|𝗟𝗢 𝗦𝗜𝗘𝗡𝗧𝗢| 🦋

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|Nea| 

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|Nea| 

Dramática, desobediente y quejica. Jake no se cansaba de denominarme tal cual por el simple hecho de no compartir su manera de enseñarme a montar en bici.

Llevábamos desde las nueve de la mañana en el parque. Al principio, cuando le vi llegar a mi casa con la bicicleta de la anterior vez, me asusté. Nuestra primera clase, en ese cachivache de dos ruedas, no fue la mejor. Temía volver a rasparme la rodilla como me sucedió, temía caerme o peor aún, morirme al colisionar con una roca o con otra bicicleta.

Pero al señorito Jacobo le pareció una gran idea ir un sábado a un parque enorme donde todo el mundo acudía por el buen día que hacía y donde decenas de bicicletas se paseaban por mi lado con experiencia y desenvoltura. Así que si me tocaba a mí denominarle sería un tanto tosco, cabezota e impaciente.

Eran las once de la mañana y solo había conseguido llevarme tres regaños de su parte, dos risas burlonas de una cría de siete años y una sensación de desespero que quería pagar con cualquier papelera a patadas. Quería lanzar el trasto al río como hicimos con nuestros móviles. Quería gritar de frustración. Y sobre todo, quería discutir con Jake, y es que iba a hacerlo en cuanto me terminase de chocar con el árbol que se acercaba a mí.

—¡Pero frena! —escuché lejano el grito de Jake, y es que intenté parar, de verdad, pero para entonces, yo ya me había chocado contra el duro y fuerte árbol que me persiguió durante segundos.

Salí volando de la bicicleta cuando la rueda delantera chocó contra el tronco del castaño de indias. Era un árbol bonito y voluminoso, aunque no lo era tanto al aterrizar contra él y verlo tan de cerca, tanto que mi frente lo acarició.

—¡Auch! —exclamé.

El golpe terminó cuando mi cuerpo resbaló del sillín y fue recibido por el césped, mojado y verde césped. Quedé patas arriba como una cucaracha cuando se daba la vuelta. Movía las piernas y los brazos para intentar ponerme en pie, ya que la cabeza me pesaba en exceso por el casco de lunas que llevaba sobre él. Lunas las que vi en el golpe, vi las estrellas y la galaxia entera.

—Atenea, por Dios. ¿Te has hecho daño? —la mano de Jake se plantó frente a mis ojos, la agitaba de un lado a otro para ver si yo respondía a su llamada, pero es que estaba demasiado ocupada recordando dónde estaba—. Llevo diez minutos pidiéndote que te frenes.

—Idiota —mascullé, agitando mis piernas con una mueca de dolor.

—¿Puedes dejar de hacer eso? Pareces un bicho.

—¡Me duele! —lloriqueé.

—Hostias —expandió sus ojos algo asustado al mirar mi frente.

—¿¡Qué me pasa!? —chillé.

—Nada, nada, tranquila. Dime qué te duele.

Se esforzaba por no mirar mi frente, ahí supe que el casco, ese por el que tanto tiempo estuvimos discutiendo sobre si iba a ponérmelo o no, terminó sirviendo para nada. ¡No me protegió un pepino! Al menos eso confirmaba mi sangrienta frente.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀 ✔ Where stories live. Discover now