CAPÍTULO 4 - LA MATANZA DEL LAGO

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—Para muchos de nosotros supondría un riesgo más que una ventaja, amigo —dice Alduin.

El ritmo aminora. No porque nosotros queramos, sino porque los caballos lo exigen.

Varias lunas después, el extenso y ondulado valle da paso a una frescura que proviene de las aguas de un lago inmenso. El río serpenteante y caudaloso, que llevamos días siguiendo, desemboca mediante una feroz cascada en el lago Hylia, del cual coge su nombre.

El lago se encuentra en calma, protegido por grandes y rocosas montañas que evitan que el agua fluya más allá y se escape por el reino.

Un puente de piedra, el puente más grande que he visto jamás, cruza el lago de norte a sur y lo divide en dos partes. Antaño debió de ser un puente glorioso, con dos torres rectangulares de piedra en un extremo y otras dos al otro.

La vigilancia de este paso debió de ser excelente en una edad pasada. Ahora no quedan más que ruinas y piedras de las cuales, muchas yacen en el fondo del lago.

Las torres están semidestruidas, al igual que el tramo central del puente, en el que se puede ver una pequeña plaza hexagonal con los restos de una fuente en su centro.

La tranquilidad del lago no es más que un engaño que la naturaleza otorga a todos sus visitantes. Las ruinas de la orilla noroeste, el humo de un pequeño poblado y los cadáveres que inundan la tierra, delatan la matanza que aquí ha acontecido.

—Estad alerta... —ordena Nathras. Baja de su montura mientras mantiene su majestuoso tridente orientado al frente.

El horror del lugar consigue impresionarme. Es una sensación que se adentra en mi cuerpo y merma mi valentía. El aire que se respira se encuentra cargado de lo que parece ceniza y humo grisáceo.

Los cuerpos sin vida de los habitantes Hylianos de este pequeño poblado, se encuentran en estado de descomposición. Los cadáveres han sido mutilados de una forma tan cruel que congela nuestros corazones. Ninguno de los cuerpos conserva los ojos, se los han arrancado y llevado.

—Sharok y sus Hylianos Negros pagarán por esto —ruge Lisbez, esquivando la sangre y putrefacción que domina el sitio.

—Esto no es obra de Sharok... —murmura Alduin, mientras se inclina y examina un cadáver, al cual le han separado las extremidades y la cabeza del resto del cuerpo—. Mirad las vendas y la ceniza que hay por todas partes.

—Gibdos... —apunta Manwar.

—¿Qué? —dice Nathras con un rostro de sorpresa que refleja mis sentimientos.

—Muertos vivientes, momias... —explica Mandos, analizando el terreno con una mirada penetrante—. Seres resistentes a las armas pero muy débiles contra el fuego. Qué curioso...

—¿Qué es curioso? —pregunto con rapidez. Veo sombras moverse tras las ruinas. No estamos solos.

—Los Gibdos habitan en cavernas o parajes sombríos —indica Mandos—. Rara vez abandonan su hogar y salen a campo traviesa.

—Parece que sabes mucho sobre ellos —gruñe Nathras.

—Antaño experimentábamos con ellos para elaborar elixires —replica Manwar, saliendo en defensa de su compañero.

—Se dice que el lago está plagado de laberintos subterráneos donde antiguas civilizaciones habitaban bajo tierra... —dice Inah.

—Todo parece encajar —finaliza Alduin.

Se escucha un crujido. Un graznido grave y aterrador le sigue. Un alarido de muerte nace de entre las ruinas y se apaga al instante.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta Nathras, sujetando bien su tridente.

Decenas de momias moribundas salen de entre las ruinas. Dejan un rastro de telas y vendas a su paso. Alzan sus brazos al frente mientras ganan velocidad.

—¡Gibdos! —exclama Alduin—. ¡No os separéis!

La batalla es inminente. La espera es larga, las momias son lentas. El filo de mi espada decapita al primer enemigo que llega a mi encuentro. Varias tiras de los vendajes que envuelven su cuerpo caen al suelo. Cuando le arrebato su lastimosa vida, su cuerpo se transforma en ceniza y es llevado por el viento.

Atravieso el torso del siguiente Gibdo pero continúa con vida. Retrocedo para sacar la espada de su cuerpo e interno la punta de nuevo en su abdomen.

Cierro los ojos. Mi rostro se llena de ceniza. Retrocedo varios pasos mientras limpio mis ojos y vuelvo a obtener visión del terreno.

—¡Son demasiados, Alduin! —exclama el guerrero Zora. Lucha por su vida, blandiendo el majestuoso tridente y aniquilando a sus enemigos.

A su lado, Mandos y Manwar lanzan sacos explosivos que calcinan a las momias. Ambos científicos de Hatelia se mueven con lentitud, pero se mantienen fuera del alcance de los Gibdos mientras atacan desde la distancia.

Alduin incendia a las momias con su báculo, que ahora emana una llamarada de fuego de su extremo superior. Me sorprende que, a pesar de su vejez, sus movimientos son rápidos y su furia es implacable.

Inah y Lisbez destruyen a multitud de enemigos con sus dagas y sus audaces saltos y movimientos de Sheikah.

Por muchos enemigos que caen, más del doble son los que salen de entre las ruinas. Su ventaja numérica nos obliga a retroceder hasta el lago.

La tierra se baña de cenizas y finos vendajes. El fuego arrasa el lugar y lucha de nuestra parte, pero no es suficiente para mantener a raya a los Gibdos.

Realizo una finta y oriento mi cuerpo a la derecha. Deslizo la espada y desgarro el costado de un enemigo. Cambio mi espada a la mano izquierda y hago lo mismo con otro oponente. Ambos caen al suelo. Continúan con vida, acercándose hacia nosotros.

La orilla del lago nos deja sin salida. El fin ha llegado. Ahora solo un milagro puede salvarnos ante las decenas de Gibdos que intentan arrebatarnos nuestro futuro.

Y eso precisamente es lo que ocurre. El agua comienza a irritarse. Algo en su interior consigue amedrentar la calma del lago. Cientos de soldados Hylianos salen disparados hacia la superficie y provocan un estruendo que hace retroceder a los Gibdos. Luchamos junto a ellos entre fuego, humo, ceniza y sangre.

Sus armaduras plateadas repelen los golpes y los arañazos de las momias. Los guerreros de Hyrule convierten a los enemigos en ceniza sin dificultad alguna. Su líder blande una espada en cada mano con movimientos y saltos fieros.

La batalla concluye con una victoria para nosotros gracias a los misteriosos guerreros salidos del lago. Por fin todos podemos respirar.

—¿A quién tengo el honor de agradecer esta victoria, joven guerrero? —pregunta Nathras cuando la calma vuelve a reinar. Inclina la cabeza levemente ante el líder de los soldados.

—Puedes llamarme Tharathon, príncipe de Kakariko y protector del lago... —responde el guerrero removiendo su yelmo y dejando a la vista un rostro de bellos rasgos y cabellos largos y castaños. Su mirada se aleja de Nathras y se clava en Inah. Sus ojos se abren de par en par antes de inclinar su rostro—. Mi señora, Inah.

The Legend Of Zelda: Cursed Bloodline (El linaje maldito)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora