18.- Ensoñaciones.

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Me duele la barriga...

Por culpa de los nervios noto una especie de pinchazo justo encima del ombligo. Voy a hacerlo, ¿no? ¿De verdad me voy a meter en su cama así, de noche y sin avisar, para tirármelo?

¿Y si me rechaza? ¿Y si me dice que estoy loca y me echa a patadas?

Si me meto en su cama, ¿qué pienso hacer? ¿Despertarle y decirle que follemos? Es una puta locura, ¿cómo coño me ha parecido buena idea?

Debo haber sido víctima de un brote psicótico o una enajenación mental transitoria para no caer antes en la clase de gilipollez que pretendía hacer. No está bien meterse así, por la cara, en la cama de otra persona sin que se lo espere...

No, Sonje, bastantes taras tienes ya como para convertirte en una acosadora encima.

Es que parecía un plan tan fácil de hacer... Mucho más que decirle directamente que quiero follar con él. Mucho más fácil que enfrentarle cara a cara y confesarle lo muchísimo que me pone.

Mientras medito frente a la cama, viendo cada vez mejor el cuerpo tumbado del coloso gracias a que mis ojos se han adaptado por completo a la oscuridad, escucho cómo en la planta de abajo una puerta se abre, segundos después de que el sonido de la cisterna se haya alzado en el silencio. Debe venir del baño, porque oigo el chasquido del pomo con total claridad al pie de las escaleras... Lo que me perturba, sin embargo, no es que alguno de los residentes de esta casa haya ido a echar una meada nocturna, sino que siento los pasos retumbar cuando comienza a subir las escaleras.

¡¿Pero quién coño va a venir al cuarto del coloso a estas horas?!

Eso da igual, no es un problema prioritario ahora mismo; lo que sí que es primordial es que quien sea que viene me va a pillar aquí plantada como una pervertida, mirando al coloso mientras duerme.

Entro en pánico, claro —como para no hacerlo—, e intento buscar con la mirada cualquier cosa que me sirva de escondite. Pero no tengo tiempo para encontrar un rincón en el que me pueda agazapar hasta que el peligro pase, porque los trastos que abarrotan esta habitación son un amasijo demasiado revuelto a mis ojos por culpa de la oscuridad. Solo tengo una opción, y esa es la que escojo antes de que sea demasiado tarde.

Me tiro al suelo silenciosamente y repto, sirviéndome de los codos y las rodillas para moverme cual marine americano por el parqué para meterme bajo la cama. El corazón me late directamente en el interior de los oídos, y me pongo las manos encima de la boca para que mi respiración no me delate. Dios, qué bajo he caído por un polvo.

—Qué puto coñazo que no haya baño en esta planta —escucho quejarse en un murmuro a Jimin... Claro, ¿quién si no iba a meterse aquí siendo tan tarde? Y no es solo que venga a hacerle una visita a su amigo, es que... obviamente, esta también debe ser su habitación.

Ni siquiera había pensado en dónde estaría durmiendo el rubio, y mira que sabía que ya no hay más cuartos disponibles ahora que Taehyung también se queda aquí. Estaba tan cegada con el tema de Jungkook que mis pensamientos no se centraban en nadie que no fuera él. Si que puedo llegar a ser gilipollas sin querer, es increíble ver cómo mi nivel de persona desastrosa puede crecer hasta alcanzar estos límites.

Los muelles sobre mi cabeza chirrían ligeramente cuando Jimin se sube a la cama, y oculto un gemidito que se me escapa sin querer por culpa de la tensión gracias a que he tenido la precaución de taparme la boca con las manos.

H-hyung... tienes los pies fríos, quita —gruñe el coloso con voz ronca. Debía estar dormido hasta hace unos segundos, porque su voz tiene un tono apagado y lento. La risilla disimulada del rubio es lo único que se escucha tras esa pequeña petición molesta, por lo menos hasta que el chasquido de la lengua de Jungkook suena con excesiva fuerza mientras la cama vuelve a chirriar cuando sus cuerpos se mueven sobre el colchón—. Para ya de molestarme, hyung... que tengo mucho sueño y quiero dormir ya.

Inked KnockoutWhere stories live. Discover now