EL TIEMPO TODO LO CURA

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EL TIEMPO TODO LO CURA

Samael ya se había ido cuando Madison abrió los ojos. Sin embargo no le dolió demasiado. Aún está demasiado cansada como para reclamarle. Aunque el calor y peso de sus brazos sobre su cintura le ha dado más protección de la que ha sentido en toda su vida. 

Aún abrumada por su nueva situación se levanta de la cómoda cama y entra al baño a asearse. Sale en toalla media hora después sintiéndose más aliviada. Se pasea por la habitación hasta dar con el gran armario. Su falda ahora es practicamente un trapo por lo que se coloca la blusa y busca en el armario algo para cubrir sus piernas. 

"Espero que no le moleste" piensa la chica abriendo el primer cajón. Está completamente lleno de camisetas básicas y pantalones negros además de una cantidad inimaginable de ropa de deporte. Se hace con unos pantalones cortos de deporte cuando su mirada recae en una tela oscura arrugada en el fondo. 

No puede evitar sonreír al ver ahí su falda negra, la misma que utilizó para hacer el torniquete. El simple hecho de que Samael hubiese guardado algo de ese encuentro llena de felicidad el pecho de Madison sintiendo por primera vez en mucho tiempo algo extraño revolotear en su estomago. 

Sin dejar de sonreír se coloca los pantalones. Tiene que apretarse mucho la liga de estos para que no se caigan. Samael es excesivamente grande y lo que a él le queda como corto a ella le cubre hasta más allá de las rodillas. Parece un teletubbie. 

Aburrida de estar ahí sin hacer nada le gana la curiosidad y decide salir al pasillo. La gente pasa de un lado a otro y muchos de ellos se dan cuenta de la pequeña chica que con pasos nervioso baja las escaleras buscando a alguien conocido. Desubicada. Madison comienza a pensar que ha sido una mala idea cuando los ojos de uno de los hombres parecen querer mandarla cinco metros bajo tierra. Con movimientos nerviosos juega con sus manos mirando a todas direcciones. Sintiendose como un cervatillo en medio de un campo de tiro. 

- ¡Madison!

El grito le hace saltar del susto. Eso es, claro, hasta que la cabellera rubia de su amiga se abalanza sobre ella dandole un gran abrazo. Cuando se aleja de nuevo la pelinegra se puede fijar en que ella tampoco lleva el vestido de la fiesta. Viste una camiseta ancha y unos pantalones largos que al menos si son de mujer. No como los de ella. 

- ¡Que alegría que estes bien! Te dije que nos sacarían de ahí. Todo ha sido un malentendido. - Trata de justificar el arresto como si solo hubiese sido una broma de mal gusto. 

Eso es algo que siempre admiró Madison de su amiga. Siempre tan positiva y ambiciosa que incluso en la peor de las situaciones no se deja caer. 

- Hola Sandra. Estaba preocupada por ti. 

- Y yo por ti. Te desaparecisté. ¿Donde estabas metida? 

Las mejillas de Madison se vuelven dos tomates ante la mirada picara de su amiga al notar la ropa de hombre excesivamente grande. 

- No es lo que parece- Aclara en vano aún más sonrojada.- Mi ropa está hecha un asco después de tres días y me tomé la libertad de coger algo de Samael aunque el no estaba. 

-¡Estoy tan contenta por ti! - Grita la rubia llamando la atención de algunos a su alrededor. Madison trata de callarla.- Te dije que lo que necesitabas era un buen hombre que te empotre. 

Madison solo quería una cosa en ese momento. Morir. De tanta vergüenza casi se atraganta con su propia saliba y teme que alguien haya escuchado su conversación indiscreta. Aunque intenta explicarle a su amiga que eso no es del todo cierto, ella enseguida vuelve a hablar con la vitalidad que le caracteriza. 

Empieza a contar de su reencuentro apasionado con Bruno al salir de la celda y del bar lleno de tíos "buenorros" que ha encontrado en el primer piso. Con los ojos azules bien abiertos Madison solo asiente escuchando a su amiga pero con la mente en otro lado ¿Donde se habrá metido Samael? 

Bajo la mirada de la mafiaWhere stories live. Discover now