• 19: Encrucijada •

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Los balcones de la casa blanca estaban colmados de cestas colgantes y de macetas. En ellas habitaban petunias, geranios y begonias, que florecían profusamente en tantas tonalidades como se pudiera imaginar. En más de una ocasión, Caterina había contado la felicidad que le proporcionaban a su madre las flores. Los postigones de madera estaban abiertos de par en par, permitiendo el ingreso del sol del mediodía, y la Santa Rita fucsia descansaba esplendorosa sobre la antigua puerta. Vienna le dio unas palmaditas a Andrés en la espalda y le sugirió tocar el timbre.

—¡Hola! —saludó Sebastián, dándoles un beso. A la muchacha le resultó curioso verlo con vestimenta más casual, pero creyó que incluso así conservaba su elegancia—. Pasen, pasen.

—Hola, ¿cómo va? —habló ella, siguiendo la orden, con un tímido Andrés apegado a su brazo como una enredadera.

A medida que ingresaban, un viento fresco traía el murmullo de un jazz viejo, y el perfume de la canela y de la vainilla. ¿Era ese el aroma a hogar? A la derecha visualizaron una habitación no muy grande, con un diván y un sofá al lado. Vienna le explicó a Andrés que Sebastián, además de ser profesor de Filosofía, era psicólogo y atendía desde su casa. Continuaron andando y sus ojos se toparon con algo nunca antes visto. La paleta de grises de su mansión parecía tan triste comparada con todos los colores que allí resplandecían. Tonos cálidos y fuertes, decoraciones traídas de viajes, pinturas en las paredes... ¡libros! ¡Libros en cada rincón!

Vieron a muchas personas y a todas las saludaron. Ninguno sabía que Andrés asistiría, mas fue recibido con amabilidad. En la cocina, Francesca se encontraba cocinando la pasta, con ayuda de sus amigas Nuria y Romina, y también de Jacqueline, que el día anterior había llegado a Montevideo. En el pasillo, Giordana jugaba con Matteo, y fue la primera vez que se acercaron a los Ferrari. A la de ojos verdes le resultó muy intrigante Vienna, en seguida notó sus ropas costosas y la clásica cartera Chanel en color negro. Le preguntó, como había planeado, si ella o su madre le podrían prestar maquillaje y bolsas. La morocha le dijo que con gusto lo haría. Dejó que su hermano y los otros dos se conocieran y continuó con los saludos.

Ángeles y Caterina se dirigían al living con una bandeja de fiambres para picar antes de la comida, y en eso distinguieron a Vienna. Se alegraron de verla allí y de que hubiese llevado a Andrés. Continuó andando y, próximo a la escalera, halló un ambiente en el que la principal atracción era el piano de pared. Las notas brotaban trémulas, pero dulces; los dedos que rozaban las teclas no habían adquirido aún la confianza, aunque la sonrisa en su rostro demostraba que iba en buen camino.

—¡Mer, estás tocando! —exclamó, regocijándose de ver a su melliza haciendo algo que por mucho tiempo había querido probar. Saludó a Horacio, que de pie al lado de la castaña le iba dando las indicaciones—. ¿Cómo le está yendo a mi hermanita?

—Tiene un muy buen oído —comentó él— y estoy seguro de que pronto va a estar tocando alguna melodía. Angie me contó, la otra vuelta, que siempre quiso aprender. Y bueno, aprovechando que acá hay un piano, porque Francesca a veces toca... ¡acá estamos!

A la distancia, la que tañía el instrumento divisó al de once años platicando con los hermanos de Caterina. Le llamó la atención, pues según lo que tenía entendido, él no iba a concurrir, ya que pasaría el día con César y Stefanie. Quiso preguntarle a Vienna si había ocurrido alguna cosa, pero esta ya estaba ingresando al living y deleitándose con la vasta biblioteca. Corroboró si sus autores favoritos se encontraban y en efecto: Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, Pizarnik, Poe, Bukowski...

—¡Vienna! —La muchacha volteó la cabeza para encontrarse con Hernán, al lado de una fémina desconocida. Le resultó hermosa su piel oscura, y llamativa, dado que la mayor parte de las personas a las que conocía eran caucásicas. Aquella le sonreía enseñando una blanca dentadura y sus ojos almendrados del color del ébano brillaban—. Te presento a mi hermana, Araceli.

Cenizas al caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora