Capítulo 38

1.6K 84 51
                                    

Una cosa que todos saben en el distrito, es que los niños sólo significan problemas.

Ya sea por la falta de comida, o por que el dinero simplemente no resulta suficiente para mantenerlos a todos. Pero, definitivamente lo peor, es el riesgo inminente de asistir, como padre, a las cosechas de cada año y ver a tus hijos en la plaza; con el terror clavado hasta la médula, deseando con todas tus fuerzas que su nombre no suene por el altavoz.

Lo que siempre temí, lo que me juré que jamás permitiría, amenaza con convertirse en una realidad.

Y la verdad es, que no podría estar más presa del pánico como ahora.

Desde que llegó nuestro pequeño Rye, se ha convertido en un miedo latente que va creciendo cada vez más dentro de mí. Y que me angustia con cada día que pasa.

Hay ocasiones en las que ni siquiera consigo dormir de sólo pensarlo. Del terror que me produce imaginar el momento en que Willow cumpla doce años.

Dije que iría al bosque, huiría con ella y con Rye y Peeta, pero. ¿Cómo arrebatarles la familia que tienen? ¿Cómo lograr convencerlos de ir conmigo sabiendo que no volverán a ver a mi madre, mi hermana, ni a la familia de Peeta?

Las opciones de mantenerlos a salvo se reducen, y simplemente no puedo dejar de pensar en ello.

Escucho un quejido que viene de la cuna, me sobresalto. Es él, seguro tiene hambre.

Me levanto, y me acerco a la cuna.

Rye llora, buscando consuelo. Y cuando me ve, estira los bracitos.

Lo cargo, y le acaricio la espaldita. Los mechones de cabello rubio me rozan la mejilla, produciendo una sensación agradable que consigue relajarme un poco.

Me siento en la orilla de la cama, y me subo la blusa.

—Ya voy, ya voy —le susurro.

Le doy de comer, y él se me queda viendo con sus grandes ojos grises mientras se alimenta con urgencia.

Le acaricio la mejilla regordeta. La preocupación se va esfumando de a poco.

Sentirlo conmigo, en medio del silencio de la habitación, consigue relajarme un poco. Porque, al menos ahora, siento que puedo protegerlo de cualquier cosa.

Pero, ¿cómo prometerle que siempre lo mantendré a salvo? Si el Capitolio se encargará de arrebatármelo en algún momento.

Quisiera prometerle en voz alta que siempre voy a protegerlo, que haré lo que sea para que esté a salvo, pero no quiero hacer promesas de algo que quizá no pueda cumplir.

Él termina de comer, y lo arrullo para que duerma. Le canto un poco de la canción que a él y a Willow les gusta escuchar.

Sus ojitos se cierran de a poco, y cuando se queda profundamente dormido, lo llevo de regreso a la cuna.

Lo arropo, y me acuesto en la cama. Me tapo con las mantas.

Me quedo mirando el techo, aferrándome a la dulce sensación que poco a poco va esfumándose gracias a que comienza a surgir el miedo otra vez.

Peeta gira sobre el colchón y me mira. Parece percibir algo, porque susurra:

—¿Estás bien?

Sus dedos me rozan el brazo, en una caricia suave y dulce.

Asiento con la cabeza, pero él no parece convencido.

—¿Es por lo que hablamos la otra noche?

No contesto, y no parece necesitar una respuesta, porque dice:

Siempre has sido tú Where stories live. Discover now