Capítulo 18

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Despierto, y abro los ojos despacio. Pero no me encuentro sola en la cama, como es costumbre. Esta vez, uno de sus brazos se encuentra envolviéndome, y su cuerpo me protege del frío de la habitación.

Por la manera en que se cuelan los débiles rayos del sol por la ventana, es evidente que aún es bastante temprano. No tiene mucho que ha amanecido.

Al parecer Peeta también está despierto, porque escucho su respiración pesada. Para nada relajada, como se supone que debería estar si siguiera dormido.

Le acaricio la mano, que está sobre mi abdomen, y él me estrecha con un poco más de fuerza.

—¿Cómo amaneciste? —me pregunta, y deja un beso en mi hombro.

—Bien.

Probablemente eso esté muy lejos de la realidad, y él lo sabe, pero tampoco insiste en sacarme una respuesta.

—¿A qué hora tienes que irte a la panadería? —procuro bajar la voz.

—No puedo dejarte sola.

—Tampoco puedo quedarme aquí.

No responde. Se queda callado.

—Iré con Prim y mi madre —le digo.

—Y si Gale...

—Él irá a las minas, eso es seguro. Estaré bien.

—No puedo dejarte sola —insiste—. Conseguiré la casa, la de la señora Smith y...

Me giro, y pongo una mano sobre su mejilla.

—Estaré bien, lo prometo.

Parece que intenta creerme, pero sus ojos bajan a mis brazos. También lo hago, y veo las marcas moradas que me recorren la piel, y que me bajan por la parte de los antebrazos. Tenía que suponerlo, ahora tiene sentido porqué siento el cuerpo tan adolorido.

—No quiero que él te haga daño —susurra—. No de nuevo. Quiero protegerte.

—Estaré bien —le acaricio la barbilla, en un intento por tranquilizarlo—. Voy sola al bosque desde que tenía once años, te aseguro que sé cómo cuidarme.

Sigue sin estar del todo convencido, pero asiente con la cabeza.

—Hoy conseguiré la casa —asegura—. Prométeme que te quedarás conmigo esta noche.

—Peeta...

—Katniss, por favor. Así estaré mucho más tranquilo. No quiero que algo malo te pase.

Lo miro.

—¿Qué si alguien nos ve entrar a la misma casa? Los rumores corren rápido y...

—Sólo quiero que estés a salvo —dice, casi con desesperación—. Lo demás no importa. Nada importa. Sólo tú.

Me acaricia la mejilla.

—Está bien —murmuro.

—Te veo en el bosque —me dice—. Donde siempre, después de que salga de la panadería.

Asiento con la cabeza.

Peeta aún parece indeciso en dejarme ir, porque no se levanta. En cambio, pasa la mano suavemente por mi brazo, y lo escucho suspirar.

—Estaré bien —repito—. Enserio.

Asiente con la cabeza. Y, a pesar de que parece no querer hacerlo, se levanta y comienza a vestirse.

También lo hago. Me quito la playera que Peeta me prestó para dormir, y me pongo mi ropa. Me trenzo el cabello, y después bajamos las escaleras con sigilo.

Siempre has sido tú Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora