|𝗖𝗜𝗧𝗔 𝗗𝗘 𝗔𝗠𝗜𝗚𝗢𝗦| 🦋

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|Nea| 

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|Nea| 

Apareció, Jake apareció con una chica de cabello castaño, vestida recatadamente, con la melena partida en dos por una raya que separaba la mitad de su cabeza. Llevaba un crucifijo de madera, pequeño y horrible colgando del cuello, se lo quitó y lo guardó en su bolsillo. Ese gesto me pareció tan de libertad, de haberse liberado de algo que la ahogaba. Pero de todas formas lo reservó en el bolsillo, dando por entendido que volvería a tener que ponérselo más tarde. Tendría que ponerse ella misma los grilletes y volver a su cárcel llamada casa. Eso era verdaderamente triste.

Parpadeé al sentir sus marrones ojos sobre los míos durante un par de segundos. Me fijé en que los suyos conservaban un brillo especial que deduje que Margi iluminó con su sorpresa. Ambas se abrazaron como si no se hubiesen visto en años. Me pareció un gesto y reencuentro bastante tierno. Hasta que me sonrojé sin saber por qué y tuve que retirar la mirada.

—Mira, esta es Nea —me presentó Margi al separarse de ese enorme y bonito abrazo—. Ella es la que me ha ayudado a salvarte.

Valentina emitió una pequeña risa y se aproximó a mí, tendiéndome su mano.

—Es más de robarte besos, ¿verdad? —soltó Jake con arrogancia.

Le fulminé con la mirada y me aproximé a Valentina para darle dos besos.

—Lo que yo decía —Jake rodó sus ojos.

—Encantada, soy Valentina —se presentó ella—. Y muchas gracias.

Negué con la cabeza.

—Igualmente.

—Creía que te llamabas Nea y no Valentina.

—Lo decía por el encantada, Jake —expliqué con cierta molestia, molestia que le causó gracia.

—Bueno, os dejamos tranquilas, nosotros nos vamos a nuestra cita —anunció Jake con total descaro.

—Cita de amigos —recalqué.

—No he dicho lo contrario, no seas creída, Atenea. Que lleves nombre de Diosa no te da el derecho de creerte un ser superior.

Me guardé un suspiro para mí. Nos alejamos después de que Jake les informase a ambas que los padres de Valentina solo habían aceptado que ella saliera una hora fuera de casa.

—Es abusivo, ¿no crees?

—¿Tu descaro? —enarqué una ceja.

—¡Pero qué divertida! —ironizó—. Me refería a esos padres del crucifijo. Me han recordado mucho a los míos.

—¿También son religiosos?

—También me prohíben hacer lo que quiero o me gusta.

—Oh... —asentí.

𝐌𝐀𝐑𝐈𝐏𝐎𝐒𝐀 ✔ Where stories live. Discover now