• 11: Amistades y plegarias •

62 9 17
                                    

Al alzarse los párpados, se desvelaron dos cuarzos verdes, brillando a la luz del sol matinal. María de los Ángeles se sentó sobre sus sábanas blancas, se santiguó, juntó las palmas y las acercó al pecho.

—Señor, creá en mí un corazón lleno de compasión y bondad. Sé que hay gente en mi vida con la que me siento enojada y herida. Dame la humildad que necesito para perdonarlas, amarlas y orar por ellas sin esperar o necesitar nada a cambio. —Tomó unos segundos para pensar lo que diría a continuación y la figura de esa persona especial, a la que semanas atrás había conocido, apareció en su mente—. Por favor, hacé que Lucien me mire con ojos de amor. Amén.

Se envolvió en aguas refrescantes, se vistió, se perfumó de rosas y tomó su querido rosario. Preparó un desayuno rápido y junto con su madre se largó del apartamento. Se acercaron, como cada mañana de domingo, a la iglesia que frecuentaban. No había fin de semana que Romina y Ángeles no asistieran a misa. Una vez afuera, conversaron animadamente, alegres como eran, y más luego de ese momento.

En eso, la de ojos glaucos visualizó a pocos metros a una mujer sentada en la vereda, rodeada de niños. Pedía limosna a los que salían de la capilla y a los que por allí pasaban. Daba la impresión de que las escasas personas que aceptaban ayudar no se detenían ni por un instante, no posaban la mirada en los ojos de desconsuelo y de miseria. No tardó la muchacha en avisarle a su mamá y esta en seguida se dirigió a la desconocida.

Romina se colocó en cuclillas y dejó en las manos ásperas de la mendiga unos billetes. Parecía que los pequeños mares de su rostro iban a derramarse en cuanto se cruzó con el semblante tan apagado, tan maltratado por los años y por la vida. La que se hallaba en el piso la observó también, a esa joven señora de largo cabello dorado y ojos marinos, de cuerpo esbelto y atuendo prolijo en tonos claros. Le llamó la atención la expresión de compasión y de verdadero pesar que mantenía. Prosiguió por contemplar a Ángeles, quien de inmediato supuso era su hija. La encontró muy similar a la que le entregó el dinero, con solo algunas diferencias en facciones y, por supuesto, los ojos verdes. Se fijó en lo tierna que se veía con su blusita blanca con cuello Claudine, falda larga y tacones bajos con pulsera en el empeine. La halló semejante a un ángel.

Luego de agradecer a la mayor, dedicó a ambas una diminuta sonrisa. Creyó que allí acabaría todo, que se marcharían, mas no fue de esa manera. Romina tenía la necesidad de quedarse, al menos por unos minutos, aunque no supo qué palabra emitir. La mujer, con un tono de voz bajo para no despertar al bebé que dormía en sus brazos, se presentó y comenzó a contar su historia. Ladillo y Lucero atendían sin distraerse y realizaban movimientos ascendentes de cabeza. La que hablaba se sintió más escuchada de lo que en mucho tiempo había estado.

A continuación, la docente de Matemática le indicó a su hija que comprara en el almacén cercano algo para compartir con la familia, y ella no desobedeció. Regresó con sánguches y con agua fresca que en seguida repartió. También adquirió algunos caramelos que regaló a los más pequeños, siendo aceptados con mucho gusto. Todo fue muy agradecido. A medida que entregaba, conversaba con ellos y así los iba conociendo. Romina, por su parte, mantenía un diálogo con la madre. En determinado momento, tuvo una idea:

—Carmela, me gustaría ayudarlos más. Quizá pueda ayudar a tus hijos con los deberes —se ofreció, con una mano en su hombro—. Algunos están en la escuela y otros en el liceo, ¿no?

—Gracias, Romina. Dios te bendiga —pronunció la otra, alzando las comisuras. Observó a una de sus hijas y le hizo una seña—. Sí, en la escuela y en el liceo. ¡Judith, vení! Ella es la más grande.

La mencionada, que se asemejaba a Ladillo en edad, se aproximó y se dirigió a la rubia mayor. Hablaron sobre la situación académica de ella y de los demás, de los obstáculos que tenían, pero en cada momento Carmela afirmaba que deseaba que sus hijos salieran adelante y pudieran rendir correctamente. La situación cada vez conmovía más al par de ojos claros, que sentían en sus corazones un auténtico anhelo por contribuir.

Cenizas al caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora