rising. —Me subí las gafas de sol con el dedo índice—. Me muero por volver a Nueva York, allí nadie sabía quién era.

—Quizás no te miran por eso.

—¿Por qué iban a mirarme entonces?

—Pues porque eres el máximo exponente de belleza. Es decir... —Tomó aire para poder seguir hablando de lo cansada que estaba—. Es imposible dejar de mirarte cuando entras a un sitio. No es solo que tu cara sea casi perfecta, sino que tu presencia hace que todos se queden mirándote. Tu forma de vestir, tu forma de caminar, la forma en la que coges el cigarrillo al fumar... —Suspiró con un quejido, enganchando los pulgares a las correas de la mochila—. Hasta cómo miras es impresionante. Pero la cosa no se queda ahí, porque luego hablas y se te cae la mandíbula al suelo.

—Para...

—¿Por qué? —Espetó.

—Porque no es verdad. Si cuando nos conocimos ni siquiera te diste cuenta de que yo no era Dafne.

—Sí que me di cuenta.

—Anda ya. —La empujé con el hombro, desplazándola a un metro de mí.

—Claro que me di cuenta. Pensé que Dafne estaba muy diferente, que los labios rojos le quedaban muy bien y el pelo ondulado así le quedaba mejor.

—Qué teatrera eres —le dije con una risa, sacudiendo la cabeza—. No tienes que decir eso para hacerme sentir mejor. La mayoría del tiempo sé controlar lo que me pasa para que no me afecten los traumas.

—¿Y qué te estaba pasando estos días? ¿No fue por eso? —Me miró confusa, con las gotas de sudor manchándole la cara, el sol arrancándole la piel y las gafas deslizándose por la leve protuberancia que hacía de su rostro algo más duro.

—Es un cúmulo de todo lo que me lleva a ese estado. Si te digo la verdad, no me afecta lo que ha pasado hoy. No directamente. No me quedaré traumatizada mirando a la nada, ¿sabes? —Resoplé, ajustándome la gorra que Noah me había prestado—. Al fin y al cabo, lo de hoy no ha sido nada. Lo que provoca es una sensación de vacío que nada ni nadie podrá llenar. O querrá llenar. Me quedo con ambos verbos.

—¿Quieres hablar de eso?

—No. —Me apresuré a negar—. Hablarlo es como un tiro en la garganta.

Hablarlo con ella era como pegarme un tiro en la garganta. Era mirarla y querer preguntarle por qué la inútil de mi hermana y no yo. Por qué alguien que podría allí por donde iba y no yo.

—Está bien, haré lo que te haga sentir cómoda. —Dijo boqueando, intentando respirar algo potable de ese aire incandescente que nos abrasaba los pulmones al inspirar—. Sé que has dicho que nunca he hecho algo que te incomode, pero me gustaría saber qué cosas te molestan para...

—No me toques. A no ser que lo haga yo primero, no me toques. Ni abrazos, ni dos besos...

—Bueno, sí que te he tocado de esa forma. Siento no haber preguntado, soy una tocona. Es que necesito el contacto físico o me pongo muy triste. —Aquello me pareció tan tierno que tuve que reírme—. Es verdad. —Se quedó en silencio y solo se escucharon nuestros pies haciendo crujir las pequeñas piedras rojizas del desierto—. A veces me pregunto cómo pudiste acostarte conmigo, tampoco soy nada del otro mundo.

Podría haber respondido muchas cosas. Podría haberle dicho que me parecía atractiva, que me atraía, que era diferente. Podría haberle dicho que me gustaban las ondas de su pelo cayendo sobre su frente, que me atraían sus labios, sus brazos largos, la forma en la que se intuían sus clavículas bajo la piel, sus manos cuidadas o la forma en la que se abría de piernas en la silla de la oficina al reclinarse. Podría haberle dicho cualquier cosa en vez de lo que dije.

—No le des tantas vueltas, Noah; era solo sexo.


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let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora